Haiyan arrasa las Filipinas

 |  12 de noviembre de 2013

Cuatro días después de que el mayor tifón que se recuerda en las Filipinas devastase las islas de Leyte y Samar, la situación del archipiélago es crítica. El epicentro del tifón Haiyan (Yolanda en las Filipinas) atravesó el viernes 8 Tacloban, cuya población es de 200.000 personas, y sus vientos de más de 300 kilómetros por hora han destruido tres cuartas partes de los edificios en la ciudad. Con su infraestructura básica hecha añicos, Tacloban se ha visto reducida a un estado de anarquía. El gobierno de Benigno Aquino ha enviado 900 policías nacionales para impedir que tengan lugar más saqueos.

En este contexto resulta difícil, sino imposible, determinar la cantidad de víctimas mortales que se ha cobrado Haiyan. Las autoridades de Tacloban cifran el número en 10.000, un dato extremadamente alarmante si se tiene en cuenta que no hará más que aumentar en los días venideros. Ned Olney, director de la ONG Save the Children en Filipinas, también estima que hay más de 10.000 muertos. Por su parte, la Cruz Roja calcula que han muerto un millar de filipinos en Leyte, y otros 200 en Samar.

La disparidad en los cálculos proporciona una idea del caos imperante en la región. Pero incluso las estimaciones más conservadores ponen sobre la mesa la magnitud de la catástrofe: tan enorme que resulta difícil de aprehender. El testimonio fotográfico proporciona una impresión más accesible, y por ello más dura, del sufrimiento que ha causado el tifón.

El archipiélago filipino se ve frecuentemente afectado por desastres naturales. Sus más de 7.000 islas están expuestas a una media anual de 20 tifones, cuentan con 18 volcanes activos, y experimentan terremotos con regularidad (el pasado 16 de octubre, un seísmo causó 144 muertos). Pero la magnitud de Haiyan se encuentra fuera de lo habitual:  Thelma,  el tifón más destructivo hasta ahora, dejó 5.000 muertos a su paso en 1991.

Haiyan impactó en Vietnam la madrugada del lunes 11, pero su intensidad se ha visto reducida a lo largo del fin de semana. Aún así, el gobierno de Nguyen Tan Dung ha evacuado a más de 600.000 personas, casi ocho veces el número de habitantes en Leyte y Samar evacuados por las autoridades locales. El sur de China permanece en alerta roja, máximo nivel de alarma.

Tanto Washington como Bruselas han mostrado su apoyo a Manila. Chuck Hagel, Secretario de Defensa estadounidense, ha destinado 90 marines y apoyo logístico a la región. La Comisión Europea ha desembolsado tres millones de euros en ayuda de emergencia. La ONU, por su parte, ha enviado a un equipo de especialistas en desastres naturales, y 44 toneladas de galletas energéticas a través de su Programa Mundial de Alimentos. Con todo, estos esfuerzos no son más que una gota en el océano, que pueden complementarse a través de donaciones particulares.

No es este el momento de buscar responsables de semejante tragedia, ni de criticar a un gobierno filipino desbordado por la emergencia. Pero la falta de preparación de la autoridades locales parece haber contribuido a empeorar la situación. Y resulta entristecedor que sobre el abanico de problemas sociales que agravan desastres naturales como éste  (desde el calentamiento global a la chabolización) únicamente se debate, y de forma breve, cuando las catástrofes ya han tenido lugar. Llegados a tal punto es tarde para remediar la situación, y las críticas se convierten en un lamento pasivo en vez de una denuncia. Ver en casos como el del tifón Haiyan algo más que “tragedias” (es decir, hechos fortuitos sobre cuyo impacto carecemos de control o responsabilidad) es una tarea pendiente de resolución.

 

 

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