Ya han pasado cinco años desde que, el 12 de enero de 2010 un terremoto de 7,1 grados en la escala de Richter sacudiera Haití, causando 316.000 muertes y 350.000 heridos, y dejando a 1,5 millones de personas sin hogar. La inestabilidad política, la debilidad de las instituciones y la escasez siguen asolando a un país, el más pobre y el más desigual de América Latina, al que las catástrofes naturales no dan tregua. Pero la epidemia de cólera que siguió al seísmo es sin duda el gran azote de Haití. Según información del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el PNUD, a finales de 2010 la enfermedad se había cobrado la vida de 3.500 personas y afectaba a 150.000. Hasta octubre de 2014, el ministerio de salud haitiano contaba 711.558 casos de cólera en el país. Erradicado hace aproximadamente un siglo, el origen del brote es dudoso: si para Naciones Unidas se habría originado en el río Artibonito, algunas voces atribuyen la propagación de la epidemia a los cascos azules nepalíes movilizados a la isla tras el terremoto.
Como sea, la situación es cuanto menos delicada. A pesar de que la mayoría de la población del país sigue expuesta al cólera debido a la falta de acceso al agua potable y a letrinas, la capacidad para tratar a los afectados por esta enfermedad sigue siendo insuficiente, denuncia Médicos Sin Fronteras (MSF). Cuatro años después de la aparición del cólera, el sistema de salud de Haití todavía se enfrenta a la escasez de financiación, de recursos humanos y de medicamentos. Este hecho demuestra la falta de preparación de las autoridades ante epidemias que ya son de sobra conocidas y previsibles, insiste la ONG. “A pesar de que existe un Plan Nacional para la Erradicación del Cólera, los enfermos acuden a nosotros en estado crítico, ya que no hay ningún centro que se haga cargo de los casos urgentes”, denuncia Oliver Schulz, coordinador general de MSF en Haití, en un documento de la organización.
Algunas sombras: inestabilidad política, corrupción y desigualdad
A las terribles consecuencias del terremoto y la enfermedad viene a sumarse una fuerte crisis política e institucional que, junto a la corrupción, acentúa las dificultades de los 10,32 millones de personas que viven en Haití. En la madrugada del 14 de diciembre presentó su renuncia el primer ministro Laurent Lamothe, tras varias semanas de protestas en la calle. Una vez más el gobierno había faltado a su promesa de convocar elecciones, por el desacuerdo sobre la ley electoral entre el legislativo y un grupo de senadores que acusa al presidente, Michel Martelly, de querer perpetuarse en el poder. El Acuerdo de El Rancho, que había sido facilitado por la Conferencia Episcopal de Haití establecía la celebración de elecciones el 26 de octubre pasado.
No ayuda a la credibilidad del gobierno la sospecha permanente de corrupción. Según el índice global de corrupción de Transparencia Internacional de 2014, Haití es, junto con Venezuela, el país más corrupto de América Latina. La inequidad acentúa también el descontento de la población. El índice GINI, que mide la desigualdad en un país, descendió al 0,66 en 2012 desde el 0,61 de 2001 según Ecosoc: en Haití el 20% de la población detenta el 64% de los ingresos del país, mientras que el 20% más pobre posee el 1% de la riqueza del país. Solo el 2% de la población consume el equivalente a 10 dólares al día, cantidad que funciona como parámetro de acceso a la clase media en la región, asegura el Banco Mundial.
En cuanto a la tasa de desempleo oficial asciende al 27% y se estima que el 45% de los trabajadores vive con menos de 1,25 dólares al día.
Algunas luces
Pero no todo el panorama es tan sombrío: en 2013 Haití creció un 4,3% y la inflación se redujo pasó del 6,5% al 4,5% en un año. Y el turismo ha crecido un 21% respecto al año pasado. En cuanto al Índice de desarrollo humano del país, en 2013 fue de 0,471 puntos, una mejora respecto a 2012 cuando se situó en 0,469. Por otra parte, a principios de diciembre el Gobierno de Haití presentó un informe, Investing in people to fight poverty in Haiti, según el cual entre 2000 y 2012 el porcentaje de personas que viven en la extrema pobreza (con un dólar o menos al día), cayó del 31% al 24% a nivel nacional y del 20% al 5% en Puerto Príncipe, la capital del país. Realizado con el Banco Mundial, el documento muestra, además, que en el mismo periodo “la matrícula escolar aumentó del 78% al 90%, muy cerca de la meta de lograr la escolarización de toda la población infantil”. Una buena noticia empañada por el elevado índice de abandono de los estudios y el fracaso escolar: menos del 60% de los estudiantes termina la enseñanza primaria. Y el bajo nivel educativo es uno de los determinantes principales del desempleo y la miseria.
Ecos del terremoto
Cerca de 100.000 personas siguen viviendo en alguno de los 123 campamentos para refugiados que se levantaron tras el terremoto. Cualquier persona en el país conoce a una víctima del cólera, cuando no lo ha padecido en carne propia. La ayuda internacional no llega o llega tarde. Las miles de ONG’s que poblaron Haití tras el seísmo siguen allí, alguna bajo la sospecha de haberse adueñarse del dinero comprometido como ayuda internacional. Bajan los ingresos del exterior, a medida que mejora la vida de los haitianos. Caen también las remesas tras el boom solidario que siguió al terremoto. Organismos internacionales alertan sobre el riesgo de abandonar a un país siempre susceptible de sufrir una nueva catástrofe natural. El objetivo es que Haití abandone para siempre el subdesarrollo para convertirse en un país emergente en los próximos 15 años.
Por María José Martínez Vial, periodista, @mjosemvial.