Por Rashid Abdi, analista del Cuerno de África del International Crisis Group.
El problema de la piratería en el golfo de Adén y el océano Índico parece lejos de una solución, al menos a corto plazo. Bandas de piratas somalíes han perfeccionado sus habilidades, ampliado su alcance y capacidad operativa, aparentemente sin inmutarse ante las agresivas vigilancias navales montadas por una flotilla de buques de guerra desplegada en estas aguas. Diversas medidas contra la piratería –desde ataques violentos a presuntas embarcaciones piratas, juicios y encarcelamientos de sospechosos en Kenia y otras jurisdicciones fuera de Somalia– han demostrado ser menos eficaces de lo esperado.
Es evidente que la estrategia impulsada por la alianza naval occidental con tanta fuerza durante dos años no está a la altura de las expectativas. La explicación de esta inefectividad es obvia: la respuesta ha sido predominantemente de carácter militar, aunque cada vez más moderada por los esfuerzos legales, políticos y diplomáticos. Desde 2009 ha habido un cambio en el modo en que se concibe este problema a nivel internacional. El léxico de la política oficial ha cambiado y, al menos retóricamente, todo el mundo ahora suscribe la idea de una estrategia compuesta por intervenciones terrestres y en múltiples frentes, dirigida a combatir las causas en lugar de los síntomas.
Militarización del problema
Por desgracia, la evidencia empírica muestra que ha cambiado poco, y que el énfasis de las respuestas militares y de seguridad se ha mantenido intacto. Más allá de la retórica y las variaciones en matices, la tendencia dominante ha sido militarizar el problema. Contrariamente a las declaraciones oficiales, la estrategia de lucha contra la piratería está dominada por una mentalidad militarista, impermeable a la creciente evidencia de que esta respuesta militar no trata eficazmente un problema complejo y estrechamente ligado a la prolongada crisis de Somalia.
La fuerza militar ha fallado a la hora de poner un alto a la piratería. Las fuertes y extensas vigilancias, y la agresiva búsqueda de embarcaciones sospechosas han desplazado inadvertidamente el problema. Las pandillas de piratas se han movido a aguas menos vigiladas, alejadas de la costa somalí.
Lo más preocupante es que la presión militar está mejorando, sin querer, la adaptabilidad, versatilidad y resistencia de estos piratas. Con el pago de rescates en su punto más alto, los fondos se utilizando para actualizar y modernizar el equipo. Han invertido en lanchas más rápidas, navegación de alta tecnología, equipos de comunicaciones y mejores armas.
En esta competencia aparentemente desigual contra las mejores y más avanzadas armadas del mundo, una variada colección de piratas somalíes está llevando a cabo una campaña de guerrillas de baja tecnología en alta mar. Su impulso e iniciativa no han disminuido y son conscientes de que el tiempo está de su lado.
Retirada táctica
La mayor ventaja táctica de los piratas sobre el enemigo es el tiempo. Son conscientes de que el despliegue naval enemigo no podrá mantenerse por mucho tiemp, y que en algún momento deberá retirarse, ya sea por un cambio en las opiniones domésticas o, más probablemente, por límites presupuestarios, por no mencionar la posibilidad de que surja otra crisis mundial. En vez de desafiar a las armadas, pueden simplemente optar por esperar –disolverse temporalmente y pasar inadvertidos en bases terrestres–. De hecho, ya existe la evidencia de que algunos han optado por esta estrategia, o están dedicándose a otras actividades criminales como el contrabando o secuestro de personas en busca de recompensas. La perspectiva de una retirada táctica es viable, claro está, solo si las operaciones militares no se extienden a tierra firme –como algunos temen– y si las redes de apoyo de los clanes a los piratas sobreviven.
Si una retirada táctica es viable, deberíamos ser escépticos ante las estadísticas positivas presentadas por los militares para demostrar que los ataques piratas son menos frecuentes, demostrando la eficacia de las operaciones navales. Dicho de otro modo, ¿hasta qué punto es esta reducción, si es que acaso es cierta, atribuible a un momento de calma inducido por una retirada táctica y no más bien a una derrota decisiva? En cualquier caso, las sugerencias de que se ha llegado a un punto de inflexión en la lucha contra la piratería serán prematuras en cuanto la presión militar no sea coherente y combinada de modo consciente con estrategias no militares, intervenciones en tierra y destinadas a lograr una solución sostenible a largo plazo.
Desde 2008, las Naciones Unidas han adoptado varias resoluciones. Mientras tanto, se han creado fuerzas especiales, agencias, y se han designado enviados para luchar contra la piratería. Sin embargo, no es evidente que la coordinación global haya mejorado, ni que estemos cerca de acordar una estrategia y plan de acción que todos los actores involucrados estén dispuestos a apoyar. De algún modo, el problema de la piratería se ha vuelto abstracto, de un modo similar que el terrorismo. Lentamente, se lo está sacando de contexto e internacionalizando demasiado, hasta un punto en el que los verdaderos causantes de la crisis en Somalia casi no figuran en el debate. Esto no es accidente. Es intencional, y afectado en gran parte por las tristes experiencias de construcción de estado en Irak y Afganistán. Para ser precisos, unos dirigentes occidentales hastiados de conflicto tienen poco apetito para el trabajo pesado que se necesita para abordar el problema desde la raíz. Sin embargo, la solución sostenible e integral significa exactamente: trabajo pesado.
El prospecto de una solución prolija, obtenida de modo simple y con un costo mínimo en alta mar es tentador, pero simplemente inalcanzable: no hay atajos para lidiar con el problema de la piratería que emana de Somalia. La comunidad global tiene que optar entre embarcarse en un desprolijo, arduo y complicado trabajo de arreglar un Estado fallido, o mantenerse estancado, tratando simplemente los bordes del problema que ahora amenaza con escaparse de las manos.
Para ser justos con la comunidad internacional, muchos entienden que se necesitan esfuerzos ambiciosos y sostenidos para permitir que los somalíes mismos lidien con el problema desde la raíz. Han existido propuestas modestas para entrenar y equipar varias unidades de guardacostas en Puntlandia, Somalilandia y Mogadiscio, más allá de otros modos de asistencia técnica para reconstruir infraestructura de seguridad y judicial local, así como las prisiones. Sin embargo, el progreso ha sido lento, debido a numerosos y conocidos desafíos. Muchos miembros de la comunidad internacional dudan a la hora de involucrarse profundamente, teniendo en cuenta el decepcionante historial de intervención extranjera e intentos de construcción de Estado en Somalia, y la percibida complejidad del conflicto.
La revuelta contra el centro
Pero este pesimismo solo es válido hasta cierto punto. Más allá de Mogadiscio, donde un Gobierno de Transición Federal (GTF) está acorralado por una poderosa insurgencia y –con la ayuda de unos 8.000 miembros de tropas africanas— está intentando desesperadamente recrear un Estado centralizado, la situación no es tan negativa. Además de Somalilandia y Puntlandia, donde hay gobiernos relativamente funcionales y estables, existen pequeñas organizaciones políticas auto gobernadas, organizadas según clanes. A pesar de su fragilidad y los numerosos problemas políticos, económicos y de seguridad, estas organizaciones políticas -como Galmudug, Ximan y Xeeb en el centro de Somalia- están haciendo intentos provisionales para reestablecer la estabilidad y superar el legado de guerra y anarquía. La cantidad desproporcionada de atención que la prensa internacional centró en Mogadiscio y las sombrías historias de violencia y disfunción del GTF menoscabaron el desarrollo positivo y esfuerzos de pacificación llevados a cabo en el centro y norte de Somalia.
Ya que el GTF ha tenido problemas para guiar el proceso de descentralización, las comunidades locales impacientes de la periferia han estado ocupadas durante los últimos cuatro años reconstruyendo las bases de las instituciones estatales regionales, mejorando la armonía intercomunal y experimentando con un estilo de gobierno cuasi democrático y consensual. Están copiando procesos similares a los de Somalilandia y Puntlandia. Es cierto, sin embargo, que estas organizaciones políticas se encuentran lejos de ser estables, y sus logros son tenues y reversibles.
Sin embargo, existen pocas dudas de que la “revuelta contra el centro,” y los intentos de crear administraciones locales viables son genuinos, orgánicos, y están fundados en un amplio grado de apoyo popular. Puede que no parezca obvio, pero el apoyo internacional a estas entidades frágiles y los espacios de “recuperación” en el centro y norte de Somalia son los mejores modos de eliminar la amenaza de la piratería en Somalia.
Para más información:
Luisa Barrenechea, «África y la lucha regional contra el terrorismo». Política Exterior núm. 137, septiembre-octubre 2010.
Miguel Salvatierra, «Piratas globalizados: viejas prácticas, nuevos desafíos». Política Exterior núm. 128, mayo-abril 2009.
Ignacio Gutiérrez de Terán, «El islam en Somalia y la lucha contra el terrorismo». Política Exterior núm. 117, mayo-junio 2007.