¿Tiene Jaroslaw Kaczynski un plan? ¿O están sus decisiones políticas –que suelen precipitarse literalmente de un día para otro– basadas únicamente en una insaciable sed de poder, sin importar el coste? Como líder del partido Ley y Justicia (LJ), Kaczynski ha conseguido mucho en muy poco tiempo: dejar sin poder al Tribunal Constitucional de Polonia, controlar los medios de comunicación públicos y aprobar una nueva ley de la administración que permitirá a su partido colocar a su propia gente en puestos clave de las instituciones estatales. Ahora más que nunca es necesario averiguar hacia dónde se dirige esta blitzkrieg antiliberal.
Kaczynski es el dirigente de facto del país: la primera ministra, Beata Szydlo, y el presidente, Andrzej Duda, se limitan a implementar de manera obediente sus ideas. Durante los últimos años Kaczynski se ha dedicado, con habilidad, a promover el resentimiento, para dotar de credibilidad a su narrativa de Polonia como un país arruinado y ganar apoyos para su idea de reorganizar por completo el Estado. Se ha hecho eco de las preocupaciones socioeconómicas de sus conciudadanos (reales y justificadas), al tiempo que explotaba y ahondaba la división existente en Polonia entre liberarles y conservadores. A estos últimos se dirigía Kaczynski durante el debate en Smolensk, cuando de manera deliberada aludió a la posible complicidad del gobierno polaco con el régimen de Vladimir Putin en el accidente del avión Tu-154 en 2010, que acabó con la vida de 90 personas, incluida la de su hermano, el entonces presidente Lech Kaczynski, y que fue considerado un intento de asesinato por algunos miembros del gobierno.
Comprender su deseo de usar esta última oportunidad para imprimir su sello a la democracia polaca (tras haber fallado de manera miserable en 2005-07) y ser consciente del cinismo que ha impregnado sus acciones hasta la fecha no es suficiente para entender por completo el plan de Kaczynski para Polonia. Que ese “plan” existe está claro: deriva de la visión del mundo de su autor, conformada por al menos tres componentes.
Erigir una “Budapest en Varsovia” ha sido desde hace tiempo un objetivo de Kaczynski
Primero, su convicción de que la democracia liberal, frágil y vulnerable, es una estructura política caduca en este mundo complejo y globalizado. En su lugar, Kaczynski considera necesario un gobierno fuerte que actúe de manera eficiente a favor de la mayoría democrática y, cuando sea necesario, sea capaz de tomar medidas drásticas para llevar a cabo la voluntad de esa mayoría sin las trabas permanentes de un sistema liberal de “pesos y contrapesos”. Viktor Orban ha demostrado en Hungría que ese modelo puede operar con éxito sin que los ortodoxos del liberalismo y otros descontentos puedan presentar una alternativa. Erigir una “Budapest en Varsovia” ha sido desde hace tiempo un objetivo de Kaczynski y ahora da grandes zancadas en pos de ese ideal. Sirva como ejemplo su marginación del Tribunal Constitucional, violando la Constitución.
Segundo, Kaczynski ha mostrado poco interés en asuntos económicos o internacionales; su campo de acción son las cuestiones sociales, históricas, morales y culturales. Ridiculizadas por muchos, las afirmaciones del ministro de Asuntos Exteriores, Witold Waszczykowski, acerca de la mezcla de razas y culturas y de los vegetarianos y los ciclistas como manifestaciones de una opinión dominante de corte liberal en Europa Occidental, son características del partido de Kaczynski y sus votantes tradicionales, en especial cuando se combinan con la retórica acerca de cómo todas ellas amenazan los cimientos del Estado polaco. Estos votantes perciben los procesos orgánicos de liberalización, secularización e individualización que han traído tantos grandes cambios a las sociedades europeas en las últimas décadas como ardides impuestos desde arriba. Consideran que un Estado fuerte requiere una sociedad orientada hacia la comunidad, homogénea, segura de sí misma, que solo podrá hacer frente a las amenazas externas en tanto no se rinda a las corrupciones de Occidente. Las políticas de Kaczynski sobre la memoria y el control de los medios de comunicación públicos están diseñadas para que la comunidad nacional se consolide y apoye en esos valores. Además, un generosa política social que corrija los “excesos neoliberales” de los gobiernos anteriores deberá reforzar la cohesión social. El rechazo del “modelo occidental” como la única opción posible supone asimismo acabar con las políticas de imitación y en su lugar promover una política de innovación que case mejor con las demandas específicas de la economía polaca. A propósito, la mayoría de expertos y políticos, incluso aquellos no afiliados al LJ, consideran lo último como una condición necesaria para que Polonia escape de la inminente “trampa de la clase media”.
Tercero, un tardío ajuste de cuentas con las “redes poscomunistas” que LJ percibe como influyentes en asuntos políticos y económicos. Habría que debatir cuánto cinismo hay en esta crítica. Sin duda, ofrece un pretexto para Kaczynski para lidiar con el odiado establishment de la Tercera República. El servicio secreto, al que ahora han otorgado poderes mucho más amplios (por ejemplo, en el terreno de datos de usuarios en internet) y cuyo liderazgo político ha amasado mayores mecanismos de control, podría desempeñar un papel central en la lucha contra el “sistema”.
A diferencia de Hungría, Polonia tiene una clase media fuerte que no podrá ser tratada con condescendencia y carece de una derecha neofascista comparable a Jobbik
La operaciones encubiertas del partido y la velocidad a la que remodela el Estado sugieren que la visión de Kaczynski está cerca de cumplirse. Pero no cantemos derrota tan pronto. Que el modelo de Orban haya triunfado en Hungría no significa que el de Kaczynski tenga que hacerlo en Polonia. Este tiene el poder para causar un enorme daño a la república liberal polaca en su intento por convertir en una realidad su utopía política y social. Su régimen podría hacer retroceder a Polonia, con cambios institucionales que llevará muchos años revertir. Sin embargo, es dudoso que pueda mantener a largo plazo su liderazgo de opinión social y consolidar su poder. Su victoria electoral no se apoyó en un giro masivo hacia la derecha de la sociedad (giro que nunca se ha producido). Fue por el contrario propiciado por el fracaso de la elite liberal, así como por la amable imagen social y la retórica revolucionaria que LJ usó durante la campaña.
A diferencia de Hungría, Polonia tiene una clase media fuerte que no podrá ser tratada con condescendencia y carece de una derecha neofascista comparable a Jobbik. El proceso de renovación social que LJ trata ingenuamente de revertir ha transformado de manera irreversible buena parte de la sociedad polaca. Tras dos meses de gobierno de LJ, el 50% de los polacos está preocupado por el estado de la democracia, mientras solo un 30% está satisfecho con el gobierno. Decenas de miles están en las calles protestando contra el gobierno, mientras este pone las cosas difíciles con sus políticas a un gran número de círculos sociales, incluidos periodistas, jueces y funcionarios. Si LJ no cambia el rumbo, las protestas no remitirán y no podrán ser sofocadas con facilidad. Para que esta movilización aguante en el tiempo y se traduzca en poder político requerirá un gran esfuerzo por parte de los ciudadanos y la oposición, pero el hecho de que Kaczynski esté malinterpretando su mandato y en parte abusando de él podría costarle caro en los próximos cuatro años, tal vez antes de lo que pensamos.
Este artículo ha sido publicado originalmente en inglés en www.ecfr.eu. Para acceder al original, haga clic aquí.