Con esta conclusión despedía el periodista turco Yavuz Baydar el encuentro mantenido el 6 de marzo entre periodistas, politólogos y eurodiputados sobre la situación interna de Turquía y su relación con la Unión Europea, celebrado por el Parlamento Europeo en colaboración con la Fundación Diario Madrid y la Asociación de Periodistas Europeos. El “de facto auto-golpe de Estado” del presidente Recep Tayyip Erdogan, producto de la deriva autoritaria del régimen, y el reciente fallo del Tribunal General de la Unión Europea conforme la justicia comunitaria no tiene competencia para anular el pacto migratorio entre los Estados miembros y Ankara, dotaron la jornada de una sensación de urgencia y necesidad de cambio.
Dos figuras del sector periodístico turco, uno de los más golpeados por la nueva ola de represión que atraviesa el país, compartieron sus experiencias y opiniones en las mesas redondas. El periodista Cengiz Çandar, experto en relaciones UE-Turquía, no titubeó al reconocer que “existen muchos paralelismos entre la Turquía de hoy y la Alemania de los años treinta”, comparando el intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016 con el incendio del Reichstag alemán en 1933. Çandar hizo hincapié en que la solución, desde Europa, ha de pasar por construir y mantener una posición clara, con un “plan B definido”, que logre obstaculizar “el giro de Turquía hacia la dictadura”.
En su misma mesa, los eurodiputados Juan Fernando López Aguilar y Maite Pagazaurtundúa, del PSOE y de UPyD, respectivamente, mostraban su preocupación por el creciente pesimismo europeísta en la región. Un desinterés ciudadano que produce un voto “muy flojito y muy poquito”, un repunte de la soberanía nacional en los Estados miembros: todo ello abre la puerta a que “energúmenos como el diputado polaco [refiriéndose a Janusz Korwin-Mikke] se multipliquen en el Parlamento Europeo”. Remarcaba López Aguilar que, si bien no se puede negar la existencia real de la amenaza terrorista en Turquía o la emergencia humanitaria en Europa, las respuestas políticas han sido “bestiales” e ineficaces en ambos casos.
Las críticas al pacto entre Estados de marzo de 2016 fueron una constante del debate, un “acuerdo no acuerdo” con Turquía que prometía una gran suma de dinero y agilizar el proceso de adhesión del país –cuya candidatura se remonta a 2005– a cambio de parar el flujo de refugiados que llegaban desde las costas turcas. Un acuerdo internacional que no respeta el Derecho Internacional Humanitario ni el Convenio Europeo de Derechos Humanos, y para el que ya solo caben recursos individuales, como explicaba López Aguilar, de las personas afectadas directamente en sus derechos. Pagaza instó a la ciudadanía a incrementar la presión de la opinión pública sobre los gobiernos, que “sienten vergüenza” del pacto, para conseguir su rechazo formal. La eurodiputada, que inscribe este proceso de cambio político y desafección ciudadana en un “mal de época”, caracterizado por una involución democrática generalizada, se mostraba pesimista acerca de una posible solución rápida y eficaz: “Ha habido tal acumulación de chapuzas que nos va a llevar un tiempo aunque hagamos las cosas correctamente”.
Por su parte, el Parlamento Europeo, falto de “visibilidad y audibilidad” en palabras de López Aguilar, ya ha hecho lo que podía al respecto: en noviembre de 2016 aprobaba una resolución no legislativa solicitando la paralización del proceso de adhesión de Turquía. Una medida “en la buena dirección”, según Çandar, pero que ha generado tensiones con Ankara, molesta ya por el incumplimiento europeo de lo pactado en el acuerdo, como el pago de 3.000 millones de euros o la supresión de requisitos de visado para los ciudadanos turcos. Como respuesta, el gobierno turco está permitiendo que vuelva cierta presión demográfica sobre puntos de paso migratorio desde Turquía (que se suman a los flujos procedentes de la ruta libia), lo que López Aguilar llamó el “chantaje de Erdogan”.
El futuro de Turquía
Pero la presión que pueda ejercer el Parlamento Europeo sobre la Turquía actual parece mínima. El referéndum previsto para el 15 de abril de este año llevaría al país a un presidencialismo de corte autoritario, empoderando al ejecutivo, sin mecanismos de check and balances adecuados y por tanto poniendo en riesgo el propio Estado de Derecho.
La politóloga Ilke Toygur explicaba que ningún escenario posible es positivo. Tanto si sale el Sí y comienza la transición del régimen hasta 2019, como si sale el No, con los partidos opositores –como el pro-kurdo CHP– internamente débiles, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan se haría con el gobierno durante un largo tiempo. Turquía se encuentra ante el riesgo de “caer bajo un régimen de partido único” y, como remarcaba el periodista Yavuz Baydar, la lucha “no es tanto entre Sí [evet] y No [hayir], como entre Sí y No referéndum, pues Erdogan encontraría el modo de aplazarlo si viera peligrar la victoria del Sí”.
Turquía, en su momento laboratorio de un posible islamismo democrático y moderno, está viendo “la destrucción de libertades y derechos desde 2013”. Un sexismo rampante, una obsesión por la seguridad nacional, una vinculación cada vez más estrecha entre religión y Estado, la criminalización de grupos sociales internos (como los kurdos), la censura y clausura de medios de comunicación, y el autoritarismo electoral, son algunos de los rasgos que el periodista resaltaba de esta nueva imagen de Turquía. Una imagen sumamente preocupante, y sobre la que, como coinciden los ponentes, Europa ha perdido la enorme capacidad de influencia que tuvo durante el momento dorado de las relaciones diplomáticas, “que duraron aproximadamente diez años, y al que ya no podemos volver”, se lamentaba Baydar. “Turquía ha sabido jugar con las debilidades de la Unión Europea”, mencionaba el eurodiputado Jonás Fernández, como la ausencia de un mecanismo sólido de vías de entrada segura a territorio europeo. Y ahora Europa se enfrenta al reto de manejar unas relaciones con su vecino y socio ineludible, por cercanía y por historia, desde esta nueva posición.
Como respuesta a una de las preguntas planteadas por la audiencia, Baydar trajo a la luz una idea que le acompaña desde que comenzó a ser testigo de las violaciones de derechos de activistas, periodistas y políticos en Turquía. Para él, una forma de compromiso ciudadano sería una suerte de vinculo entre cada ciudad europea con un preso político turco, difundiendo su situación y haciendo campaña para su liberación. El periodista recordaba que, a pesar de todo, la Unión Europea sigue teniendo un atractivo en Turquía superior al 40%, haciendo quizá posible la creación de ciertos lazos entre sociedades que superen las relaciones políticas, cada vez más alejadas.
En ambas mesas de debate se pelearon dos sentimientos muy diferenciados. Uno de clara fatiga, en Europa por el Brexit, el auge de la extrema derecha y la faceta tacaña y egoísta que Europa ha mostrado en su respuesta ante el flujo de refugiados, no solo con los refugiados, sino con los países fronterizos del Sur; en Turquía por el desmoronamiento del conjunto de libertades que soportan el Estado de Derecho. Otro, sin embargo, de persistente esperanza en una ciudadanía con una posición afianzada en valores y principios, que aprehenda las herramientas de acción política y las haga suyas. En palabras de Maite Pagaza, “tenemos que ser constructivos, pero muy exigentes”. Ella pedía esa implicación para “salvar la Unión Europea”, aunque visto como está el panorama, el mundo entero exige ahora un compromiso real.