Grecia, lo recuerda Financial Times, editorial del 19 de mayo, representa el 2% del PIB de la Unión Europea. Un ictus en Atenas apenas repercutiría en la economía de Europa. Pero no seamos suficientes. Si Grecia se paraliza –dos o tres meses, no más– la sacudida se notaría desde el norte de Finlandia hasta el extremo sur de Tarifa.
Grecia debe pagar al Fondo Monetario Internacional 1.500 millones de euros el mes próximo: pero ha de pagar sobre todo 3.400 millones y luego 3.600 más al Banco Central Europeo en los próximos siete meses.
Hay dos argumentos de peso a favor de un moderado optimismo, cree el FT: la deuda de Grecia es pequeña si se considera a escala europea. Tampoco el pasivo del primer banco dominado por la fuerza de la economía americana, el Banco Mundial, se inquietaría demasiado. Segundo argumento, el esquema financiero griego no es excesivamente complejo. La extendida corrupción es una de sus características destacadas, pero es la lucha interna entre clanes y grupos lo que sobre todo desestabiliza. El talento griego para recolocar la deuda ha sido en los últimos 100 años proverbial. Basta con no hacer demasiadas extravagancias y que cada cual acepte su cuota-parte en la carga general. Dentro y fuera del país.
Con no poco esfuerzo, el gobierno conservador de Antonis Samarás había logrado recuperar la tendencia al crecimiento mientras la deuda griega se estabilizaba a precios asequibles. Pero han bastado apenas cinco meses de gobierno de Syriza, encabezado por Alexis Tsipras, apoyado por su ministro de Finanzas Janis Varoufakis, para que la línea del crecimiento se detenga y la economía griega vuelva a caer. El FMI ha reconocido que una parte sustancial de sus esperanzas eran dudosas o directamente erróneas. El propio Fondo está más y más renuente al libramiento de nuevos préstamos.
Estamos en un punto en que la exasperación del gobierno de Syriza y la exasperación paralela de la zona euro tal vez lleven a un acuerdo que muchos consideran más y más lejano, quizá imposible. Pero Syriza sabe que no sobrevivirá si no habla hoy mismo a sus electores con total claridad. El país no tiene ya recursos para pagar a sus pensionistas como Syriza pretendió. Por tanto, esa promesa debe ser claramente modificada.
Hay un patético final a este comentario. Los griegos han atravesado cinco años tórridos. Se han gastado sumas enormes, por todos los europeos, para mantener a Grecia en el euro. Parece que el descenso, más y más pronunciado, del nivel de vida griego ha sido ya suficiente tragedia. Resultaría todavía más trágico que ese esfuerzo denodado de los griegos, y esa pérdida de recursos, tan necesarios, de los europeos, no sirviera para nada. No, los europeos –y los griegos son europeos– no pueden permitirlo. ¿Es imposible la solución? Quizá no…