“Una organización cómicamente grotesca”. Las palabras con que el humorista británico John Oliver ha descrito a la FIFA son acertadas. No hay duda de que la organización –y su presidente, el suizo Sepp Blatter– es grotesca. Que resulte cómica o no depende, en gran medida, del humor negro del público.
Valga el caso de Brasil. El 61% de los brasileños se opone a que su país sea la sede del Mundial de Fútbol, según una encuesta del Pew Research Center. Parte de esta actitud emana de la incompetencia con que las autoridades brasileñas han gestionado el evento. En Manaus, ciudad aislada en medio de la selva amazónica, se ha construido un estadio de 200 millones de euros. La ciudad ni siquiera tiene equipo de fútbol, por lo que el complejo servirá únicamente para cuatro partidos. Peor aún es el caso del Mane Garrincha, en Brasilia. El segundo estadio más caro del mundo (665 millones de euros) se ha construido en una ciudad que tampoco tiene equipo propio. Las principales constructoras del país han donado sumas ingentes a las campañas de elección de congresistas y senadores, por lo que se asume un grado de corrupción elevado. Lo escandaloso es que las obras, con frecuencia, han requerido expulsar de sus casas a los habitantes de favelas, que se han visto desplazados sin ninguna consideración. Se calcula que entre 150.000 y 250.000 brasileños han sido víctimas de estos abusos.
El otro motor del desencanto es la propia FIFA. La organización, supuestamente una entidad sin ánimo de lucro, ingresará la mayor parte de los beneficios del Mundial. Lo hará, además, sin tributar a la hacienda brasileña: se calcula que la FIFA esquivará casi 200 millones de euros en diferentes tipos de impuestos. La organización también ha obligado a Brasil a realizar concesiones imprudentes, como la venta de cerveza en estadios (previamente prohibida, al demostrarse que causaba enormes daños a la salud pública). Ocurre que Budweiser es uno de los principales patrocinadores del Mundial.
Si el caso de Brasil resulta indignante, es anecdótico en comparación con el de Catar. En el emirato, anfitrión del Mundial de 2022, la temperatura en verano alcanza los 50 grados. La construcción de la infraestructura se está llevando a cabo mediante la labor forzada de inmigrantes indios y nepalíes. Los trabajadores deben entregar su pasaporte a sus jefes en cuanto entran en el país. Viven hacinados y trabajan sin condiciones mínimas de seguridad. Amnistía Internacional denuncia que son tratados “como ganado”. En septiembre, The Guardian reveló que habían muerto decenas de nepalíes. Se calcula que la cifra total de muertos, si continua la explotación actual, alcanzará los 4.000.
La elección de Catar como sede del Mundial es el epítome de los problemas que afectan a la FIFA. Según France Football, tanto Sandro Rosell como Florention Pérez apoyaron la candidatura del emirato. El Barcelona debe a la Qatar Foundation su saneamiento económico. El presidente del Real Madrid, por su parte, controla Hochtief, una constructora alemana con participación catarí. Hochtief ha recibido encargos colosales de cara al mundial, incluyendo la construcción de un centro comercial de ocho kilómetros de largo y la ciudad-isla de Lusail, que acogerá a 200.000 residentes. Pero la pieza clave en la operación, según la revista, fue Ángel María Villar, presidente d la Federación Española de Fútbol. El trato incluía el apoyo de Catar a la candidatura de España y Portugal para el Mundial de 2018 (que, a pesar de todo, tendrá lugar en Rusia).
France Footbal concluye acertadamente: “Más que una competición de fútbol, el Mundial de 2022 es una apuesta económica en la que se cruzan los intereses de dos naciones”. El propio Blatter ha estado en el centro de la polémica generada por la elección de Catar. Incluso su propia organización se volvió contra él hace dos años, en un motín que zanjó a golpe de chantaje. Tras casi cuarenta en la FIFA, el suizo conoce al detalle todas y cada una de sus corruptelas internas.
Ni siquiera eso le ha valido para evitar una segunda rebelión. Las recientes peticiones de su dimisión, presentadas tanto por asociaciones de fútbol europeas como por Michel Platini, presidente de la UEFA, tal vez sean un primer paso hacia la reforma de la FIFA. La organización no cambiará simplemente reemplazando a su presidente, pero la medida constituiría un primer paso necesario.