Poco más de una semana después de la toma del poder por parte del general Abdelfatah al Burhan, Sudán continúa sumido en el caos. Una parte de la sociedad civil, representada por la coalición Fuerzas de la Libertad y el Cambio (FFC), ha llamado a la desobediencia civil. En los últimos días, los enfrentamientos han sido violentos y han provocado cientos de detenciones, muchos heridos y algunas víctimas entre los civiles. Aunque es demasiado pronto para decir cómo va a evolucionar la situación general en Jartum, los acontecimientos del último mes han puesto de manifiesto el entrelazamiento de las dimensiones políticas locales y regionales de la crisis sudanesa.
Desde la revolución de 2019 que llevó al derrocamiento del régimen de Omar al-Bashir, la transición política de Sudán ha sido el centro de las preocupaciones de algunos actores regionales como Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Egipto. La llamada troika árabe no solo ha seguido de cerca los acontecimientos sudaneses, sino que ha tratado de orientarlos mediante apoyo financiero y diplomático. La actuación de los tres actores regionales se ha basado en un entendimiento compartido sobre el futuro de Sudán. Sin embargo, en el último año sus posiciones han divergido de manera progresiva. Algunos acontecimientos internacionales, como la llegada de una nueva administración en Estados Unidos, han provocado este cambio.
Las decisiones de política exterior tomadas por cada uno de los actores, sobre todo la reactivación de la proyección africana de Egipto, han contribuido a acelerar el proceso. En consecuencia, para promover sus intereses dentro de Sudán, cada uno de los actores regionales ha optado por reforzar vínculos con alguno de los actores políticos sudaneses. La actitud cautelosa adoptada por Riad tras la elección de Joe Biden llevó a Arabia Saudí a retirarse de los asuntos políticos sudaneses, aunque manteniendo los vínculos financieros. Hasta ese momento, Arabia Saudí había apoyado a Al Burhan. El vacío lo llenó Egipto, que vio en el general sudanés un socio fiable y afín.
«El vacío dejado por Arabia Saudí en Sudán lo llenó Egipto, que ha visto en el general Al Burhan un socio fiable y afín»
La relación de confianza entre el presidente de Egipto, Abdeltafath al Sisi, y Al Burhan se basa en los vínculos militares bilaterales. Los dos últimos meses han mostrado la importante convergencia de intereses en materia de seguridad entre Sudán y Egipto, sobe todo en relación a Etiopía y la cuestión del Gran Embalse Etíope del Renacimiento. En cambio, las autoridades egipcias ven con recelo al general Mohamed Hamdan Dagolo, conocido como Hemeti. El Cairo considera que el jefe de las Fuerzas de Apoyo Rápido no es de fiar porque era demasiado cercano al régimen anterior.
En los últimos años, Hemeti, que controla muchos de los activos financieros del ejército, ha operado con el apoyo de Abu Dhabi. Aunque no se puede hablar de una fractura dentro de la troika, no cabe duda de que las visiones están menos alineadas que hace unos meses. Egipto ha comenzado a percibir la presencia e influencia de las dos monarquías del Golfo en el Cuerno de África como una injerencia en lo que considera su ámbito natural de influencia.
Las diferencias entre los actores regionales se han ligado así a la rivalidad intramilitar entre las Fuerzas Armadas de Sudán y las Fuerzas de Apoyo Rápido. La alianza de conveniencia entre Al Burhan y Hemeti no ha abordado los motivos del conflicto. La rivalidad tiene que ver con el liderazgo político del país y el control de las más de 250 empresas sudanesas propiedad de los militares. Aunque latente, la rivalidad está siempre a punto de estallar.
Desde el golpe de Estado, Hemeti y sus fuerzas han adoptado una posición mucho más difuminada en comparación con Al Burhan y el ejército sudanés. La decisión de esperar a ver qué sucede podría permitir a Hemeti conservar el poder, incluso ganarlo, si el golpe de Al Burhan fracasa. Por el contrario, es probable que la pugna entre las Fuerzas Armadas de Sudán y las Fuerzas de Apoyo Rápido se recrudezca a medio plazo si el golpe de Al Burhan tiene éxito. En ese caso, sus patrocinadores externos correrían el riesgo de verse arrastrados a bandos opuestos. Una eventualidad que contribuiría a enfriar aún más la relación entre Egipto y Emiratos Árabes Unidos.
En las próximas semanas, para desactivar este peligro, Al Burhan podría aprovechar una crisis interna o fronteriza –en la frontera entre Sudán y Etiopía en Al-Fashaga– para reagrupar a las fuerzas de seguridad y desviar la atención de Jartum.
Artículo publicado originalmente en inglés en la web de The International Spectator, la revista del Istituto Affari Internazionali (IAI).