10.000 entradas vendidas en 30 segundos. ¿Para un concierto de Justin Bieber? No: para una misa del Papa en Filadelfia. 93.000 personas solicitando asistir a una procesión callejera en Nueva York. ¿De Carlinhos Brown? No: de Francisco montado en un Jeep Papamóvil. La visita del pontífice a Estados Unidos (su primer viaje a este país), del 22 al 27 de septiembre, está causando furor. Especialmente en Washington, donde demócratas y republicanos se pelean por su visto bueno.
Ni el fondo ni las formas del viaje son convencionales. En un intento de llamar la atención sobre el drama de la inmigración y el auge de la xenofobia en EE UU, Francisco consideró entrar en el país a través de la frontera con México. La idea quedó descartada por resultar excesivamente política. Pero el Papa aterrizó ayer proveniente de Cuba, donde se reunión con Fidel Castro. La mediación del pontífice ha resultado imprescindible para normalizar las relaciones entre la isla y EE UU.
El plato fuerte de esta visita es un discurso en el Capitolio –el primero que pronuncia un Papa ante el Congreso y el Senado– programado para la mañana del 24. Aunque los católicos solo constituyen un 22% de la población de EE UU, actualmente están sobrerrepresentados en la política nacional. El vicepresidente, seis de los nueve miembros del Tribunal Supremo y el 31% de los legisladores en Washington son miembros de esta fe. También se trata de un electorado esencial: desde 1972, ningún candidato a la presidencia ha ganado el voto popular sin hacerse con una mayoría del voto católico. Es de esperar, por lo tanto, que republicanos y demócratas intenten arroparse con aquellas partes del discurso del Papa que resuenen con sus posiciones políticas.
En el pasado, un acto como este hubiese beneficiado claramente al Partido Republicano. Juan Pablo II y Ronald Reagan compartieron un conservadurismo anticomunista que los convertía en uña y carne. Los republicanos esperan sacar punta a cuestiones sociales como el aborto y el matrimonio gay, donde las posiciones conservadoras de la Iglesia chocan con las del Partido Demócrata. El momento no podría ser más propicio: dos sentencias recientes de la Corte Suprema facilitarán la legalización de matrimonios homosexuales a nivel nacional. Además de indignarse con esta sentencia, la derecha se ha volcado en una campaña contra el aborto, amenazando –una vez más– con bloquear la financiación del gobierno federal.
A pesar de todo, son los republicanos los que tienen mayores posibilidades de salir escarmentados por el discurso del Papa. El progresismo de Francisco, y el giro que bajo su mandato ha emprendido la Iglesia Católica, coge al partido a traspié.
En el caso de la inmigración, la enérgica llamada a la compasión del pontífice chirría con las posiciones de un partido atrincherado en la intolerancia. Entre los candidatos republicanos a la presidencia, el debate sobre la inmigración gira en torno a quién construiría una valla más grande en la frontera con México.
No es un caso aislado. Laudato si, la encíclica papal publicada en junio, aboga por un plan de choque contra el calentamiento global. Se trata de un fenómeno que para la mayoría de los republicanos ni siquiera es real. El documento también arremete contra el capitalismo desregulado por el que la derecha lleva apostando más de treinta años: “La política no debe someterse a la economía”, escribe el Papa, que llama a reaccionar ante “el clamor de los pobres”. Todo ello es inconcebible para el actual Partido Republicano.
El choque entre las prioridades del pontífice y las de muchos católicos conservadores ya se hace sentir en las primarias republicanas. De los quince candidatos a la presidencia, seis son católicos y han tenido que distanciarse de las posiciones del Papa. Paradójicamente, la popularidad de Francisco en EE UU no hace más que aumentar.