De izquierda a derecha, Markus Söder, ministro-presidente de Baviera, y Horst Seehofer, ministro del Interior federal y presidente de la CSU (Múnich, 15 de octubre de 2018). GETTY

El final de la excepción bávara

Diego Íñiguez
 |  15 de octubre de 2018

La caída de más de 10 puntos de la Unión Socialcristiana (CSU) y del Partido Socialdemócrata (SPD) confirma un cambio radical en el peculiar sistema político de Baviera, donde un partido hermano, pero independiente, de la Unión Cristianodemócrata (CDU) obtenía invariablemente mayorías absolutas que le aseguraban una voz autónoma y un peso propio en la política nacional. Concluir que “la vieja CSU ha muerto”, como titula el Süddeutsche Zeitung, el gran periódico de Múnich, resulta precipitado: es cierto que la CSU no había tenido un resultado tan bajo desde los años cincuenta y que pierde una mayoría absoluta que conservaba desde los sesenta. Pero superar el 37% deja a los democristianos bávaros por encima de sus conmilitones en muchos Estados alemanes. Si sus compañeros de Hesse obtuvieran dentro de dos semanas un resultado parecido, quizá salvaran a la coalición nacional de Angela Merkel de una crisis seria. Porque el resultado catastrófico es el del SPD, que en Baviera pierde más de la mitad de sus votos y queda relegado al quinto puesto, y en el nivel nacional sufre una fuerte presión para que cambie a sus dirigentes y abandone la gran coalición presidida por la canciller.

Los Verdes han doblado sus votos en comparación con las elecciones de 2013, y superan ya ampliamente a los socialdemócratas, como en el vecino e igualmente próspero Land de Baden-Württemberg. Podrían formar gobierno con los socialcristianos, pero no parece que vaya a ser esa la solución: tienen más probabilidades los Electores Libres (Freie Wähler), un grupo que ha desarrollado una labor parlamentaria eficaz, centrada en causas sociales y educativas, muy arraigado en la política local y nutrido por antiguos votantes socialcristianos.

 

Baviera_resultados elecciones 2018

Fuente: El Electoral

La política de confrontación con la canciller Merkel y sus políticas liberales, especialmente en materia de asilo e inmigración, del grupo dirigente socialcristiano ha sido un gran fracaso. Ha debilitado fatalmente a la canciller y a su gobierno de coalición con los socialdemócratas, no ha impedido la sangría de votos conservadores de los socialcristianos, les ha hecho perder también votantes de centro y ha alimentado a la Alternativa para Alemania (AfD), que entra en el Parlamento bávaro superando al SPD. El mayor culpable ha sido Horst Seehofer, anterior ministro-presidente bávaro y actual ministro nacional del Interior, que con una dureza retórica y un tacticismo dudosamente compatibles con su cargo ha debilitado a la canciller, a la coalición y a su partido.

A los cristianodemócratas les ha faltado una sensibilidad social que antes era proverbial. Les ha sobrado la constante y visible pelea entre Seehofer y su sucesor, Markus Söder, que tiene más fácil salvarse porque cualquier coalición posible sigue requiriendo a la CSU. El ascenso de Los Verdes, en un Land que sigue siendo mayoritariamente conservador, ha sido patente en las ciudades –son el partido más votado en Múnich– y refleja una evolución social que han entendido mejor ellos y los Frei Wähler que la CSU. El grupo dirigente de ésta, integrado casi exclusivamente por señores de cierta edad vestidos con trajes oscuros, es cada vez menos representativo en ciudades como Múnich, en la que policías gays de uniforme explican en su stand del Cristopher Day cómo sirven a una comunidad cada vez más diversa. Los votantes conservadores de posiciones extremas han preferido a la AfD. Los más liberales económicamente, en un Estado que recibe cada año a decenas de miles de nuevos habitantes alemanes e inmigrantes, tiene un paro del 2,7% y sufre una patente burbuja inmobiliaria, han preferido a los liberales del FDP, que vuelve por los pelos a la asamblea bávara.

Los Verdes hace mucho tiempo que no son solo ecologistas: son una izquierda urbana, que defiende causas sociales, valores de libertad, la garantía de los derechos constitucionales y la preservación de una comunidad internacional regida también con criterios morales. Han pasado del 8,6% al 17,5% y se consolidan como los herederos de los socialdemócratas entre los votantes urbanos. No son todavía un gran partido como la CDU o antes el SPD: son, acierta un analista, “el partido del nuevo estilo de vida”, concentrado en el bienestar y en valores no solo arraigados en la izquierda. Acertaron sorteando la polémica sobre la política de asilo, de la que Seehofer no dejó salir a su partido. Una parte de ellos querría formar una coalición con la CSU, como la que gobierna con razonable éxito el vecino Land de Baden-Württemberg. Pero su ala izquierda se resiste y recuerda las diferencias con aquellos en materia de asilo, control de fronteras, las tareas de la policía y las libertades o la retórica sobre las minorías.

La caída SPD parece imparable: queda ya como uno más de los partidos menores. Ha bajado del 20,6% al 9,7% y queda en quinto lugar. Sus alcaldes –en Múnich, donde el mayor partido han sido Los Verdes con un 27%, y Nürnberg– tiemblan. La política nacional ha influido con bastante seguridad y se verá afectada por la debacle: la poltrona de su presidenta, Andrea Nahles, se tambalea y hay voces amigas y adversarias que piden el fin de una gran coalición que parece llevara los socialdemócratas a la extinción. Sus líderes nacionales siguen siendo grises, con un fuerte aroma a aparato. No logran ser vistos como una opción por los votantes más jóvenes, ni por los de las ciudades comprometidos con posiciones de izquierda, medioambientales, de defensa de los derechos y libertades o internacionalistas.

La parte esencial de los votos de los Freie Wähler y la AfD procede de la CSU, pero no hay que confundirles. Los primeros tienen buenas estructuras en el territorio y mucho poder local. Han hecho una buena labor de oposición y propuesta en cuestiones socialmente muy relevantes –la eliminación de las tasas educativas, la vuelta al bachiller de nueve años en el prestigioso sistema educativo público– y tienen un buen dirigente, Hubert Aiwanger, que probablemente sea el próximo vicepresidente regional. Su programa coincide en muchos puntos con el de la CSU –más policías, más profesores, más ayudas a los agricultores– y sus votantes no son menos conservadores que los de aquellos.

Que la AfD entre en la asamblea bávara con más del 10% de los votos es una mala noticia, pero no una sorpresa: con Baviera, está ya representada en 15 de los 16 Länder. Pero entre sus partidarios es patente la decepción. Esperaban más, pero los votos que pierden los socialcristianos se reparten entre muchos contendientes.

El actual ministro-presidente, Söder, ha anunciado que hablará “con todos los partidos burgueses”, salvo con la AfD y que quiere un “pacto burgués”, lo que apunta antes a los Freie Wähler que a Los Verdes, cuyo programa encuentra muy alejado en algunas materias. Con una coalición así, más fácil de dirigir, logrará continuidad y estabilidad, pero no la renovación y el aggiornamento que necesitan su partido y los grandes asuntos del desarrollo agrario y la protección de la naturaleza, tan esenciales para los socialcristianos como para Los Verdes.

Los resultados tendrán consecuencias inevitables en la política nacional, aunque los dos grandes partidos intentan aplazarlas dos semanas, hasta las elecciones de Hesse, el tercer gran (y próspero) estado bajo la Weiss-Wurst-Linie, la línea de la salchicha blanca que separa el Norte del Sur de Alemania. A Seehofer le costará seguir siendo ministro del Interior, como a Nahles seguir dirigiendo al SPD. Merkel puede perder la presidencia de la CDU, en un nuevo paso de una lenta agonía política. Si el resultado en Hesse fuera catastrófico para el SPD y la CDU, podría romperse la gran coalición que preside.

Los grandes cambios políticos reflejan, sin duda, tendencias sociales. Pero el liderazgo, bueno o malo, sigue siendo decisivo. Con su vanidad, su deslealtad y su equivocada política de acercarse a una derecha que se sitúa fuera de los valores de la excelente democracia liberal alemana, Seehofer ha sido el principal responsable de la derrota socialcristiana y del debilitamiento de la posición de Merkel y su gran coalición. Lo ha sugerido discretamente la secretaria general de la CDU, fiel aliada de la canciller, que se ha referido al tono y el estilo, manifiestos en las peleas internas atizadas por aquel en la política nacional, y los temas elegidos para la campaña (otra vez la política de asilo) como las causas de que los democristianos no hayan obtenido un resultado mejor. El resultado es un aviso, pero hay que esperar a las elecciones de Hesse, concluye la secretaria general. “Angela Merkel ya no es tan indiscutible como durante las dos y media o tres legislaturas anteriores”, ha dicho Wolfgang Schäuble, ahora presidente del Bundestag y siempre amargo rival de aquella. Hacen falta debates y reestructuraciones, advierte. Y Merkel será reelegida previsiblemente presidenta de la CDU en el congreso de principios de diciembre, “si se presenta”. Todo depende de lo que ocurra en Hesse, donde el actual ministro-presidente democristiano, Volker Bouffier, trata de seguir siéndolo con encuestas que no le dan más del 27%-28%.

Entretanto, Baviera ha dejado de ser la excepción bávara. La CSU, antes absolutamente mayoritaria, queda muy debilitada en un Land conservador, con una fuerza semejante a la de la CDU en otros Länder. Pero es el único gran partido superviviente y sigue siendo el eje de cualquier gobierno regional posible, que seguirá presidiendo su ministro-presidente actual. El intento de Seehofer de quitar oxígeno electoral a la AfD llevando a la CSU a la derecha, especialmente en torno a la cuestión migratoria, ha sido un fracaso, que no ha impedido la entrada de aquella en el Parlamento, ha alejado a votantes de centro de la CSU y ha debilitado aún más su propia posición, la de la canciller Merkel, la de los antiguos grandes partidos turnantes y al gobierno de la gran coalición.

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