Aunque queda la segunda vuelta del proceso electoral presidencial uruguayo, lo ocurrido los domingos 20 y 27 de octubre en las urnas en Bolivia, Argentina, Uruguay y Colombia permite hacer balance del año electoral en América Latina. Es cierto que la disolución del Congreso peruano y, sobre todo, la gente en las calles en dos países donde la ciudadanía no estuvo convocada a las urnas (Ecuador y Chile), ha llamado la atención por los graves incidentes vividos en términos de la convivencia, pero especialmente, por el impacto que las movilizaciones sociales han tenido para hacer cambiar drásticamente políticas gubernamentales. Sin embargo, la dinámica electoral ha seguido estando presente en Panamá, Guatemala, Bolivia, Argentina y Uruguay en el nivel presidencial y legislativo, junto con El Salvador, solamente en el ámbito presidencial. Esto significa la tercera parte del conjunto de países de la región. Lo electoral también ha estado presente en Colombia, en el ámbito municipal y departamental, y en República Dominicana, con elecciones primarias de cara a los comicios que se celebrarán en el primer semestre de 2020.
La vigencia del papel de lo electoral en una región que, con ciertas excepciones bien conocidas, ha consolidado la dimensión de la democracia como un elemento que hay que tener en cuenta y enfatizar. La elección presidencial en cinco de los seis países citados rige la posibilidad de segundas vueltas, ya que se requieren mayorías cualificadas. Solo Panamá elige a su presidente por mayoría simple.
En los casos de segundas vueltas, El Salvador, Guatemala y Uruguay requieren que el ganador obtenga la mitad más uno de los votos, mientras que en Argentina y Bolivia se puede alcanzar la presidencia si en la primera vuelta, una candidatura alcanza el 40% de los sufragios y una diferencia de 10 puntos frente al segundo; o supera el 45% (Argentina). Por su parte, en Bolivia, de no tener mayoría absoluta en la primera vuelta es necesario que el vencedor supere el listón del 40% y saque 10 puntos al segundo.
En general, los resultados de los comicios presidenciales y legislativos han generado un escenario político que tiene seis características comunes:
En primer lugar, las contiendas electorales han dado ganadores claros con márgenes suficientemente nítidos para definir al vencedor, contando con el reconocimiento de los perdedores y de la comunidad internacional. La excepción se sitúa en Bolivia, donde existen dudas razonables de que el margen entre Evo Morales y Carlos Mesa sea inferior a 10 puntos porcentuales, en contra de lo que ha señalado el Tribunal Electoral, lo que llevaría a una segunda vuelta. No hubo necesidad de segunda vuelta en El Salvador ni en Argentina (ni en Bolivia, con la salvedad señalada). En El Salvador el vencedor sacó 26 puntos porcentuales al segundo; 16 fueron los puntos que separó a estos candidatos en Guatemala; 10,5 en Uruguay; 8 en Argentina y 4,6 en Panamá.
En segundo término, a grandes rasgos, los sondeos de opinión previos a las elecciones presidenciales acertaron las tendencias de las preferencias del electorado que luego validaron los votantes.
En tercer lugar, la participación electoral se ha situado en la media tradicional de estos países: más baja en los casos centroamericanos y alta en el resto. La participación en Uruguay ha sido del 90% en la primera vuelta; en Bolivia del 89,6% y en Argentina del 80,8%. Por su parte, en Panamá alcanzó el 73% y en El Salvador el 52%, mientras que en Guatemala fue del 56% y del 43% en primera y segunda vuelta, respectivamente. Datos que, en este terreno, no validan el reiterado argumento del desencanto con la democracia.
En cuarto lugar, todos los vencedores presidenciales son varones y tienen una edad que va de los 38 años del salvadoreño Nayib Bukele a los 66 años de Laurentino Cortizo (Panamá). Todos cuentan con experiencia política previa y solo en El Salvador y en Guatemala no han tenido una vinculación estrictamente partidista llegando al poder con plataformas ad hoc.
Presidencias en minoría
En cinco de los seis países, los presidentes tendrán que lidiar con congresos en los que estarán en minoría. En el caso de que en Uruguay gane el candidato del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou, invirtiendo el resultado de la primera vuelta, no tendrá mayoría, pero podrá alcanzarla en alianza con dos partidos ideológicamente próximos. Si se confirma el triunfo de Morales en Bolivia, el presidente sí contará con mayoría en sendas cámaras.
Por último, hay que señalar que en Argentina, El Salvador, Guatemala y Panamá ganaron candidatos no oficialistas validando la alternancia. Aunque no es habitual en América Latina, se ha dado el caso de que uno de los dos presidentes que buscaba la reelección perdiera, vivido con Mauricio Macri en Argentina. En Bolivia, por el contrario, parece revalidarse el continuismo. Según las encuestas, hay muchas posibilidades de que en Uruguay también se produzca la alternancia. Respecto a la orientación ideológica de los nuevos presidentes, la centroizquierda se impone en Argentina, el centro en El Salvador y Panamá y la centroderecha en Guatemala. Con las salvedades señaladas más arriba, Bolivia mantendría un gobierno de izquierda y Uruguay cambiaría hacia uno de centroderecha.
Por su parte, con una participación ligeramente superior al 60%, el electorado colombiano ha castigado a los candidatos próximos al gobierno nacional y al uribismo en las principales ciudades, y ha optado por opciones de centroizquierda en Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga y Cartagena. Por su parte, en República Dominicana el principal efecto político de las elecciones primarias ha sido el abandono del Partido de la Liberación (PLD) de unos de sus fundadores en 1974 y tres veces presidente Leonel Fernández. Tras perder las elecciones y no reconocer el proceso, Fernández ha sido propuesto como candidato presidencial por tres formaciones políticas dominicanas para las elecciones de mayo de 2020.
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