Hasta el año pasado, Kazajistán era considerada una autocracia progresista: un modelo para otras antiguas repúblicas soviéticas, nada menos. El modelo de transición puesto en marcha en 2019 había atraído el interés de Moscú. En 2022, sin embargo, todo ha cambiado. Al menos 164 personas han muerto en los peores disturbios masivos que ha vivido el país desde su independencia de la Unión Soviética, y el régimen gobernante se ha visto obligado a pedir ayuda a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC): es decir, a Rusia. En medio del caos de los acontecimientos, algunos detalles importantes son imposibles de determinar, pero una cosa está clara: la era del control del expresidente Nursultán Nazarbáyev sobre Kazajistán ha llegado a su fin.
La crisis comenzó a principios de año con protestas en el oeste de Kazajistán contra los precios del combustible, que se habían duplicado desde que el gobierno levantó el límite de precios. A partir del 3 de enero, las protestas se extendieron en apenas 24 horas –con la ayuda de las redes sociales– por todo el país en una explosión de descontento general.
La raíz de las actuales protestas radica en el hecho de que en los últimos dos años el bienestar material de muchos kazajos se ha deteriorado notablemente. La inflación subió desde el 7,5% en 2020 al 8,9% en 2021. Fue incluso más alta en los productos de alimentación: 11,3% en 2020 y 10,9% en los primeros 11 meses de 2021. En 2020, la cantidad de préstamos personales alcanzó un récord, creciendo un 12,3% en comparación con el año anterior.
La pandemia ha golpeado con fuerza el mercado laboral de Kazajistán. Según una encuesta exprés de la Unión Económica Euroasiática, la tasa oficial de desempleo subió un 12% en 2021. Los más perjudicados fueron los emigrantes nacionales, en su mayoría hombres jóvenes –la edad media en Kazajistán no llega a los 32 años– que se trasladan a las grandes ciudades desde provincias para encontrar trabajo. Muchos de ellos perdieron una parte importante de sus ingresos debido a los estrictos cierres impuestos por el Covid-19. Al mismo tiempo, la caída de los precios del petróleo en el primer semestre de 2020 afectó a los ingresos presupuestarios, lo que significa que la capacidad del gobierno para extinguir el descontento latente arrojando dinero sobre él también era limitada.
Violencia en Almaty
El destino más popular entre los emigrantes nacionales en Kazajistán –aparte de la capital, Nursultán– es la antigua capital, Almaty. No es de extrañar, por tanto, que Almaty se convirtiera en el centro de las protestas. De las más de 1.300 protestas que tuvieron lugar en Kazajistán entre 2018 y junio de 2021, la mayoría sucedieron en Almaty. La ciudad también ha visto aumentar su tasa de criminalidad, que se cuadruplicó entre 2007 a 2017.
El gran número de jóvenes frustrados sin nada que perder es la explicación más probable para la rapidez con que las protestas se radicalizaron y se volvieron violentas. Los manifestantes se enfrentaron a las fuerzas del orden y comenzaron los saqueos, alimentados por el alcohol barato consumido durante las celebraciones de Año Nuevo y, al parecer, llevados a cabo sobre todo por jóvenes enfadados y empobrecidos de la ciudad, así como de los pueblos locales y las pequeñas ciudades del sur de Kazajistán.
«Los alborotadores no tenían un liderazgo centralizado ni una agenda política, salvo provocar el caos»
En Almaty, la multitud asaltó tiendas de armas y supermercados, cajeros automáticos, incendió coches y se apoderó de vehículos militares blindados. También asaltaron el edificio de la administración local, la fiscalía, el edificio del Comité de Seguridad Nacional, los estudios de televisión y otros lugares, y muchos quedaron destruidos o quemados. El aeropuerto de Almaty también fue ocupado durante varias horas. Las pruebas disponibles hasta ahora sugieren que los manifestantes armados no tenían objetivos estratégicos más allá del caos y el saqueo: los edificios administrativos fueron quemados y saqueados, pero nadie intentó retenerlos después. Los alborotadores tampoco plantearon ninguna reivindicación política. La falta de un liderazgo centralizado de las múltiples bandas y la ausencia de una agenda política que no fuese el caos son la clave en este caso, pero también influyeron las décadas de represión de la oposición por parte del gobierno kazajo.
En su discurso del 7 de enero y durante una cumbre virtual de la OTSC el 10 de enero, el presidente del país, Kasim-Yomart Tokáyev, afirmó que las acciones de “terroristas y matones” formaban parte de un intento de golpe de Estado desde dentro, respaldado por fuerzas extranjeras hostiles, aunque no ha señalado a ningún país en particular. Ya se ha anunciado la creación de una comisión para investigar los hechos, pero es poco probable que pueda dar una respuesta objetiva a la cuestión de si las protestas fueron totalmente espontáneas o si tuvieron organizadores en el país o en el extranjero. En su discurso, el presidente ya se adelantó a los resultados de la investigación cuando acusó a fuerzas extranjeras de coordinar las protestas. Está claro que las conclusiones de la comisión convendrán al régimen, o para ser más específicos, al propio Tokáyev, cuyo papel en la estructura de poder de Kazajistán ha cambiado en la última semana, así como a los dirigentes del estamento de seguridad, que ahora pueden culpar de sus propios fracasos a poderosos enemigos internos y a sus patrocinadores extranjeros.
El fin del tándem Tokáyev-Nazarbáyev
La situación en Kazajistán podría seguir evolucionando de diferentes maneras, pero por ahora parece que Tokáyev es el mayor beneficiado de la crisis actual. Hasta hace poco, era el socio menor del tándem gobernante de Kazajistán formado por Takáyev y su predecesor, Nazarbáyev, que gobernó el país desde su independencia hasta 2019, casi 30 años. Tokáyev, de 68 años, se encontró en 2019 en la cima de la pirámide del poder a raíz de una operación de transición puesta en marcha por el ahora octogenario Nazarbáyev poco después de la muerte del presidente del vecino Uzbekistán, Islam Karimov, en 2016.
Tras haber visto de primera mano lo que la muerte repentina de un líder autoritario puede significar para su legado y su familia –una de las hijas de Karimov, Gulnara, fue detenida en vida de su padre y hoy cumple una larga condena en prisión, mientras que la otra se deshizo de todos los bienes importantes en Uzbekistán y no se deja ver por allí–, Nazarbáyev comenzó a preparar un traspaso de poder controlado. El primer paso fue nombrar a Karim Masimov, el miembro de mayor confianza de su equipo –antes había dirigido el gobierno y la administración presidencial– como jefe del Comité de Seguridad Nacional (KNB), el servicio de seguridad más poderoso del país.
A pesar de la confianza depositada en él, Masimov no podía aspirar a suceder a Nazarbáyev debido a los prejuicios que existen contra él en Kazajistán, donde la opinión pública considera que Masimov es uigur y no de etnia kazaja. No obstante, fue seleccionado como el candidato ideal para supervisar la transición de poder desde su atalaya en el KNB.
«Como presidente del Consejo de Seguridad, Nazarbáyev conservaba una enorme autoridad: podía no solo fijar el rumbo estratégico del país, sino también vetar muchas de las decisiones de su sucesor»
Después de muchas dudas, Nazarbáyev eligió a Tokáyev, un leal diplomático de carrera, como su sucesor. Al haber pasado muchos años trabajando en el extranjero, Tokáyev carecía de un equipo propio dentro de la estructura de poder, lo que podría haber supuesto una amenaza para Nazarbáyev.
Tras sorprender a la nación con su renuncia a la presidencia en 2019, Nazarbáyev mantuvo el control de los resortes formales e informales del poder. Una ley sobre el estatus del primer presidente del Kazajistán postsoviético garantizaba su seguridad personal, mientras que, como presidente del Consejo de Seguridad, conservaba una enorme autoridad: podía no solo fijar el rumbo estratégico del país, sino también vetar muchas de las decisiones de su sucesor. La influencia de Nazarbáyev se vio reforzada por la presencia de Masimov al frente del KNB y de otros protegidos suyos en otros puestos de poder.
El tándem gobernante en Kazajistán parecía funcionar sin ninguna crisis: al menos, ninguna perceptible para los observadores externos, aunque los conocedores informaban de crecientes tensiones entre los despachos de los dos líderes. La salud de Nazarbáyev ha sido un factor clave en la dinámica de poder del tándem. A medida que la salud del primer presidente comenzó a deteriorarse, el poder y el control de Tokáyev sobre la burocracia nacional comenzaron a crecer. En el transcurso de los dos últimos años, sobre todo desde el comienzo de la pandemia de Covid-19, Nazarbáyev solo ha hecho apariciones públicas esporádicas, y estaba visiblemente enfermo.
«La salud de Nazarbáyev ha sido un factor clave en la dinámica de poder del tándem: a medida que la salud del primer presidente comenzó a deteriorarse, el poder y el control de Tokáyev sobre la burocracia nacional comenzaron a crecer»
Las protestas actuales han dado a Tokáyev una oportunidad repentina para hacer añicos los pilares del sistema de poder dual. Primero, despidió a todo el gobierno, encabezado por Askar Mamin, un peso pesado de la era de Nazarbáyev. A continuación, Tokáyev anunció que él, y no el expresidente, dirigiría el Consejo de Seguridad a partir de ahora –una semana después de que el secretario de prensa de Nazarbáyev dijera que el expresidente había autorizado la medida para dar a Tokáyev el control total en medio de la situación extraordinaria–. El 5 de enero se asestó el golpe definitivo cuando Masimov fue relevado de sus funciones y sustituido por Ermek Sagimbayev, que hasta el verano pasado dirigía el dispositivo de seguridad de Tokayev.
Desde entonces, Masimov ha sido detenido y acusado oficialmente de traición al Estado. Los fiscales están construyendo un caso contra el antiguo zar de la seguridad por haber orquestado supuestamente un intento de hacerse con el poder y derrocar a Tokáyev. Si el régimen opta por procesar a Masimov por un presunto golpe de Estado, a pesar de la naturaleza ilógica y poco ortodoxa del caso –la mayoría de los intentos reales de tomar el poder por parte de los jefes de seguridad comienzan y terminan en la capital con la eliminación del líder actual–, será fácil para el gobierno demostrar su culpabilidad, ya que todos los tribunales forman parte de la vertical del poder.
Sin embargo, el hecho de que Tokáyev pueda resultar ser el mayor beneficiario de la crisis actual no quiere decir que esté detrás de ella. Lo más probable es que el presidente solo haya aprovechado la repentina oportunidad de consolidar el poder en sus manos. Una señal de que la crisis fue inesperada lo refleja la decisión de Tokáyev de pedir ayuda para restaurar el orden a los aliados de Kazajistán dentro de la OTSC, sobre todo a los servicios de seguridad rusos.
Reforma sin cambio
El gobierno kazajo fue incapaz de detener los disturbios en las grandes ciudades por sí solo. La crisis inicial de seguridad en Almaty y otras ciudades del sur, que puso de manifiesto la ineficacia de los servicios de seguridad kazajos y la escasa coordinación entre ellos, se vio probablemente agravada por el periodo de vacaciones de Año Nuevo, ya que muchos funcionarios y mandos de los servicios de seguridad estaban de vacaciones en el extranjero o recuperándose de las celebraciones en su país. No debe sorprender que el régimen haya culpado de los disturbios a los “terroristas”. Esta formulación permitió a Tokáyev pedir ayuda a la OTSC, cuyas competencias no abarcan los conflictos puramente internos. La alianza aceptó ayudar en la noche del 5 de enero, y pocas horas después empezaron a llegar a Kazajistán los primeros aviones con fuerzas de paz rusas, bielorrusas, tayikas y armenias.
Pedir ayuda externa para resolver lo que es esencialmente un conflicto interno era una jugada arriesgada. El sentimiento nacionalista crece en Kazajistán cada año. Los enemigos del presidente podrían presentar la invitación cursada a las tropas rusas como un intento de Tokáyev de utilizar la fuerza militar extranjera para mantenerse en el poder. Acusaciones de este tipo ya se están expresando tanto en Kazajistán como en la diáspora kazaja en Rusia.
Lo que impulsó a Tokáyev a dar un paso tan arriesgado es una cuestión de conjeturas. Es posible que el presidente observara a los desmoralizados oficiales del ejército y de la policía y empezara a dudar de que tuviera suficientes siloviki leales para restaurar el orden, en especial durante un cambio de liderazgo dentro de los servicios de seguridad. En este contexto, pedir ayuda a la OTSC parecería un riesgo menor que perder el control sobre Almaty y otras ciudades importantes.
«Las tropas rusas y de otros países fueron desplegadas para desempeñar un papel de apoyo en patrullas y protección, no para intercambiar disparos con los alborotadores»
Tras el estallido inicial de los disturbios, las multitudes de manifestantes se redujeron notablemente, ya que mucha gente se encerró en casa, asustada por la violencia. En la noche del 5 de enero, el gobierno había recuperado el control de lugares clave en todo el país y estaba llevando a cabo operaciones selectivas en Almaty y otros centros importantes de los disturbios armados. Parece que los siloviki kazajos pueden seguir recuperando el control del país con una ayuda mínima de sus colegas de la OTSC, que fueron desplegados para desempeñar un papel de apoyo en patrullas y protección, no para intercambiar disparos con los alborotadores. Lo más probable es que las tropas rusas y de otros países vuelvan pronto a casa, tal y como se anunció antes del inicio de la operación.
En ese caso, tanto Tokáyev como Moscú saldrán ganando. El presidente habrá demostrado al pueblo kazajo, a las élites y a los vecinos que es capaz de establecer relaciones pragmáticas con el Kremlin que permitan no solo solicitar la ayuda de los siloviki rusos, sino también despacharlos a su país cuando ya no sean necesarios.
Moscú, por su parte, habrá matado varios pájaros de un tiro. En primer lugar, habrá contribuido a preservar un régimen amigo en Kazajistán: un objetivo clave de la política exterior rusa que debe alcanzarse por cualquier medio. En segundo lugar, habrá impulsado la autoridad de la OTSC, que se había visto perjudicada por los recientes acontecimientos en Kirguistán y Nagorno-Karabaj. No hace mucho tiempo, muchos pensaban que la organización y su poder colectivo para responder con rapidez solo existían sobre el papel; ahora ha demostrado que puede actuar cuando es necesario. Y una operación multilateral de mantenimiento de la paz parece incluso mejor que una intervención por su cuesta de las tropas rusas. Por último, el éxito de la operación demostrará que solo Rusia puede desempeñar el papel de garante de la seguridad exterior en Asia Central, y que ni las visitas de los generales estadounidenses a la región ni los puestos avanzados chinos en las profundidades de Tayikistán pueden cambiar eso.
«El éxito de la operación de la OTSC de Kazajistán demostrará que solo Rusia puede desempeñar el papel de garante de la seguridad exterior en Asia Central»
En cuanto al propio Kazajstán, el principal resultado de los acontecimientos actuales, pase lo que pase, será el fin del largo reinado de Nazarbáyev. Hasta ahora, dos aspectos importantes de su legado están claros. En primer lugar, el sistema que construyó ha permitido mantener a la élite más o menos unida, a pesar de la inevitable lucha por el poder y el dinero. Hubo conflictos bajo el mandato de Nazarbáyev, por supuesto: su propio exyerno, Rakhat Aliyev, se enemistó con el presidente y murió en una celda de Viena en circunstancias misteriosas. Sin embargo, una guerra total parece menos probable en este momento que una transición relativamente suave de un sistema con Nazarbáyev en el centro a un sistema que gire en torno a Tokáyev. De momento, parece que la única víctima política de los acontecimientos será Masimov y su entorno, que se convertirán en chivos expiatorios de la crisis de seguridad más violenta de la historia reciente de Kazajistán. Los familiares de Nazarbáyev siguen formando parte del panorama político, aunque es probable que su papel disminuya gradualmente junto con el poder de su patrón.
El segundo aspecto del legado de Nazarbáyev que las protestas han sacado a la luz es que el actual modelo de gobierno en Kazajstán tiene multitud de defectos, que han enfadado a millones de personas que no pudieron participar en el reparto del pastel de los recursos. Sin embargo, el modelo está tan enraizado en la estructura de la economía y la vida política del país que es poco probable que el nuevo gobierno pueda cambiarlo, en caso de que el Tokáyev así lo desee.
Sin embargo, es poco probable que los nuevos dirigentes kazajos tengan esa ambición: un gobierno fuerte y centralizado se considera un pilar de la nación; sin él, la deriva llevaría a Kazajistán a una situación similar a la del vecino Kirguistán y, a más largo plazo, al colapso. En el espacio postsoviético, la experiencia ha demostrado que las protestas como las acaecidas en Kazajistán no conducen a la reforma, sino a mayor represión, como ha ocurrido en Rusia y Bielorrusia. Tokáyev ya se ha comprometido a exigir responsabilidades no solo a los presuntos terroristas, sino también a quienes instigaron los disturbios entre los activistas liberales y –por ahora– entre los medios de comunicación independientes.
Artículo publicado en inglés en la web del Centro Carnegie de Moscú.