Calma en el primer día de curso escolar en Ferguson (Misuri, Estados Unidos) y emotividad y caras conocidas en el funeral de Michael Brown. Ha muerto algo más que un afroamericano: el autoengaño de que la segregación racial había desaparecido en Estados Unidos.
El 9 de agosto Michael Brown recibió seis disparos, dos de ellos en la cabeza, en la ciudad de Ferguson. El autor fue el oficial de policía Darren Wilson. El resto de datos no han llegado a esclarecerse debido a dos versiones totalmente opuestas: la de Dorian Johnson, el amigo que acompañaba a Brown y que presenció su asesinato, y la de la policía local.
Esa noche Brown robó un paquete de cigarrillos de un comercio. Poco después, Wilson paró a Brown y a su amigo mientras paseaban por la calle. Según la policía, Brown golpeó a Wilson y trató de arrebatarle el arma, por lo que el oficial procedió a disparar. De acuerdo con su amigo, no hubo violencia por parte de Brown, quien levantó los brazos.
El cadáver de Brown ha sido sometido a tres autopsias, una de ellas encargada por la familia. La autopsia independiente concluyó que Brown fue disparado de frente y a distancia, siendo inexplicable que recibiera tantos tiros en el brazo. Wilson está suspendido de empleo con sueldo.
Tres intensas semanas de manifestaciones en Ferguson han seguido a la muerte del joven. Lo que comenzó como una protesta pacífica para denunciar los abusos de la policía contra la población negra acabó derivando en una oleada de saqueos y violencia que llevaron a la policía a fijar un toque de queda, utilizar gases lacrimógenos y apostar francotiradores en las calles. La Guardia Nacional acudió a Ferguson ante la magnitud de lo sucedido. La policía cargó contra los manifestantes y disparó a varios de ellos. Esta intervención militarizada ha servido solo para hacer más verosímiles las quejas respecto a la violencia policial, que incluso Barack Obama ha llegado a cuestionar públicamente.
El presidente envió al Fiscal General del Estado a Ferguson, donde el único hombre que ha sabido calmar los ánimos ha sido el capitán Ronald Johnson, un afroamericano criado en la ciudad que canaliza las penas y frustraciones de los vecinos, empatizando con ellos sin dejar de representar la ley y la autoridad.
Mientras, en las altas esferas del poder político, muchos son los que apuntan con el dedo a Obama por no haber logrado implementar cambios en materia racial, pese a ser el primer presidente negro de Estados Unidos. El presidente ha expresado sus condolencias a la familia de Brown, ha hablado de su preocupación por lo sucedido y ha condenado la excesiva fuerza empleada por la policía. Más allá de la retórica, la única medida que Obama ha planteado es una revisión del programa de militarización de la policía, que se adoptó en los noventa y por el cual el Departamento de Defensa facilitaba material militar sobrante a las fuerzas de seguridad.
Obama se enfrenta a las reminiscencias de la segregación racial que se supone terminó en 1964 bajo la administración Johnson, con la Ley de Derechos Civiles. Si los estadounidenses creían que el racismo y la marginalidad de los negros pertenecían al pasado o que los años de lucha por la igualdad habían dado sus frutos, hoy encuentran una clara evidencia de que la lacra persiste.
Pese a que la segregación ha disminuido de forma asombrosa, existen ciertas ciudades −entre las que se encuentran San Luis, Chicago y Nueva York−, donde el proceso está ralentizado.
Todos los medios se han hecho eco de la realidad socioeconómica en San Luis y Ferguson, donde dos tercios de la población es negra aunque apenas haya presencia afroamericana en la policía o la administración local. En Ferguson, el paro de los jóvenes negros es del 13% frente al 5% de los blancos; además, los negros en Ferguson son el doble de pobres que los blancos.
A nivel nacional, destaca las diferencias respecto al paro juvenil entre negros y blancos (favorable para los segundos) o el hecho de que solo el 18% de los blancos considere injustificado el disparo a Brown frente al 57% de negros que lo hace. En Ferguson, esa cifra es muy superior.
La muerte de Brown ha sido el último dardo disparado contra una población que se siente víctima de la discriminación y el racismo. Brown posteó la noche anterior a su muerte en Facebook “Todo ocurre por una razón”. Si su muerte no ha sido en vano, este no será otro añadido más a la larga lista de conflictos raciales en el olvido −desde el caso Trayvon Martins en Estados Unidos hasta la masacre de Marikana en Sudáfrica− y podría marcar el inicio de un cambio real contra la marginalización racial. ¿Cuántos Michael Brown son necesarios?