Fe en el islam y fe en las mujeres

Zainab Bangura
 |  18 de febrero de 2016

La gran batalla del siglo XXI es entre el creciente extremismo violento, que nos remonta a una edad de barbarie, y la promesa de los derechos humanos universales, que proclama una era de pluralismo y prosperidad compartida. Los derechos y las libertades de las mujeres son centrales en las luchas actuales. Las guerras causadas por grupos extremistas en Irak, Siria, Somalia, Nigeria, Malí y otros lugares están siendo libradas sobre los cuerpos de mujeres y niñas que son objeto de abusos sistemáticos y horrendos. Aún peor, los cuerpos de mujeres y niñas son en gran medida tratados como un terreno en disputa por los hombres.

Por ejemplo, la ofensiva del Estado Islámico (EI) de agosto de 2014 en el monte Sinjar fue considerada tanto una conquista sexual para esclavizar a las mujeres como un avance territorial. De forma parecida, Boko Haram ha secuestrado a niñas llevándoselas de las escuelas en el noreste de Nigeria, en una campaña de reclusión y embarazos forzosos. Como musulmana, me resulta profundamente perturbador que estas atrocidades se cometan –y se perciba que son cometidas– en el nombre del islam, una religión que literalmente significa “paz”.

Para los grupos extremistas como el EI y Boko Haram los cuerpos de las mujeres son recipientes destinados a producir una nueva generación que crezca a su imagen, según la ideología radical. Es por esto que hemos visto fotografías impactantes de niños envueltos en la bandera negra del EI, durmiendo profundamente al lado de pistolas y granadas. También explica por qué el EI ha creado “agencias de matrimonio” en áreas bajo su control para animar a las mujeres a casarse con guerrilleros y cuidar a sus familias. Según la guía del EI para jóvenes madres, titulado El papel de las hermanas en la yihad, las técnicas para educar a los niños, los denominados “cachorros del califato”, deberían incluir jugar con armas de juguete y contar historias para dormir con mensajes sobre el martirio y la yihad.

Para poblar el autoproclamado califato del EI con creyentes “puros”, y proyectarlo más hacia el futuro, mujeres y niñas han sido secuestradas, esclavizadas, privadas de educación, violadas, casadas en contra su voluntad, han sido objeto de comercio, convertidas forzosamente al islam, embarazadas a la fuerza y, en ocasiones, obligadas a abortar.

El control sobre la sexualidad de las mujeres y su reproducción forma parte integral de las aspiraciones del EI y sus afiliados para construir una nación.

En este sentido, el EI se parece más a los movimientos fascistas que surgieron antes y durante la Segunda Guerra mundial que a las insurgencias de pequeña escala que han ascendido y caído desde entonces. Mientras la comunidad internacional primeramente consideró esta amenaza en términos militares, el EI se ve a sí mismo como algo más que una insurgencia terrorista. Se considera el constructor de una nación idílica para los seguidores de su rama autoritaria del islam, cuyos números superan los 40.000 en la actualidad. En su búsqueda decidida de una teocracia fascista, el EI se opone a la diversidad y a los derechos humanos en general, y la igualdad de género en particular.

 

El control sobre la sexualidad de las mujeres y su reproducción forma parte integral de las aspiraciones del EI

 

 

Un factor común que presagia el auge de los movimientos autoritarios y extremistas es su asalto a los derechos y las libertades de las mujeres. Esto a menudo incluye la imposición estricta de códigos de vestimenta tradicionales y la segregación por género, así como el uso del cuerpo de las mujeres como tierra de cultivo para las próximas generaciones de luchadores. El nazismo contaba con agencias dedicadas tanto a las mujeres como a la eugenesia, incluyendo la esterilización de aquellas consideradas “no aptas”. La maternidad se elogiaba como el único propósito para la existencia de las mujeres. Hoy la utilización de las mujeres como armas biológicas para el cambio de la demografía en la región es parte de la campaña genocida del EI contra las minorías étnicas y religiosas. Por ello, atacan los lazos familiares que unen a yazidíes, cristianos y comunidades chiíes turcas. El objetivo es forjar nuevas familias.

Los pavorosos paralelismos históricos con el fascismo subrayan que la guerra actual contra el extremismo no es una guerra contra el islam o el mundo musulmán, sino contra la tiranía y la intolerancia. Revelar la verdadera agenda autoritaria de los líderes del EI los priva del manto de legitimidad religiosa que ansían.

En abril de 2015 visité Oriente Próximo y pude comprobar cómo las mujeres son las primeras y más afectadas por el largo conflicto y el desplazamiento derivado. Los civiles desplazados, la mayoría de los cuales son mujeres y niños que dejan sus hogares por temor a perder la vida, permanecen en situación de alto riesgo incluso cuando encuentran refugio en los Estados vecinos. Visité los campos de refugiados y los asentamientos urbanos en Turquía, Jordania y Líbano, que en conjunto alojan a casi cuatro millones de sirios, ejerciendo gran presión a los sistemas políticos de esos países así como a sus infraestructuras básicas. Mi visita confirmó tanto la alarmante tendencia a la violencia sexual empleada como táctica de guerra y terror en la región como el riesgo real de explotación sexual y trata de personas por parte de elementos criminales en lugares de supuesto refugio.

Es importante reconocer que la mayoría de estos refugiados salieron de Siria a consecuencia del agravamiento de la guerra civil, incluso antes de que el EI asumiera el control de un tercio del país. Este conflicto ha creado un caos que ha conducido al auge del extremismo y a la ley de las armas. Cada día que pasa sin una solución pacífica al conflicto de Siria es otro día que las mujeres y las niñas están expuestas a una brutalidad devastadora.

Además de forzar a los civiles a abandonar áreas estratégicas y aterrorizar a la población que permanece sometida, la violencia sexual sirve para potenciar algunos de los imperativos tácticos del EI. Así, para alentar el alistamiento, apelan a los jóvenes solteros, a los hombres económicamente marginados que buscan alcanzar estatus, poder y acceso sexual difícil de conseguir en estas sociedades conservadoras. Algunos hombres se unen a la causa por un sentido de castración derivado del desempleo y del temor a valores occidentales como el empoderamiento de las mujeres. El conflicto es una licencia para reafirmar modelos obsoletos de masculinidad.

La violencia sexual es también parte de la economía política de la crisis. Se utiliza para generar ingresos mediante la trata de mujeres y niñas que son abiertamente vendidas e intercambiadas en mercados de esclavos en el bastión del EI en Raqa, a veces por unos pocos miles de dinares, a veces por un paquete de cigarrillos. De esta manera, las mujeres se han convertido en parte de la moneda que utiliza el EI para consolidar su poder. Han sido monetizadas como “botín de guerra” –reclamadas, tasadas e intercambiadas para ganar dinero– de forma similar a las antigüedades saqueadas en la región.

 

Mujeres y niñas que son vendidas en mercados de esclavos en el bastión del EI en Raqa, a veces por unos pocos miles de dinares, a veces por un paquete de cigarrillos

 

Los métodos y las ideas del EI se han calificado como medievales, aunque la manera en que las comunican son claramente modernas. Hombres y mujeres de más de 100 países se han unido a sus filas como combatientes, médicos o esposas a través de sofisticados mensajes transmitidos en las redes sociales. Utilizan tecnologías avanzadas de armamento y medios de comunicación, al tiempo que hacen un llamamiento a la vuelta al comercio de esclavos del siglo XVII. Esto es solo una de las muchas contradicciones que muestra el oportunismo amoral del EI. Pese a ello, cientos de mujeres han sido seducidas por su narrativa romántica, a menudo por la misma razón que los hombres: la llamada a la aventura, el sentido de un propósito vital y el deseo de escapar de unas circunstancias socioeconómicas muy limitadas.

Habiendo sido criada en una familia musulmana conservadora, puedo entender el deseo por unos horizontes más amplios. Aun sí, sabemos que esto ha sido trágica y cínicamente manipulado. Los desertores del EI han mostrado su profunda desilusión con la realidad sobre el terreno que suponen unas condiciones de vida severas, la corrupción y un comportamiento anti-islámico, en un contraste absoluto con la propaganda utópica que presentan.

Hace tiempo que las mujeres saben que “lo personal es político”, y para mí resulta profundamente personal la misión política por la justicia de género y el final a los conflictos que implican violencia sexual. Como musulmana y como activista por los derechos de las mujeres, reconozco que cada paso adelante por los derechos de las mujeres es también una pequeña victoria en la lucha contra el fundamentalismo. Esta convicción se refuerza por los valores islámicos que guían mi vida; en concreto, el respeto por la humanidad, la tolerancia y la protección a los vulnerables.

Ningún problema se ha solucionado nunca mediante el silencio. Así, la violación, especialmente en los países musulmanes, tiene una historia oculta relacionada con tabúes sociales profundamente arraigados. Para los supervivientes en contextos conservadores, el estigma puede ser una sentencia de por vida, mientras que los perpetradores caminan libres. El El hace públicos sus abusos de forma flagrante, mientras las mujeres y las niñas que sobreviven están avergonzadas en silencio –en ocasiones incluso se suicidan– o son sujetos de “asesinatos de honor”. La violación de una mujer es considerada como una afronta al honor de la familia y la comunidad, que pone un gran valor a la virginidad de las mujeres y lo vincula con cualquier expectativa de matrimonio y estatus social. Hasta que seamos capaces de cambiar esta construcción cultural y abordar las causas profundas que alientan a los perpetradores, las mujeres y las niñas estarán siempre en riesgo.

En mi tierra natal de Sierra Leona cerca de 65.000 mujeres y niñas fueron violadas durante los 11 años de la guerra civil. El sentimiento de vergüenza fue especialmente agudo en las comunidades musulmanas conservadoras tradicionales. De forma similar, las violaciones en masa a las mujeres musulmanas de Bosnia durante el conflicto en la antigua Yugoslavia fue una herramienta devastadora de limpieza étnica y humillación que desgarró a familias y comunidades enteras. Durante la guerra civil de Argelia grupos islamistas armados secuestraron, esclavizaron y violaron a mujeres y niñas con el propósito de forzarlas a parir “buenos musulmanes”. Esta violencia fue reprimida y mantenida invisible socialmente y, medio siglo después, la impunidad todavía prevalece. Tras las violaciones en masa políticamente motivadas en Guinea, en septiembre de 2009, la mayoría de las víctimas se negaron a denunciar y buscar apoyo médico y psicosocial debido al estima asociado a la violencia sexual en una sociedad conservadora mayoritariamente musulmana. Muchas de las mujeres que hablaron, o algunas que fueron identificadas como víctimas de violaciones, informaron haber sido abandonadas por sus maridos y expulsadas de sus hogares.

 

En febrero de 2015, el líder espiritual yazidí Baba Sheikh hizo un llamamiento a su comunidad para apoyar a las mujeres que habían escapado del cautiverio a manos del EI en lugar de condenarlas al ostracismo

 

Con este desalentador telón de fondo, trabajo para amplificar las voces de las mujeres y dar a conocer sus experiencias, también en los procesos de paz y la resolución de conflictos. En este esfuerzo, mi religión me da fuerza, resistencia y convicción. Pero también me da pausa. La tergiversación, mala interpretación y el mal uso de las escrituras religiosas pueden corromper la vida cultural y política. Voces moderadas y progresistas deben reclamar nuestra religión de las manos de los fanáticos. El mundo musulmán debe trazar su propio camino a la democracia y la libertad, y las mujeres deben estar en la mesa definiendo las reglas de ese camino hacia delante, incluyendo lo que significa ser musulmán. Es la única manera de asegurar que sean libres para recorrer ese camino una vez se haya construido. Ganar la batalla de las ideas es tan importante como la respuesta militar contra el EI, que representa una de las mayores amenazas al orden mundial en la actualidad.

Los líderes religiosos no pueden permanecer parados por más tiempo: deben levantarse y actuar para abordar la injusticia y promover la paz a través de la educación pública. Deben demostrar que las normas culturales son maleables, no mandatos divinos. En febrero de 2015, el líder espiritual yazidí Baba Sheikh hizo un llamamiento a su comunidad para apoyar a las mujeres que habían escapado del cautiverio a manos del EI en lugar de condenarlas al ostracismo. Cambios de este tipo en el comportamiento tradicional han sido una fuente de consuelo para muchas yazidíes supervivientes de violación que sintieron que su única opción era el suicidio. Este es un ejemplo inspirador. Pero se necesita mucho más.

Todavía hay más de 2.000 mujeres y niñas cautivas por el EI. Los grupos extremistas han colocado la subordinación de las mujeres en lo más alto de su agenda. En respuesta, la ONU debe aumentar la protección de las mujeres, situar en lo más alto el empoderamiento y los derechos de las mujeres, e invertir en la creación de capacidades en los grupos de mujeres, incluidos los de las comunidades minoritarias, para dirigir los esfuerzos de base en la lucha contra el extremismo.

Pese a los peligrosos desafíos de este momento histórico, tengo fe en mi religión y fe en las mujeres como innovadoras y autoras de un islam sin extremismos. Las mujeres son amortiguadores contra la radicalización de los jóvenes y los ciclos de violencia. De hecho, nuestra mayor esperanza para ganar el futuro es capacitar a la próxima generación para que sea criada bajo la influencia de madres educadas y empoderadas, en lugar de crecer bajo la sombra insidiosa y alargada de la bandera negra del EI.

Artículo de la serie “El futuro del conflicto” de International Crisis Group para celebrar el 20º aniversario de la organización. politicaexterior.com publicará en español los 20 ensayos de la serie.

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