europa peter pan
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el presidente de España, Pedro Sánchez, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, durante una rueda de prensa tras su visita a las instalaciones temporales para refugiados afganos en la base aérea de Torrejón de Ardoz, en Madrid, el 21 de agosto de 2021. PABLO BLÁZQUEZ/GETTY

Europa y el síndrome de Peter Pan

La Unión Europea quiere crecer, pero sin asumir las responsabilidades que eso implica. Quiere los beneficios, pero no los costes. Incluso quiere criticar a los padres, pero sin renunciar a su manto protector.
Josep Piqué
 |  16 de septiembre de 2021

Todos conocemos la historia de Peter Pan. Un preadolescente que se niega a crecer y opta por permanecer siempre en la fase de la inmadurez que caracteriza a la infancia. Dicho de otro modo, la negativa a asumir las responsabilidades propias inherentes al principio de realidad: existen condicionantes externos que modulan nuestro comportamiento racional y cuyo reconocimiento nos evita ensoñaciones y frustraciones. En definitiva, hacerse mayor y maduro.

El proyecto político de Europa –la Unión Europea– sufre del llamado síndrome de Peter Pan. Queremos crecer, pero sin asumir las responsabilidades que eso implica. Queremos los beneficios, pero no los costes. Incluso queremos criticar a los padres, pero sin renunciar a su manto protector.

Ello es particularmente cierto en el terreno de la seguridad y la defensa. Después de la Segunda Guerra Mundial, los países europeos renunciaron a su soberanía en esos ámbitos; en Europa occidental, a través de la OTAN, depositándola en Estados Unidos; en Europa central y oriental, a través del Pacto de Varsovia, asumiendo forzadamente la tesis “brezneziana” de la soberanía limitada. Algo “lógico”, habida cuenta de la realidad de una Europa devastada y el inicio de la llamada guerra fría entre EEUU y la Unión Soviética, auténticos vencedores de la trágica contienda bélica.

Es cierto que hubo intentos frustrados para crear la Unión Europea de Defensa (que fracasó por la oposición conjunta de gaullistas y comunistas en Francia) o intentos de liberarse del yugo soviético (aplastados por los tanques, en Hungría y Checoslovaquia). Pero la realidad es que, a pesar del colapso de la URSS, la ampliación de la UE, incorporando a muchos de los países que formaban parte del bloque derrotado en la guerra fría y, en definitiva, la desaparición de la mayor amenaza a la seguridad de Europa occidental, los europeos han seguido descansando su seguridad en el paraguas protector de EEUU, a través de una Alianza Atlántica a su medida, y sin peso real europeo a la hora de tomar decisiones estratégicas. Esta realidad incomoda desde hace mucho tiempo a Washington, que reclama un mayor esfuerzo europeo en las responsabilidades comunes.

 

«Pese al final de la guerra fría, los europeos siguen descansando su seguridad en el paraguas protector de EEUU, a través de una OTAN a su medida, y sin peso real europeo a la hora de tomar decisiones estratégicas»

 

Ello contrasta con otros logros innegables de un proceso de integración exitoso. La prueba es que, a pesar del Brexit, la UE tiene hoy 27 miembros y nació con seis, y con otros posibles miembros en los Balcanes occidentales llamando a la puerta.

El llamado método comunitario ha consolidado a Europa como interlocutor en cuestiones tan esenciales como la política agraria y pesquera común, el comercio o los tratados internacionales sobre inversiones y establecimiento de estándares comunes. También actuamos conjuntamente en desafíos globales tan básicos como la lucha contra el cambio climático y la transición medioambiental, aunque sigamos sin disponer de una auténtica política energética común.

El Tratado Schengen para la libre circulación de los ciudadanos europeos o la Unión Económica y Monetaria (con una única moneda y una política monetaria centralizada) son otros magníficos ejemplos. Otras pruebas recientes de que el proyecto europeo sigue vivo y da muestras de una vitalidad impensable hace apenas unos años son la adopción de una política común –muy exitosa, a pesar de los errores iniciales– para disponer y distribuir la vacunación contra el Covid-19 o la dotación –hecho histórico– de una enorme cantidad de recursos para hacer frente a la crisis económica causada por la pandemia y para modernizar nuestros sistemas productivos, acudiendo para su financiación a los mercados internacionales por parte de la Comisión.

Pensando en España, sin esas respuestas y vitalidad, nuestra capacidad para hacer frente al desafío pandémico y a sus consecuencias habría sido significativamente menor y estaríamos en pésimas condiciones para afrontarlo. Un serio toque de atención a los euroescépticos que aprovechan cualquier oportunidad para debilitar el proyecto europeo –por cierto, coincidiendo con poderes externos cuya prioridad es, precisamente, debilitarlo en favor de sus propios intereses–.

Sin embargo, los avances son mucho menores en aspectos que dependen del llamado método intergubernamental. Así, no podemos afirmar, por ejemplo, que la UE tenga una auténtica Política Exterior Común. Adoptamos posiciones comunes en muchos asuntos, ciertamente, pero en demasiadas cuestiones cruciales (la posición frente a Rusia o China, o respecto a conflictos en nuestra vecindad, trágicos como en Libia o especialmente complejos como con Turquía) los intereses estrictamente nacionales suelen prevalecer dando imagen de división y, por tanto, de debilidad y de ausencia de credibilidad. En muchos temas internacionales, la UE como tal no es percibida como un sujeto político relevante.

Ello liga claramente con la ausencia de una política común materia judicial y policial o, de forma muy llamativa, en seguridad y defensa. Las posiciones comunes requieren de la unanimidad y ello las hace imposibles en demasiadas ocasiones. Un relajamiento del requisito de unanimidad y la aceptación de cesiones de soberanía en esos ámbitos es la única manera de avanzar. Y, desde luego, la superación del síndrome de Peter Pan.

 

«Un relajamiento del requisito de unanimidad y la aceptación de cesiones de soberanía es la única manera de avanzar»

 

Si Europa quiere ser percibida como un actor relevante en el nuevo escenario geopolítico de este siglo, en el que los Estados europeos por sí solos no tienen capacidad de serlo, tiene que asumir sus responsabilidades y los costes que ello comporta.

Lo hemos visto meridianamente con la retirada humillante de las tropas occidentales (de EEUU y de la OTAN) de Afganistán. Un fracaso en toda regla después de 20 años de intervención militar. El papel de la Alianza, con un seguidismo acrítico de EEUU, o de la propia UE a la hora de proteger a sus ciudadanos y a los afganos que han colaborado con nosotros, ha sido especialmente triste, decepcionante y frustrante, a pesar del mérito de nuestros militares y diplomáticos para hacer de la necesidad virtud. Merecen nuestra admiración y nuestro reconocimiento.

La pregunta fundamental es cómo evitar en el futuro esa percepción no solo de fracaso sino, en el caso de la OTAN y la UE, de subordinación e impotencia. La respuesta es obvia: aumentar el peso específico de la UE asumiendo responsabilidades comunes en seguridad y defensa, y reforzar el pilar europeo en el proceso de toma de decisiones en la Alianza Atlántica. La UE debe ser capaz de actuar en aquellos escenarios –norte de África o Sahel– en los que EEUU se repliega irreversiblemente.

En definitiva, debemos madurar y hacernos mayores. En otras palabras: hay que emanciparse del manto paterno –manteniendo, por supuesto, la mejor de las relaciones, porque sino el control de nuestras propias vidas sería demasiado frágil–, pero preservar una sólida e inquebrantable relación familiar, sabiendo que los padres no pueden ni deben mantenernos para siempre. Todo ello hay que demostrarlo con hechos.

Estos días se discute sobre la pertinencia de un ejército europeo. En mi opinión, no lo vamos a ver en mucho tiempo, aunque sí que debe estar en el horizonte, como desiderátum. Pero es imprescindible aumentar el esfuerzo presupuestario en defensa y seguridad, y avanzar en la “autonomía estratégica” real en cuestiones que vayan más allá de las intervenciones de carácter estrictamente humanitario. Dicho en otras palabras, hablar “el lenguaje del poder”, como señaló el alto representante, Josep Borrell, al inicio de su mandato.

 

«Europa debe emanciparse del manto paterno, pero preservar una sólida e inquebrantable relación familiar»

 

El esfuerzo presupuestario debe ir acompañado del desarrollo de una auténtica industria de defensa europea (para depender menos de los suministros estadounidenses) y de una labor de pedagogía de nuestros dirigentes políticos, abandonando la tentación fácil de ceder a las pulsiones populistas y demagógicas que ven esas políticas como indeseables. No cabe lamentarse de lo sucedido y luego no ser consecuentes con lo que hay que hacer para evitar su repetición.

Europa, como tal, y los países europeos en la OTAN específicamente, deben equilibrar el esfuerzo hoy concentrado en unos EEUU en repliegue y que concentra su atención lejos del Atlántico, en el Indo-pacífico.

Es preciso dotar a la OTAN y a la propia UE de mecanismos propios para la intervención rápida con fuerzas especiales en situaciones de conflicto, la geolocalización satelital, la provisión de drones para operaciones antiterroristas, el intercambio real y efectivo de inteligencia, y el esfuerzo industrial y tecnológico para disponer de esa auténtica “autonomía estratégica”. La próxima cumbre de la OTAN en Madrid en 2022 y la definición de un nuevo concepto estratégico deben ser una clara oportunidad.

Si no avanzamos en todo ello, nos quedaremos en bonitas palabras y, como Peter Pan seguiremos sin aceptar que hay que crecer y madurar. Criticaremos al padre, pero sin renunciar a su protección ante cualquier necesidad.

Es la hora de la verdad y hay que hablar con claridad y el coraje político necesario para ser coherentes a través de los hechos. Ojalá lo veamos pronto, por ejemplo, en los debates presupuestarios, en el Consejo Europeo o en la cumbre de la OTAN.

Sin hard power, no se puede pretender ser una potencia geopolítica. La política exterior solo es fiable y creíble si detrás hay cohesión y determinación. Europa corre el riesgo de ser, como proyecto político, una bella oportunidad perdida.

3 comentarios en “Europa y el síndrome de Peter Pan

  1. La realidad es una si creemos que el IMPERIO AMERICANO NOS VA A SOBRE SALVAR DE TODO ,lo tenemos mal , hoy el ejército de EEUU, no es tan patriota como antes ,ya están cansados de dar sus vidas y cada menos creen en los idéales por eso EUROPA A DE REFORZAR SU DEFENSA MILITAR ,de cara a los países orientales de una DEMOCRACIA COMUNISTA DICTATORIAL ,que quiere y está engendrado dictadores conjunto con la verdadera democracia y engañando con el POPULISMO Y EL PROGRESO ..TAL VEZ LA GUERRA PUEDA SER ESPACIAL O NUCLEAR???,y no militar.

  2. Cuando yo estudiaba, hace muchos años, me enseñaron que la diferencia entre el Mercado Común (hoy UE) y la EFTA estaba en que en el primer caso se buscaba una unión política, mientras que en el segundo sólo se trataba de una unión aduanera.
    El problema de la UE es que está formada por 27 países con problemas diferentes y dotados todos de su propia soberanía.
    Mientras no se vaya limando eso, la UE, no podrá progresar hacia el fin que se buscaba cuando se fundó y, por ello, nunca se la tomará en serio a nivel político, aunque sí comercial.
    Afortunadamente, gracias al Brexit, se ha ido el socio que siempre puso más piedras en las ruedas del progreso de la UE.
    A ver si ahora aprovechamos que no está para conseguir todos esos avances que obstaculizaba la diplomacia británica.

  3. No sé si entiendo bien lo que propone Josep Piqué en este artículo. Si es que los países de la UE que son miembros de la OTAN tengan un peso mayor en ella, me parece bien, pero hay que tener en cuenta que la OTAN se creó como un club de defensa «anglosajón» y así sigue siéndolo. La Unión Europea tiene una política exterior (PESC) y una política de defensa (PCSD) que se llaman «comunes» pero que, efectivamente, no lo son realmente. No hay que pedirle peras al olmo: a corto-medio plazo no habrá ni política exterior ni política de defensa propias de la UE. Son ámbitos regalianos tradicionales del Estado como forma de organización política. Es verdad que la UE ha conseguido hacerse con la moneda (política monetaria), otro ámbito regaliano del Estado, pero, según el llamado Triángulo de Mundell, eso era obligado ya que en 1990 se había instaurado la libre circulación de capitales y, según la teoría de ese triángulo, es imposible mantener al mismo tiempo la libre circulación de capitales, un tipo de cambio fijo y unas políticas monetarias autónomas.

    En fin, como dice Josep Piqué, la Unión Europea ha conseguido muchas cosas. Siempre conviene tener objetivos que mantengan el impulso de avance hacia el futuro, pero hay que ser realista y reconocer que la Unión Europea (CECA y luego CEE) no se concibió como un proyecto de unión política, sino como una estrategia francesa de contención de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial y una estrategia estadounidense (a partir del Plan Marshall) de contención de la Unión Soviética (del comunismo) en Europa.

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