Pol Morillas y Carlos Carnicero Urabayen.
Tras la derrota de su partido en las elecciones legislativas y después de hacer un largo tour de diez días por Asia, Barack Obama, presidente de EE UU, llegará a Europa este 20 de noviembre para asistir a la cumbre de la OTAN y la Unión Europea. El encuentro se produce meses después de que Obama decidiera no asistir a la cumbre programada bajo presidencia española de la UE el mayo pasado. La cancelación de esta reunión hizo saltar las alarmas en Europa, cuyos líderes vieron como la llegada al poder de un presidente cercano a sus valores no se traducía en un relanzamiento de la alianza transatlántica. De hecho, el contraste entre la amplia gira de Obama por Asia, y la «mini cumbre» de un día y medio con los europeos han confirmado el mal estado de la relación.
La relación entre Europa y EE UU se encuentra en horas bajas desde los años de George W. Bush en el poder. La división sobre Irak entre ambos lados del Atlántico (pero también entre países europeos) no ha sanado completamente durante la presidencia de Obama. Ello se debe a las transformaciones fundamentales que ha sufrido el mundo durante la última década (emergencia de potencias como China e India, declive relativo de occidente y consecuencias geoestratégicas de la crisis económica internacional desatada en 2008); pero también al giro que ha dado Barack Obama a la política exterior de su país, basada en una utilización pragmática de sus valores y la búsqueda de nuevas alianzas sobre la base de intereses compartidos.
Europa no ha sabido dar respuesta al giro de la política exterior norteamericana. A pesar de sus intensos esfuerzos para dotarse de una presencia internacional más visible, Europa aún no está sacando el máximo provecho a las herramientas introducidas por el Tratado de Lisboa. La coordinación entre las nuevas estructuras de la Unión y los Estados está aún en fase experimental y debe mejorar para que Europa cumpla sus promesas de acción e interlocución con una sola voz.
Hay quienes interpretan las horas bajas en la relación transatlántica como un indicador de su irrelevancia en el nuevo contexto geoestratégico. Existen, sin embargo, numerosos escenarios de la agenda internacional que requieren la cooperación entre Europa y EE UU y cuya actuación conjunta aporta réditos destacables.
En Afganistán ambos actores trabajan para la estabilización y construcción del Estado afgano mediante el refuerzo de los cuerpos de seguridad nacional del país. En Irán, los Estados Unidos de Obama y Europa coinciden en la necesidad de mantener abierta la puerta del diálogo con el régimen, sin renunciar a sanciones económicas y a la presión internacional para que Irán detenga su programa nuclear. Su estrategia conjunta de la doble vía ha facilitado que otras potencias como China y Rusia se sumaran a la adopción de una nueva ronda de sanciones en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en junio de 2010, aumentando así la presión sobre Irán.
Sin embargo, la cooperación entre Europa y EE UU puede mejorar. Los países europeos han sido reticentes a aumentar sus contribuciones militares en Afganistán para que la seguridad en el país haga posible su posterior desarrollo. Más allá de los 8 billones de euros en ayuda humanitaria que Europa destina en Afganistán, poco indica que los europeos reconozcan la situación en el país asiático como un problema que puede alterar su propia seguridad, por lo que son reticentes a aumentar sus efectivos militares en una situación de guerra. En el escenario iraní, la contribución militar europea tampoco estaría garantizada si la comunidad internacional decidiera utilizar la fuerza para contener a un Irán nuclear, habiendo fracasado la estrategia de la doble vía.
La mayor parte de las cuestiones de la agenda de seguridad internacional serán abordadas en la reunión de la OTAN que tendrá lugar antes de la cumbre entre EE UU y la UE. Parece que esta última ha quedado reducida a un encuentro de dos horas –o a un mero apéndice de la cumbre de la OTAN, en palabras de Timothy Garton Ash– para tratar sobre la recuperación económica y amenazas globales (cambio climático, desarrollo y “asuntos de seguridad global”). El presidente norteamericano y los representantes de la UE (José Manuel Durao Barroso por la Comisión y Herman Van Rompuy por el Consejo) centrarán su diálogo en economía y comercio, mientras que la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, y la Alta Representante de la UE, Catherine Ashton, abordarán los asuntos de seguridad global en los márgenes de la cumbre.
El trato secundario de los asuntos de política exterior parece indicar que Obama duda de la capacidad de la UE para erigirse en aliado clave en cuestiones de seguridad internacional. Europa debe aprovechar sus reformas internas para consolidar una política exterior europea a la altura de las necesidades pragmáticas de los norteamericanos. Pero, ante lo que se avecina el 20 de noviembre en Lisboa, debe también tratar de convencer a la administración Obama de que el trabajo conjunto UE-EE UU en escenarios como Afganistán e Irán aporta réditos destacables. Puede que las horas bajas que vive Obama en el ámbito doméstico le impulsen a buscar aliados sólidos en el exterior para cumplir con su agenda internacional. Pero que uno de ellos sea Europa depende en gran medida de su propia voluntad.
Para más información:
Juan Tovar, «El aliado que Obama busca en Europa». Política Exterior núm. 136, julio-agosto 2010.
Jeremy Shapiro y Nick Witney, «Una Europa post-americana». Política Exterior núm. 133, enero-febrero 2010.
Barack Obama, «Europe and America, Aligned for the Future». Artículo, The New York Times, noviembre 2010.