Miedo y asco en Bruselas. Y, sobre todo, confusión. La inesperada victoria electoral de Donald Trump acentúa las tensiones y contradicciones que desgarran la Unión Europea, poniendo en jaque sus políticas comerciales (el TTIP difícilmente será aprobado), la pretendida recuperación económica de la zona euro, su política de asilo (o la ausencia de tal), las relaciones con Rusia y la capacidad para contener el auge de la extrema derecha. Aunque aún es pronto para determinar la forma que tomarán las relaciones con Trump, las convulsiones que ha generado su elección muestran la magnitud de los retos internos a los que se enfrenta Europa.
¿Podría pasar aquí?
La principal fuente de inquietud es que la elección de un multimillonario xenófobo al puesto más influyente del mundo potencie a la extrema derecha europea. En especial a la francesa, que, de la mano de Marine le Pen, cuenta con posibilidades de ganar las elecciones presidenciales de 2017. El Frente Nacional ha hecho de la xenofobia su bandera. “Francia siempre ha sido más poderosa siendo Francia, y no una provincia europea”, sentencia la dirigente en una entrevista reciente con Foreign Affairs. Al mismo tiempo Le Pen cita con aprobación a Joseph Stiglitz, el economista progresista –y, conviene recordar, europeísta– crítico con los defectos del euro.
En septiembre, las encuestas situaban al Frente Nacional con una intención de voto nada desdeñable: entre el 26 y el 30%. “El miedo al triunfo de Le Pen es infundado”, señala Carlos Yarnoz en El País, porque las elecciones francesas se rigen por “un sistema muy poco proporcional, con graves carencias democráticas”. El sistema de doble vuelta puede, efectivamente, frenar a Le Pen ante un tapón de la izquierda y el centroderecha. Pero también EEUU emplea un sistema electoral poco representativo en el que, en teoría, Clinton contaba con ventajas estructurales. Y el auge de Trump se gestó a pesar de –o incluso gracias a– titulares tan contundentes como el de Yarnoz, o más.
Es tarde para preguntarse si la derecha dura puede triunfar en Europa. En el Grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia), la xenofobia ya está a la orden del día. Aunque estos países apenas se ven afectados por la inmigración (Polonia, paradójicamente, cuenta con cientos de miles de ciudadanos en el extranjero), la crisis de los refugiados les ha llevado a adoptar una defensa cerril de sus fronteras. Dirigentes como el húngaro Viktor Orban y el polaco Jaroslaw Kaczynski comparten elementos en común con Trump. Especialmente peligrosa es la combinación de racismo y conservadurismo social con redistribución económica, un cóctel con tirón electoral. En la medida en que la UE permanezca anquilosada, partidos y movimientos similares ganarán terreno dentro de sus fronteras.
Trump y la Europa de la defensa
El ámbito de la política exterior europea tal vez sea el único que ofrece algo parecido a la esperanza. El 15 de noviembre, los ministros de Exteriores y Defensa europeos se reunieron para reforzar la cooperación militar entre los Estados miembros. Con Trump proclamando su indiferencia hacia la OTAN, su hartazgo con aliados europeos que no invierten en defensa y su amistad con Vladimir Putin, han aumentado las voces que exigen una política exterior autónoma de la estadounidense. Frank-Walter Steinmeier, ministro de Exteriores y posible futuro presidente de Alemania, destacó recientemente que la elección de Trump y el Brexit deben servir para relanzar el proyecto europeo.
Con todo, el futuro de la Europa de la defensa continúa siendo una incógnita. Los ministros reunidos en Bruselas acordaron crear un fondo de gastos comunes y mejor la coordinación de sus operaciones en el extranjero, pero las propuestas más ambiciosas, como la creación de un ejército europeo con cuarteles generales propios, continúan aparcadas. Parte de los Estados miembros se oponen a “crear duplicidades” replicando la estructura de la OTAN. Al mismo tiempo, elevar el gasto en defensa de cada Estado hasta el 2% del PIB –en teoría tanto el mínimo que exige la OTAN como una cifra necesaria para desarrollar una defensa autónoma– resulta impensable en la Europa de la austeridad. Y persisten diferencias considerables entre los Estados miembros en materia de política exterior.
En última instancia, el nerviosismo actual muestra la posición de fragilidad del proyecto europeo. Como señala Carlos Elordi, los retos que plantea la victoria de Trump son “cuestiones para las que una diplomacia inteligente y responsable debería tener respuestas desde hace tiempo. La europea no las tiene”. La elección de Trump no presenta a la UE con un reto externo ante el que unificarse, sino que magnifica sus contradicciones internas.