La paridad entre el euro y el dólar, inédita desde noviembre de 2002, parece estar a la vuelta de la esquina. El desplome del valor de la moneda única comenzó a finales de 2014, cuando los mercados reaccionaron ante una posible victoria de Syriza en las elecciones griegas, y se aceleró a finales de enero cuando Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, anunció su programa de compra de deuda pública a principios de ese mismo mes (la semana pasada tuvieron lugar las primeras compras de bonos). De consolidarse la tendencia, la paridad podría llegar antes de Semana Santa. Según Goldman Sachs, el gigante de la banca de inversión, el euro podría continuar su descenso, tocando fondo en 80 céntimos de dólar a finales de 2016.
El desplome de la moneda única es en gran medida inevitable. En primer lugar, la incertidumbre sobre el futuro de la moneda común refuerza el atractivo del dólar como moneda de reserva.
En segundo lugar, el BCE llega tarde a la fiesta. El programa de compra de bonos se ha llevado a cabo con cinco años de retraso, a destiempo de las acciones de otros bancos centrales. En concreto de las de la Reserva Federal de Estados Unidos, que desde 2008 ha llevado a cabo tres rondas de estímulos monetarios y actualmente se centra en consolidar la recuperación de la economía americana. El 18 de marzo Janet Yellen, presidenta de la Fed, anunciaba la posición del banco central respecto a una probable subida en los tipos de interés. Con una revisión de los tipos al alza a partir de junio, la apreciación del dólar continuará.
Por último, y llegados a este punto, la pérdida de valor se retroalimenta. A medida que el euro se debilita frente al dólar, aumenta la especulación sobre el descenso del valor de la moneda en el futuro.
La paridad beneficia al conjunto de la zona euro, aunque menos a exportadores de productos de alta gama, como Alemania. Para España, la noticia es excelente. Un dólar fuerte supone más turismo a lo largo de 2015. Un euro débil es sinónimo de menos importaciones y exportaciones más competitivas, garantizando el superávit comercial. La pujanza del sector exportaciones, unida a la caída de los precios del petróleo, está sembrando las semillas de una recuperación económica. Para los exportadores americanos, sin embargo, el fortalecimiento del dólar tiene un efecto perjudicial. El sector manufacturero se ve doblemente golpeado, porque el descenso en los precios del petróleo está convirtiendo el fracking en una actividad cada vez menos rentable.
Aunque la nueva posición del BCE parece un nuevo acierto por parte de Draghi, persisten las dudas en torno a la eficacia de las políticas monetarias para reactivar la economía. Como señalan Federico Steinberg y Miguel Otero-Iglesias, el riesgo principal es que “la economía sea incapaz de crecer sin estímulos monetarios continuos, y que dichos estímulos generen burbujas en los mercados de activos que lleven a la inestabilidad y a nuevas crisis”. Otras consecuencias de la adicción a los estímulos monetarios podrían ser una guerra de divisas –las deprecaciones de Japón ya han causado bastante fricción en su vecindario– y presiones inflacionarias, aunque en la UE la deflación sigue constituyendo una amenaza mucho mayor.