El domingo 24 se celebraron elecciones generales en Etiopía, a las que concurrieron más de 58 partidos políticos y casi 37 millones de etíopes. Una vez se conozcan los resultados definitivos –probablemente a finales de esta semana saldrán más de medio millar de nuevos miembros de la Cámara de Representantes del Pueblo (cámara baja) que, a su vez, elegirá un nuevo primer ministro.
Han sido unas elecciones de especial trascendencia en un país que se adentra paulatinamente –aunque lentamente- en la senda democrática. La importancia de estos comicios es doble: por un lado, por las propias consecuencias sobre el proceso de consolidación democrática en Etiopía; y, por otro, por el papel clave del país en la estabilidad en una zona tan convulsa como el Cuerno de África.
Veamos brevemente ambos niveles de interés.
El proceso de democratización en Etiopía no está siendo tan rápido como se presuponía cuando en 1991 cayó el régimen marxista de Mengistu Hailemariam. Si bien es cierto que desde entonces se han sucedido hasta cinco procesos electorales, no lo es menos que la democracia, tal y como la entendemos en Europa, no se basa en la exclusiva convocatoria periódica de elecciones.
Acostumbrado históricamente a un régimen autocrático –Haile Selassie, Mengistu…– en el que las libertades individuales no gozaban de particular protección, con el régimen de Meles Zenawi Etiopía se abrió al mundo. Sin embargo, esa apertura no ha sido suficiente para modificar las formas de hacer política y llevar a este país de más de 90 millones de habitantes por la senda de la democracia.
El poder de la hasta ahora coalición gobernante en Etiopía, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF, en inglés), que cuenta con más de seis millones de militantes, ha sido omnímodo desde 1991. Su control total de la vida pública y económica del país ha sido posible gracias al férreo control social ejercido por las fuerzas de seguridad del Estado, en general, y por el todopoderoso el Servicio Nacional de Inteligencia y Seguridad (NISS, en sus siglas en inglés), en particular.
Ello ha provocado que en todos los procesos electorales el margen de actuación de la oposición se haya visto limitado. Aunque es preciso reconocer que los partidos que se presentaron a los comicios del domingo 24 tuvieron un margen de maniobra algo mayor que en el pasado. Los debates públicos o la publicidad electoral registrada contrastan con el escaso margen de actuación con el que la posición contó en el pasado. A pesar de ello, varios partidos y movimientos de la sociedad civil han criticado la falta de espacio político durante la precampaña y la campaña.
Las críticas de la oposición han sido unánimes contra la Comisión Electoral Nacional de Etiopía (NEBE, en inglés) a la que se acusa de haber anulado “sin justificación alguna” un gran número de candidaturas no oficialistas y de estar preparando un fraude a escala nacional. En esa misma línea, Amnistía Internacional ha denunciado que las elecciones del domingo estuvieron precedidas de “continuas y sistemáticas violaciones de los derechos humanos de opositores, activistas y ciudadanos de a pie”, refiriéndose, asimismo, a los permanentes ataques a la libertad de expresión, de asociación y reunión y a las detenciones arbitrarias de militantes de la oposición y periodistas. De hecho, la identificación de opositor y terrorista es recurrente, lo que no deja de ser una pésima plataforma para una construcción nacional basada en valores como la concordia o el diálogo.
No obstante, muy probablemente los resultados que el NEBE publique en los próximos días conformarán un Parlamento en el que la oposición tenga algo más de juego que en la legislatura anterior. No nos engañemos, tampoco es difícil: en la actualidad la oposición cuenta con tan solo un representante en la Cámara baja etíope, por lo que una mayor presencia de miembros de la oposición en la misma tampoco cambiará los equilibrios de poder actuales.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que las dos principales plataformas opositoras –el Foro Democrático para el Dialogo en Etiopía (MEDREK) y el Partido Azul– son estructuras políticas desorganizadas y poco arraigadas en un país donde el EPRDF es omnipresente.
En definitiva, a día de hoy, ningún observador duda de la victoria del EPRDF en las elecciones del 24 de mayo, y los interrogantes se centran simplemente en el margen que va a tener la oposición en el nuevo Parlamento que salga de las urnas.
Estas elecciones tienen, asimismo, una lectura regional y continental que no es menor. La comunidad internacional está siguiendo muy de cerca un proceso electoral de potenciales consecuencias para la estabilidad de una región tan compleja en equilibrios como el Cuerno de África.
Para entender la trascendencia geopolítica de los comicios, solo hay que echar un rápido vistazo a un mapa de esa región del continente africano. Los vecinos de Etiopía son un Sudán cuyo presidente está perseguido por el Tribunal Penal Internacional; una Eritrea también conocida como la Corea del Norte del continente; un Yibuti relativamente estable; una Somalia, prototipo de Estado fallido desde la caída del muro de Berlín; una Kenia sin capacidad evidente de respuesta ante el terrorismo yihadista de Al Shabab; y un Sudán del Sur en guerra civil desde diciembre de 2013. Sin olvidar a Yemen, a punto de desaparecer por el desagüe de la historia. Un panorama regional poco alentador en el que Etiopía es el único país estable y, por tanto, el único aliado –firme aliado– y referencia de occidente en la región.
La estabilidad de Etiopía y su implicación en la pacificación de la región, con miles de hombres desplegados en Somalia y Sudán del Sur, es, en definitiva, prioridad absoluta para las cancillerías occidentales. Por ello, los gobiernos occidentales esperan que el resultado del proceso electoral del 24 de mayo mantenga la estabilidad en el país, sin pronunciarse, lógicamente, sobre quién debe imponerse en los comicios.
Hasta aquí la reflexión políticamente correcta. Ahora una invitación a la reflexión: en el caso de que las acusaciones de fraude electoral se confirmen –aunque será difícil, ya que la Unión Europea no cuenta con una misión de observación electoral sobre el terreno al no haber sido invitada a desplegar una–, ¿cuál será la posición que adopten los europeos? ¿Y Washington, tendrá algo que decir? ¿Se defenderán los valores y principios en los que se basan las democracias occidentales –transparencia, democracia, Estado de derecho, libertades básicas y derechos fundamentales…– o, por el contrario, se cerrará un ojo y se creerá, a pie juntillas, lo que digan las autoridades etíopes en aras a no abrir un nuevo frente de desestabilización en una región del mundo vital para los intereses occidentales? La respuesta, en breve.