La ola de ataques e incidentes que comenzó el 1 de octubre con el atentado que se cobró la vida de una pareja de colonos que se desplazaban en coche por el norte de Cisjordania ha sido identificada por algunos analistas israelíes como el posible prolegómeno de una tercera Intifada. Sin duda, hay una serie de denominadores comunes respecto de la situación que se vivía en Israel y Palestina en septiembre del 2000, pero también varias diferencias importantes que hacen que esta espiral de violencia se parezca más a la del verano del año pasado –motivada por el secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes, la correspondiente represalia contra un adolescente palestino que fue quemado vivo, y la puesta en marcha de la operación militar Margen Protector contra las milicias de la franja de Gaza– que a un nuevo levantamiento popular.
Si en el otoño de 2014 el modus operandi de los llamados “lobos solitarios” palestinos –dado que aparentemente actúan de forma individual y más espontánea que premeditada– fueron los atropellos intencionados, en esta ocasión han pasado a utilizar armas blancas. Hasta el momento se han registrado 17 apuñalamientos, muchos de ellos perpetrados contra las fuerzas de seguridad israelíes, pero también contra civiles e incluso contra jóvenes y niños. En paralelo, los disturbios y enfrentamientos entre jóvenes y niños palestinos lanzando piedras y cócteles molotov frente a los soldados israelíes respondiendo con gases lacrimógenos y balas recubiertas de caucho –que pueden resultar letales si son disparadas a corta distancia y contra órganos vitales del cuerpo– se han cobrado ya una treintena de muertos en Cisjordania y una decena en la franja de Gaza, además de cientos de heridos y detenidos. Una secuencia mortal que de momento no parece vaya a tener un fin inminente, sino que puede durar varios días o semanas más.
Perfil de los atacantes
Los autores de los apuñalamientos presentan perfiles muy similares. Jóvenes de ambos sexos de entre 15 y 20 años, que han ido a la escuela e incluso han comenzado estudios universitarios, que sienten que tienen que hacer algo por la causa, con afán de protagonismo y sin nada que perder. Una mezcla explosiva, muy difícil de detectar –dado que no tienen antecedentes penales, ni conexiones familiares con organizaciones terroristas, ni están afiliados a ningún partido político– que trae de cabeza a los servicios de seguridad. Según el ministro israelí de Fomento que participa en las reuniones del gabinete de seguridad, Yuval Steinitz, la principal motivación que lleva a estos jóvenes a atacar a israelíes reside en la constante incitación antisemita que se reproduce en los libros de texto, emisoras de radio y canales de televisión palestinos, así como ahora también en el marco de las redes sociales. En opinión de Steinitz la política de disparar a matar a los jóvenes palestinos que empuñan un cuchillo con la intención de matar a israelíes es justa y necesaria, mientras que para las organizaciones de Derechos Humanos resulta excesiva y desproporcionada.
Sin embargo, desde el punto de vista del miembro del Comité Ejecutivo de la OLP y director de su unidad de negociaciones, Saeb Erekat, la explosión de violencia no ha tenido lugar por generación espontánea, sino debido a una serie de causas subyacentes. Entre las estructurales destaca las injusticias creadas por la ocupación de Cisjordania y el hermético cierre de la franja de Gaza, la construcción de nuevas colonias israelíes que menoscaban la solución de dos Estados, y la falta de un horizonte político. Y entre las coyunturales menciona cómo el gobierno de Benjamin Netanyahu ha ido abriendo progresivamente la Explanada de las Mezquitas a la visita de nacionalistas judíos –algo que antes era un tabú debido a la prohibición que emanaba de la Halajá (ley judía), pero que ahora presenta una media de 10.000 visitas anuales de israelíes– además de las visitas puntuales por parte de ministros radicales como el de Vivienda, Uri Ariel, y la de Cultura, Miri Reguev, ambos provocadores natos.
No obstante, el detonante más importante de la actual espiral fue la violenta entrada de la policía antidisturbios israelí en la mezquita de Al Aqsa –considerada el tercer lugar sagrado más importante para el islam– coincidiendo con la fiesta de Rosh Hashaná (Año Nuevo) para confiscar los artefactos explosivos que extremistas palestinos habían ido acumulando, supuestamente para provocar disturbios durante la semana de Sukkot (fiesta de los Tabernáculos). Si normalmente los enfrentamientos dentro del Haram el-Sharif tienen lugar en el exterior, el hecho de que esta vez los antidisturbios irrumpieran a la fuerza en el interior de las mezquitas supuso a su vez un salto cualitativo en la violencia dentro del complejo que llevó a muchos a pensar que Netanyahu quería modificar el statu quo pactado con Jordania tras la guerra de los Seis Días en 1967. Aunque el gobierno israelí asegura por activa y por pasiva que ese no es el caso, lo cierto es que muchos palestinos así lo creen –citando el precedente de la Cueva de los Patriarcas en Hebrón– lo que tenderá a retroalimentar la espiral de violencia.
Medidas del Gobierno y de la ANP
El ejecutivo israelí ha adoptado una batería de medidas –en parte punitivas, en parte disuasorias– que deberían hacer amainar la frecuencia e intensidad de los ataques. Entre ellas, el despliegue de efectivos militares en las principales ciudades para complementar las laboras de la Policía Nacional y de la Guardia de Fronteras, el control de todos los accesos a los barrios palestinos de Jerusalén Oriental (de donde procedían el 80% de los atacantes), la reactivación de las demoliciones de las viviendas familiares de los atacantes, la revocación de sus permisos de residencia (en el caso de los palestinos de Jerusalén) y ciudadanía (en el de los árabe-israelíes), y la retención de los cadáveres de aquellos que resulten muertos por disparos de las fuerzas de seguridad o de civiles armados (con el objeto de evitar que los funerales sirvan para hacer apología de la violencia).
Otro factor atenuante es el papel jugado hasta ahora por la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Lejos de colaborar con la revuelta –tal como ocurriera durante la segunda Intifada– la dirección de la ANP ha dado orden a sus fuerzas de seguridad de ayudar a sofocarla, pues en estos momentos tiene otras prioridades y objetivos. Después de su éxito a finales de 2012 a la hora de ser reconocida como “Estado observador” por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas y de que el mes pasado se izara por primera vez la bandera nacional palestina ante la sede de la ONU en Nueva York, el interés de su presidente, Mahmoud Abbas, consiste en reducir al mínimo la conflictividad –que antes o después se puede volver contra él– y emplear los mecanismos legales que les otorga su nueva condición internacional.
A fin de cuentas la ANP quiere presentarse como una entidad responsable que sabe dirimir los conflictos y presentar sus demandas por la vía institucional, que no haciendo uso de la violencia –sea armada o social– de cara a ser aceptada lo antes posible como miembro de pleno derecho por parte del Consejo de Seguridad. Para ello parte de la base de que dado que Israel no les va a conceder voluntariamente la independencia, esta solo podrá llegar de la mano de la comunidad internacional.