Por Pablo Colomer.
El pasado mayo, un grupo de operaciones especiales del ejército de Estados Unidos mató al líder de la red terrorista Al Qaeda, Osama bin Laden, en el transcurso de una operación en territorio paquistaní que se llevó a cabo sin conocimiento ni permiso del país “anfitrión”. Desde entonces, y tal y como advertía Ana Ballesteros, investigadora del TEIM, en un artículo para Política Exterior 142 (septiembre-octubre 2011), “la alianza de estos dos socios forzados a serlo ha entrado en una nueva fase”.
En esta nueva fase, la lista de desencuentros aumenta cada semana. A raíz de aquella operación, Pakistán canceló el programa estadounidense de entrenamiento de fuerzas paramilitares, lo que supuso el regreso a EE UU de más de 100 entrenadores militares. En respuesta, el gobierno de EE UU decidió suspender –y en algunos casos cancelar— 800 millones de dólares en ayuda militar a Pakistán. Una cifra que supone más de un tercio de los 2.000 millones de dólares que EE UU entrega a Pakistán en materia de seguridad cada año.
Dos días después del décimo aniversario del 11-S, el 13 de septiembre, la insurgencia talibán atacó el cuartel general de la OTAN y la embajada de Estados Unidos en Kabul. Dos semanas después, en una comparecencia ante el Senado estadounidense, el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto, relacionaba directamente a los servicios de inteligencia paquistaníes (Inter-Services Intelligence, ISI) con la insurgencia talibán en lo que ha acabado denominándose “el sitio de Kabul”.
“Organizaciones extremistas que funcionan como satélites del Gobierno de Pakistán atacan a soldados y civiles afganos, además de a soldados de EE UU –expuso Mullen—. Por ejemplo, creemos que la red Haqqani, que recibe la protección y el apoyo del Gobierno de Pakistán, y que es un brazo estratégico del ISI, es responsable del ataque del 13 de septiembre”.
La red Haqqani es un clan terrorista asociado a los talibanes que opera desde Pakistán. Fue fundada por Jalaluddin Haqqani, un muyahidín afgano de la época de la resistencia antisoviética de los años 80 y que tras 2001 se alió con Al Qaeda. Hoy la red está liderada desde Pakistán por su hijo Sirajuddin Haqqani. En un artículo de Foreign Affairs, Michael Semple describe la expansión de la red Haqqani desde Waziristán hasta el corazón de Afganistán. Una expansión que implica una lucha por la supremacía dentro de la insurgencia talibán, así como una batalla feroz ante las fuerzas de la OTAN. Según Semple, “en los últimos dos años la red Haqqani ha desarrollado una capacidad semejante a la de unas fuerzas especiales”.
Según Mullen, esta red terrorista no solo recibe la protección y el apoyo del Gobierno de Pakistán, sino que es un brazo estratégico del ISI. ¿Qué dicen las autoridades pakistaníes al respecto? El exembajador de EE UU en Afganistán (2003-2005), Zalmay Khalilzad, analiza en otro artículo para Newsweek los altibajos de una relación sin duda problemática. Y añade una reflexión preocupante: “Nadie conoce las verdaderas intenciones de Islamabad. En charlas con oficiales estadounidenses y afganos, los pakistaníes ofrecen desmentidos inverosímiles de la complicidad de su gobierno con la insurgencia. Esto hace las charlas inútiles”.
Khalilzad afirma que EE UU debe practicar una diplomacia práctica, realista y tenaz para salvar la situación. ¿En qué se traduciría una diplomacia de este tipo? En primer lugar, en incluir a Pakistán en las conversaciones de paz con la insurgencia talibán. Según Khalilzad, al excluirlos en el pasado los pakistaníes han llegado hasta amenazar a los líderes talibanes para que no llegasen a ningún acuerdo en dichas negociaciones. Esta inclusión iría acompañada con la sustanciosa ayuda financiera ya en curso.
Hasta aquí la zanahoria. ¿Y el palo? En el caso de que Pakistán no desee cooperar en este sentido, expone Khalilzad, EE UU debería cortar el grifo de la ayuda militar y de inteligencia; apoyar a la sociedad civil pakistaní; aumentar los ataques en la frontera entre Afganistán y Pakistán; y formar una coalición internacional para presionar a Islamabad, usando del aislamiento o la contención si es necesario.
Por el momento, y en palabras de Ballesteros, “hay poco espacio para el optimismo, teniendo en cuenta los acontecimientos” de este doble juego letal entre estadounidenses y pakistaníes.
Para más información:
Ana Ballesteros Peiró, «EE UU-Pakistán: el precio de una alianza». Política Exterior núm. 142, julio-agosto 2011.
Fernando Reinares, «Tras Bin Laden, ¿cuál será el futuro de Al Qaeda?». Política Exterior núm. 142, julio-agosto 2011.
Nuria del Viso, «Negociación y reconciliación en Afganistán». Política Exterior núm. 137, septiembre-octubre 2010.
José María Robles Fraga, «Año decisivo para Af-Pak». Política Exterior núm. 133, enero-febrero 2010.
Ahmed Rashid, «Pakistán, al límite». Política Exterior núm. 130, julio-agosto 2009.
Council on Foreign Relations, “Crisis guide: Pakistan”. Gráfico interactivo.
[…] En su versión alternativa sobre la muerte de Osama bin Laden, Seymour Hersh describe una colaboración profunda entre Pakistán y Estados Unidos. Un analista de inteligencia le explica que los oficiales pakistaníes se consideran los guardianes de las esencias patrias frente al fundamentalismo islámico. “Nunca cortarán los lazos personales con nosotros”, concluye. Aunque las críticas que ha generado el artículo se centran en las fuentes de Hersh y la viabilidad de su relato, la colaboración entre Islamabad y Washington tampoco parece tan sólida en el mundo real. La alianza entre ambos países, indispensable en el pasado, pasa por horas bajas. […]
[…] En su versión alternativa sobre la muerte de Osama bin Laden, Seymour Hersh describe una colaboración profunda entre Pakistán y Estados Unidos. Un analista de inteligencia le explica que los oficiales pakistanís se consideran los guardianes de las esencias patrias frente al fundamentalismo islámico. “Nunca cortarán los lazos personales con nosotros”, concluye. Aunque las críticas que ha generado el artículo se centran en las fuentes de Hersh y la viabilidad de su relato, la colaboración entre Islamabad y Washington tampoco parece tan sólida en el mundo real. La alianza entre ambos países, indispensable en el pasado, pasa por horas bajas. […]