Desde que Barack Obama, presidente de Estados Unidos, pronunció su histórico discurso en El Cairo hace dos años, el territorio que comprende el Norte de África y Oriente Próximo ha cambiado mucho. En una región donde los momentos críticos abundan, 2011 se erige como un año especial, quizá decisivo. La primavera árabe ofrece una ventana para el desarrollo político y económico de 400 millones de personas, al tiempo que presenta una oportunidad de encauzar el conflicto palestino-israelí en la dirección de la paz. Y no nos podemos olvidar, por supuesto, de la cuestión iraní. O del terrorismo de Al Qaeda. Los desafíos, como se ve, son formidables.
La gran potencia global no puede ser ajena a estos cambios que sacuden una región clave para sus intereses nacionales. La reacción de EE UU no ha sido, por el momento, del todo coherente. Washington dio la bienvenida a las protestas en Túnez y Egipto, pidiendo la salida de Ben Alí y Mubarak, y ha apoyado los ataques contra el régimen de Gaddafi. Sin embargo, en el caso de Siria no se han mostrado tan duros como en el tunecino o egipcio ante la represión efectuada por el régimen de Assad. Por no hablar de Bahrein o Arabia Saudí, donde la promoción de la democracia ocupa un lugar marginal en la lista de prioridades.
Seis meses después que la mecha prendiese en el Norte de África, parece un buen momento de revisar las políticas estadounidenses hacia la región y sentar las bases para una nueva estrategia, “un nuevo capítulo en la diplomacia americana”, en palabras de Obama.
“La historia de estas revoluciones no deberían haber supuesto ninguna sorpresa”, afirma Obama. “Las naciones del Norte de África y Oriente Próximo ganaron su independencia hace mucho, pero en demasiados lugares la gente no logró tal cosa”. En un discurso que muchos califican como El Cairo dos, Obama, tras afirmar el compromiso de su país con la libertad y el progreso de los pueblos de la región, no ha rehuido el combate cuerpo a cuerpo. Por ejemplo, en el caso sirio: “El presidente Assad tiene una alternativa: puede liderar la transición o quitarse de en medio”.
Respecto al conflicto entre Israel y Palestina, Obama ha aclarado las bases de las negociaciones: una Palestina viable y un Israel seguro. La opción de los dos Estados, por lo tanto, no se discute. Las fronteras “deberán estar basadas en las líneas trazadas en 1967”.
De acuerdo con Obama, “Estados Unidos usará toda su influencia para impulsar las reformas en la región”. Cada país es diferente; sin embargo, EE UU sustentará su actuación de acuerdo con los principios que profesa. Y su mensaje será claro: “Si aceptáis los riesgos que implican las reformas, tendréis todo nuestro apoyo”.
Por el momento, el discurso ha recibido buenas críticas. Está por ver si las acciones reciben los mismos aplausos, una vez que haya recomenzado la tarea de aprovechar esta impagable oportunidad que se ha abierto el Norte de África y Oriente Próximo.
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Para más información:
Jaime Ojeda, «Carta de América: EE UU y el cambio político en Oriente Próximo». Política Exterior núm. 140, marzo-abril 2011.
Kristina Kausch, «Mitos de la revolución y escenarios en Oriente Próximo». Política Exterior núm. 140, marzo-abril 2011.
Mariano Aguirre, «Washington en Oriente Próximo: ¿Una nueva política?». Política Exterior núm. 131, septiembre-octubre 2009.
Diyana Ishak, «¿Podrá EE UU encontrar una nueva vía en Oriente Próximo después de Bush?». Afkar/Ideas núm. 19, otoño 2008.
Lawrence Pintak, «Entre la percepción y la política: las relaciones de Estados Unidos con el mundo islámico «. Afkar/Ideas núm. 8, invierno 2005.