El rey otorga una nueva Constitución.
La promesa de cambio hecha por Mohamed VI el 9 de marzo se vio en parte cumplida con la nueva constitución que anunció el Rey en un solemne discurso el 17 de junio, inmediatamente después de su aprobación por un Consejo de Ministros presidido por el monarca.
Pero aunque Marruecos está a punto de entrar en una nueva etapa de su historia, no se puede asegurar que se vaya a producir una transición hacia una monarquía parlamentaria. Para comenzar, la nueva Carta Magna, que será sometida a referéndum el próximo 1 de julio, ha sido redactada por un comité de notables y no por una asamblea constituyente. El método político empleado ha sido una concesión graciosa del monarca y no su reconocimiento explícito de la primacía de la soberanía popular.
El proceso no conllevará cambios estructurales en el corto plazo. Sin embargo, sí puede abrir las puertas a una transición “tutelada” y gradual al posibilitar que la emergente sociedad civil y los partidos puedan tratar de ahondar en la letra y el espíritu de sus 180 artículos para alcanzar mayores cotas de libertad. La comisión a la que el Rey encargó la reforma, presidida por el jurista Abdelatif Menouni, intentó consensuar con las principales fuerzas políticas la redacción de la carta.
El cambio más novedoso que se ha introducido es que el primer ministro (en adelante, presidente del gobierno) saldrá de la formación más votada. El Parlamento tendrá también más poderes y se creará el Consejo Supremo del Poder Judicial para garantizar una cierta separación de poderes.
Pero los recortes de los poderes del Rey que ahora se anuncian podrían ser más cosméticos que reales. Mohamed VI y sus descendientes seguirán controlando las llamadas “materias de soberanía”: defensa, interior, exteriores y justicia. Tampoco el monarca ha perdido del todo su carácter sacralizado –pasa de “sagrado” a “inviolable”– como descendiente directo del profeta.
Ese linaje, que la dinastía marroquí recuerda continuamente, justifica que el titular del trono sea también el “comendador de los creyentes” y líder religioso de la comunidad musulmana marroquí. En esa condición, el Rey presidirá ahora el Consejo Superior de los Ulemas, un organismo que entra en la nueva Constitución. Todo ello aparte de ser el jefe del Estado en el doble papel que le asigna el artículo 19 de la carta.
El presidente del gobierno contará “con amplias competencias”, pero buena parte de los nombramientos que proponga seguirán siendo ratificados –o denegados– por el Rey, que presidirá al Consejo Supremo Judicial. Sobre el papel de la monarquía en el mundo de los negocios, un ámbito que controla minuciosamente la corte (el Majzén), sólo el tiempo dirá si hay avances.
Tampoco cambian las cosas en materia de costumbres y de respeto a la pluralidad religiosa. Reconocer la libertad de culto era obligado en uno de los países árabes donde aún queda una pequeña comunidad judía y una minoría cristiana. Sin embargo, el islam seguirá siendo la religión oficial del Estado –“Marruecos es un Estado musulmán”- y la apostasía seguirá estando prohibida, por lo que no se reconoce formalmente la libertad de conciencia.
Para más información:
Driss Ksikes, «Marruecos: ni excepción ni contagio «. Afkar/Ideas núm. 29, primavera 2011.
Omar Radi, «Economía: ¿quién ocupa el poder en Marruecos? «. AFkar/Ideas núm. 27, otoño 2010.
Beatriz Mesa, «El despegue de Marruecos «. Afkar/Ideas núm. 27, otoño 2010.
Driss Ksikes, «La prensa, bajo presión en Marruecos «. Afkar/Ideas núm. 26, verano 2010.