El petróleo, en ebullición.
Barack Obama ha planteado reducir un 30% las importaciones de petróleo de EE UU para 2025 –unos 3,7 millones de barriles diarios (mbd) menos que los actuales 10 mbd–. Esto revela que Washington teme que las convulsiones políticas en Oriente Próximo, la creciente demanda de combustibles fósiles de las potencias emergentes y la impopularidad de la energía nuclear generen un cuarto shock energético mundial, tras los de 1973, 1979 y 1991.
EE UU apenas tiene el 2% de las reservas mundiales de petróleo. Según diversas estimaciones, la demanda mundial aumentará de los 86 a los 106 mbd en 2030. Para la superpotencia se trata de un desafío existencial. Si el petróleo alcanza los 150 dólares/barril, frente a los 120 actuales, el país podría caer en la recesión. Si la gasolina tuviera el mismo precio que en Europa, gran parte del valor de la propiedad inmobiliaria residencial del país se desplomaría. Actualmente, el transporte representa el segundo mayor gasto del presupuesto de las familias tras la vivienda.
Obama atribuyó el aumento del precio del crudo a la recuperación económica global. Pero no es la única razón. Además de la actual “prima de riesgo geopolítica”, el mercado especulativo de futuros de petróleo se ha triplicado desde 2003, a pesar de que la producción no ha aumentado tanto. Hoy el valor de las transacciones petroleras diarias globales ronda los 600.000 millones de dólares, aunque la opacidad del mercado no permite dar cifras exactas.
Las políticas monetarias expansivas de la Reserva Federal también han desempeñado un papel importante al exportar inflación a los mercados emergentes. Según la consultora SourceWatch, la suma total de los gastos del gobierno federal para reactivar la economía desde 2008 alcanza los 4,7 billones de dólares. Dado que el 75% de los billetes de 100 dólares circulan fuera de EE UU y que el precio del petróleo se denomina en esa moneda, no es extraño que la abundancia de liquidez haya tenido un impacto inflacionista sobre el precio del petróleo. Buena parte de esos capitales han fluido hacia economías emergentes, que por consiguiente han visto disparar su consumo energético.
En Arabia Saudí, por ejemplo, el consumo interno se ha duplicado en los últimos 15 años, convirtiendo el país en uno de los 10 mayores consumidores mundiales de petróleo. En 2015, los países de Oriente Próximo podrían consumir un mbd más que en 2010 y otro 1,5 mbd en 2020, lo que significa que la región tendrá cada vez menos crudo para exportar. La actual capacidad excedente saudí es de 3,5 mbd, frente a los siete mbd de 2009.
Los riesgos políticos son aún mayores. Omán, Yemen, Siria y Bahréin son productores menores, pero juntos suman 1,5 mbd, un volumen similar al de Libia. Incluso si la guerra no causa mayores daños a las refinerías y demás instalaciones petrolíferas, la producción libia tardará meses en volver a los mercados, una vez que se haya estabilizado la situación política interna.
Riad, por su parte, ha decidido erigirse como baluarte de la reacción ultraconservadora en el mundo árabe. Es difícil imaginar otro rumbo político que tenga más probabilidades de garantizar una explosión social cuando la presión por el cambio se haga intolerable.
Los analistas anticipan un aumento del gasto público para calmar los ánimos. Hace 10 años, Riad podía equilibrar su presupuesto con un barril a 20 dólares; hoy necesita que supere los 80. El programa de gastos sociales anunciado por el rey Abdulá costará 129.000 millones de dólares, la mitad de los ingresos petroleros del reino en 2010 y el 27% del PIB de 2010.
Para más información:
Pedro Antonio Merino, «Petróleo y política energética en Estados Unidos». Economía Exterior núm. 51, invierno 2009-2010.
Samuel Hadas, «Nuevo papel para Arabia Saudí». Política Exterior núm. 117, mayo-junio 2007.