Tras reunirse con el canciller brasileño, Antonio Patriota, en Washington el 24 de febrero, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, expresó su admiración por el “creciente liderazgo de Brasil en el mundo” y dijo que ee uu quiere entablar un “diálogo constructivo” sobre su futuro en la ONU, una forma de decir que estaría dispuesto a apoyar que Brasil se convierta en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
Hace un año, Clinton admitió “serios desacuerdos” con Brasil en relación a Irán. La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, ha continuado en lo fundamental las políticas de su antecesor y mentor, Luiz Inácio Lula da Silva, pero en política exterior ha dado un sutil giro que no ha pasado desapercibido.
El 26 de febrero, bajo la presidencia brasileña del Consejo de Seguridad, se aprobó por unanimidad las sanciones contra el régimen de Muammar el Gaddafi. La inequívoca condena de Brasilia a los ataques contra civiles en Libia se ha sumado a la ruptura de relaciones diplomáticas de Perú con Trípoli y su apoyo a la imposición de un área de exclusión aérea en Libia.
Aunque los países latinoamericanos siguen fuertemente comprometidos con la doctrina de no injerencia en asuntos internos, cada vez es más evidente su convencimiento de que para desempeñar un papel internacional relevante es preciso asumir mayores responsabilidades en la gobernanza mundial. Brasil tiene razones de peso para acercarse a Washington. A principios de febrero, el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, declaró en Brasilia que Brasil está “llevando todo el peso” en la “guerra de divisas” que denunció el ministro de Finanzas brasileño, Guido Mantega, lo que sitúa a Brasil al lado de EE UU en sus críticas a China por utilizar el tipo de cambio como un arma comercial. Entre 2006 y 2010 el real brasileño se apreció un 50%.
Barack Obama sellará ese acercamiento en su visita a Brasil el próximo 19 de marzo. Rousseff está abandonando posiciones controvertidas como el intento de Lula de mediar, al lado de Turquía, entre Irán y la comunidad internacional. Ese esfuerzo se saldó con una clara derrota de Ankara y Brasilia en el Consejo de Seguridad y el inocultable enfado de la administración Obama.
Las principales directrices de la política exterior de Rousseff ya han quedado claras: los derechos humanos estarán en el centro de la diplomacia, la renovación de los lazos con EE UU y la integración regional. Casi de inmediato, Rousseff, que estuvo en la cárcel durante la dictadura militar, adoptó una firme posición contra las violaciones de los derechos humanos en Irán.
En Brasil, los analistas se preguntan ahora si la presidenta está preparada para asumir los costes políticos y económicos del liderazgo regional, algo que no hizo Lula al pretender llevarse bien con todos. Según la Folha de São Paulo, “Lula puso a Brasil en el mapa, la tarea de Rousseff es consolidar su presencia en la primera división mundial”. Probablemente Brasil tratará de mantener a Libia e Irán fuera de sus relaciones con Venezuela, pero la feroz crítica de Hugo Chávez contra el voto del Consejo de Seguridad que aprobó las sanciones a Gaddafi y la visita de Obama a Brasil anticipan nubarrones en la hasta ahora cálida relación entre Brasilia y Caracas.
Para más información:
Julia E. Sweig, «La extensa agenda global de Brasil». Política Exterior núm. 138, noviembre-diciembre 2010.
Peter Hakim, «Brasil: decisiones de una nueva potencia». Política Exterior núm. 137, septiembre-octubre 2010.
[…] Interesante artículo sobre el giro que está dando Brasil a su política exterior. Actualmente, y más que nunca, este país tiene un gran interés en ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y seguramente la presidenta, Dilma Rousseff, aprovechará la visita de Barack Obama (entre hoy y mañana) para ratificar su voluntad. […]