El regreso de la inflación. Han bastado solo unos meses para que la economía mundial pase de la amenaza de deflación al riesgo de un repunte de la inflación y, además, del peor tipo: la stagflation, es decir, la perversa combinación de subida de precios con alto desempleo y estancamiento económico. El incremento de los precios en la zona euro, el 2,2% en diciembre de 2010 (frente al 1,8% de septiembre), se produce en un escenario de crecimiento débil, lo que limita las opciones del Banco Central Europeo (BCE).
Una subida de los tipos de interés para contener el alza de los precios en un entorno económico tan plano podría ser un remedio peor que la enfermedad. Alemania, con un crecimiento del 3,6% y una inflación del 1,9% en 2010, está en buenas condiciones macroeconómicas. Pero esa no es la situación general en Europa. España tuvo una subida del IPC del 2% en 2010 y Grecia, con un decrecimiento del PIB del -4,6%, un exorbitante 5,2%. En los países de la ampliación, con alzas del PIB moderadas o negativas, los precios han alcanzado cifras de vértigo: 7,9% en Rumania, 4,6% en Hungría y 4,4% en Bulgaria. Lo que es peor, no se han salvado siquiera los países más estables: Reino Unido llegó al 3,7%, Bélgica al 3,4%, Luxemburgo al 3,1% y Finlandia al 2,8%.
Todo ello es una sorpresa solo a medias. Los temores al regreso de la inflación tenían base. La recuperación está siendo más rápida de lo previsto en buena parte del mundo. Asia y Latinoamérica están creciendo entre el 5%-9%, y también Europa y Estados Unidos han recuperado una línea ascendente.
Si a ello se suma el efecto de las enormes masas de dinero lanzadas al mercado por los bancos centrales de EE UU, la Unión Europea y Japón y la subida de los precios de las materias primas, se dan todas las condiciones para un rebrote inflacionario global. En China la inflación alcanzó, en diciembre, el 4,6%.
Si la escalada de precios no se frena, lo más probable es que el BCE decida una subida de tipos. Su presidente, Jean-Claude Trichet, ya ha advertido que su objetivo central es una inflación por debajo del 2% a medio plazo. Esa posible subida ha provocado ya una apreciación del euro en pocos días, desde 1,30 a 1,36 frente al dólar. Pero esa tendencia, que puede ser bienvenida en países como Alemania, es perjudicial para los países rezagados.
No está tan claro, sin embargo, que las tensiones inflacionistas se deban tanto al aumento de la masa monetaria como a la subida del precio de las materias primas y su efecto en cadena. La inflación subyacente, por ejemplo, sigue siendo baja. Pero entre mayo de 2010 y enero de 2011 el precio del crudo brent aumentó un 48%, de 67 a 99 dólares, mientras que el índice de materias primas del Commodity Research Bureau lo hizo un 23% en el último semestre, marcando un máximo histórico.
En esas condiciones, una subida prematura de los tipos puede ser desastrosa. Aunque el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha dicho que va a proponer una regulación de la volatilidad de las materias primas en el G-20, pocos analistas creen que ello sea viable. Al margen del voraz apetito asiático de bienes primarios, las políticas monetarias expansivas de la Reserva Federal de EE UU contribuyen, al depreciar el dólar, a disparar los precios de alimentos y minerales, que tienden a subir si la momeda estadounidense baja.
Ante unas bolsas que no acaban de despegar, los inversores suben sus apuestas en los mercados de materias primas. La inflación reduce además el peso real de la deuda soberana, lo que tiende a presionar al alza los tipos de los bonos. El alza de los tipos de la deuda pública en países como Bélgica, Francia y Alemania se debe, por ello, más que a un temor sobre su solvencia, a la necesidad de actualizar los precios de los bonos.
Según Bill Gross, presidente de Pimco, “si las tasas de inflación siguen tan altas, no vemos cuál es el interés de aceptar unas retribuciones por los bonos que acaban siendo negativas”. Dinero que, además, esos fondos de inversión pueden dedicar a la compra de futuros del crudo, cobre, algodón o trigo.
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