En 2011 se conmemora el 50º aniversario del asesinato del líder congoleño Patrice Lumumba, uno de los episodios que marcaron con fuego el proceso de descolonización del continente africano. No parece casual que esa fecha coincida con el inminente nacimiento de una nueva nación subsahariana: Sudán del Sur, que surgirá tras la secesión de uno de los Estados creados por las antiguas potencias coloniales europeas.
En el último medio siglo, salvo casos excepcionales, el continente ha sufrido inestabilidad política y endémicos enfrentamientos raciales, religiosos y étnicos. Solo en los últimos años África subsahariana se ha integrado al llamado “mundo emergente”. Desde 2003, el crecimiento medio anual de la región ha sido del 6,5%. Según Freedom House, hoy existen 11 países africanos con sistemas multipartidistas, prensa libre y derechos civiles, frente a los tres de 1977, mientras que los sometidos a dictaduras han caído de 25 a 14.
Durante la etapa colonial, África fue explotado de manera tan sistemática que sus pueblos perdieron cualquier hábito de autogobierno. El Congo, por ejemplo, solo tenía en el momento de su independencia medio centenar de licenciados universitarios entre sus 15 millones de habitantes.
En muchos países, las elecciones se convirtieron en mascaradas y los censos nacionales fueron manipulados para dar más poder a ciertos grupos étnicos. Como resultado, las guerras civiles de base tribal se convirtieron en una plaga tan recurrente como la malaria. En Sudán, un país de 2,5 millones de kilómetros cuadrados, se estima que las guerras civiles de 1955-72 y 1983-2005 podrían haber causado la muerte de dos millones de personas.
Tampoco es casualidad que los conflictos más prolongados y sangrientos se hayan producido en países muy poblados y extensos como Sudán y Nigeria y divididos entre un norte musulmán de fuerte impronta árabe y un sur cristiano y animista. En Tanzania, Uganda, Costa de Marfil y Kenia la violencia interétnica también ha tenido una fuerte impronta confesional.
Sudán del Sur se convertirá en el primer Estado subsahariano en reorganizar las fronteras coloniales heredadas, lo que podría sentar un precedente regional. Ninguno de los líderes congregados en la primera cumbre de la Organización para la Unidad Africana (OUA), en Addis Abeba, en mayo de 1953 cuestionó esas arbitrarias fronteras, conscientes de que ello generaría conflictos interminables.
Muchos africanos, entonces y hoy, creen que la alternativa es mucho peor: la fragmentación del continente en una miríada de cantones étnicos y mini-Estados tribales. La Unión Africana (UA), sucesora de la OUA, ha mantenido el dogma de la sacralidad de las fronteras a pesar de que en el último medio siglo han generado guerras, Estados fallidos y regímenes “etnocráticos”. Pero ahora que la caja de Pandora se ha abierto, quizá sea difícil que la ua pueda detener procesos similares en Darfur (Sudán), Ogaden (Etiopía), Cabinda (Angola), en el delta del Níger, en Somaliland o el Sahara occidental. Si es encausado por medios democráticos y tutelado internacionalmente, ese proceso puede crear entidades más homogéneas étnicamente y, por ello, más gobernables.
Para más información:
Øystein H. Rolandsen, «Sudán 2011: la independencia del sur a un paso». Política Exterior núm. 139, enero-febrero 2011.