Crece la hostilidad anticristiana.
El Vaticano cree que los ataques contra comunidades cristianas en ciertas regiones del mundo están adquiriendo proporciones epidémicas. En la ceremonia vaticana de mayor visibilidad política del año –el discurso papal al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede–, Benedicto XVI reiteró el 10 de enero su demanda a los gobiernos para que “adopten medidas eficaces para la protección de las minorías religiosas”.
Los cambios que sus denuncias puedan provocar sobre el terreno están por verse, pero lo cierto es que para el Vaticano la defensa de las comunidades cristianas acosadas se ha convertido en una prioridad diplomática suprema. El Papa citó en concreto a Irak y Egipto, escenario de recientes atentados contra iglesias cristianas con más de un centenar de víctimas, pero también pidió a las autoridades de Pakistán que deroguen la llamada “ley contra la blasfemia”, que contempla la pena de muerte a quien insulte al islam. El pontífice se refirió al reciente asesinato del gobernador del Punjab, Salman Taseer, que había pedido clemencia para una mujer sentenciada a muerte por haber “ofendido” al profeta Mahoma; y a Nigeria, donde en las pasadas fiestas navideñas dos santuarios cristianos sufrieron ataques terroristas que provocaron un centenar de muertes.
Todos los informes de la diplomacia vaticana coinciden en señalar una ofensiva sistemática contra los cristianos allí donde son minoría, pero especialmente en los países árabes. Los autores de esos atentados criminales son o miembros de Al Qaeda o de organizaciones islamistas afines. La Santa Sede cree que la comunidad internacional no ha reaccionado con la energía necesaria. Hasta ahora, sólo Italia y Francia se han movilizado contra lo que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha calificado de “purga religiosa”.
Al Vaticano le preocupa especialmente el daño colateral que esas persecuciones puedan causar al diálogo interreligioso. Benedicto XVI ha anunciado que volverá a convocar en Asís una cumbre ecuménica como ya lo hizo Juan Pablo II en 1986. El Papa lamentó además que el gobierno de Pekín no respete la “plena autonomía de organización y la libertad de cumplir su misión” de la Iglesia católica. Sin citarla, se hizo eco de la declaración del 17 de diciembre en la que la Santa Sede lamentó la vuelta atrás que significa la reciente ordenación episcopal de un sacerdote chino sin el consentimiento del Papa y la revitalización, con nuevos nombramientos, del oficial colegio de obispos católicos de la República Popular, que el Vaticano no reconoce.
Tras unos años, ha regresado la tensión en las relaciones sino-vaticanas. Fuentes de la Santa Sede creen que pasadas las olimpiadas de 2008 y la Expo de Shanghai en 2010, Pekín ha retomado posiciones intransigentes.
Para más informacion:
Ramón Armengod, «Diálogo entre religiones». Política Exterior núm. 114, noviembre-diciembre 2006.