Hungría sabotea su presidencia.
Hungría es el tercer país de la ampliación de 2004 en hacerse cargo de la complicada maquinaria de la UE tras Eslovenia y República Checa. El comienzo de la presidencia húngara difícilmente podía haber sido más accidentado: el 3 de enero, nada más asumir la presidencia rotatoria, recibió dos amonestaciones de Bruselas.
La primera, por la entrada en vigor de una ley que coarta la libertad de prensa y la segunda, por aprobar en octubre una ley que crea un impuesto excepcional para las grandes multinacionales instaladas en el país. Las 13 empresas afectadas, entre las que se encuentran los gigantes alemanes RWE y E.ON, la aseguradora francesa Axa, el banco holandés ING o la petrolera austriaca OMV, han presentado una queja formal a la Comisión Europea para que impida al gobierno de Budapest violar las reglas del mercado único.
Esos excesos son consecuencia directa del éxito aplastante que el partido conservador Fidesz obtuvo en las elecciones del pasado abril, cuando consiguió 263 de los 386 escaños del Parlamento, barriendo a los socialistas, cuya gestión obligó al país a acudir en noviembre de 2008 al FMI, al Banco Mundial y a la UE para obtener una ayuda de 20.000 millones de euros.
A cambio, Hungría se comprometió a reducir su déficit hasta el 3% del PIB, desde el 9,3% en el que se había situado en 2006. A los pocos meses de su victoria, el gobierno del primer ministro Viktor Orban, fundador de Fidesz y primer ministro entre 1998 y 2002, decidió rechazar un nuevo acuerdo con el FMI para “restaurar la independencia económica de Hungría”.
Los inversores no han recibido bien esa medida. La deuda pública del país alcanza el 80% del PIB y una gran parte de ella está en manos privadas porque tras la entrada del país en la UE, los húngaros se endeudaron en euros y francos suizos. Pero por intereses electorales, el gobierno prefirió tener las manos libres y reducir el déficit a su manera.
Su cálculo fue acertado: en las elecciones municipales de octubre, Fidesz ganó en los 19 distritos rurales, en 22 de las 23 grandes ciudades y, por primera vez obtuvo la alcaldía de Budapest. El triunfo disparó la arrogancia de Orban. Pero no es solo en el frente externo donde su gobierno tiene problemas. En las últimas elecciones nacionales, un partido de extrema derecha, el Jobbik, obtuvo el 17% de los votos y consiguió 26 diputados, situándose en tercer lugar, muy cerca de los socialistas. Con esos antecedentes, casi nadie espera avances importantes de la presidencia húngara. La solicitud de Bulgaria y Rumania para incorporarse a la zona Schengen, a lo que se oponen Alemania y Francia, será la primera víctima de esa parálisis.