Expectativas mínimas en Cancún.
El 29 de noviembre comenzaron en Cancún (México) las negociaciones para contener el cambio climático entre los 193 países firmantes del Protocolo de Kioto. Ese acuerdo, adoptado en diciembre de 1997 y que entró en vigor en febrero de 2005, expirará a finales de 2012, cuando tendrá que ser sustituido por un nuevo pacto.
Pero las perspectivas difícilmente podrían ser menos favorables. En diciembre de 2009 se celebró en Copenhague una reunión plenaria de los Estados signatarios que debía haber servido para impulsar el proceso. Sin embargo, la cumbre acabó con un acuerdo de mínimos.
En la capital danesa, EE UU se plegó a los deseos de las principales potencias emergentes –China, India, Brasil y Suráfrica–, que se negaron a fijar objetivos cuantificables o normas vinculantes para limitar sus emisiones de CO2, argumentando que sus emisiones per cápita son apenas una fracción de las de los países ricos, que en su propio proceso de desarrollo industrial no tuvieron que enfrentarse nunca a normas medioambientales restrictivas.
A pesar de que Barack Obama es un firme defensor de la necesidad de detener el cambio climático, en la clausura de la conferencia accedió a firmar el llamado acuerdo de Copenhague, que no es un tratado con fuerza legal, como se pretendía, y que tampoco compromete a ningún país a reducir sus emisiones en las proporciones establecidas por el protocolo de Kioto para evitar que la temperatura del planeta aumente 2ºC hacia finales de siglo.
Aunque Bill Clinton firmó el Protocolo de Kioto en noviembre de 1998, no lo envió al Senado para su ratificación, consciente de que la cámara había aprobado una resolución en 1997 impidiendo la participación de EE UU hasta que los países en desarrollo se comprometieran a reducir sus emisiones.
Por su parte, George W. Bush simplemente lo ignoró. En un primer momento, Obama prometió reducir las emisiones de gases de carbono de su país para 2020 en un 17% sobre los niveles de 2005. Sin embargo, la derrota demócrata en las recientes elecciones legislativas va a dejar la presidencia del importante comité de Energía en manos republicanas que niegan la evidencia científica del cambio climático.
La mayoría de los participantes en la reunión de Cancún solo aspira a obtener objetivos modestos y, sobre todo, a garantizar que la cita mexicana no sea el final del proceso. Jonathan Pershing, representante de EE UU en Cancún, ha afirmado que su país espera acuerdos sobre todos los asuntos de la agenda. China, por su parte, ha recordado que sigue siendo un país en desarrollo y que solo aceptará reducir sus emisiones si Occidente transfiere tecnología y da ejemplo recortando las suyas. A su vez, la comisaria europea encargada del Cambio Climático, la danesa Connie Hedegaard, se mostró pesimista sobre los resultados de Cancún en su comparecencia ante el Parlamento Europeo el 24 de noviembre.
Para más información:
Elizabeth Kolbert, «¿Sexta extinción?». Política Exterior núm. 132, noviembre-diciembre 2009.
Antxon Olabe y Mikel González-Eguino, «Copenhague: una cita con la historia». Política Exterior núm. 132, noviembre-diciembre 2009.
Antxon Olabe y Mikel González-Eguino, «Cambio climático, una amenaza para la seguridad global». Política Exterior núm. 124, julio-agosto 2008.