Mar de fondo con fosfatos.
El 8 de noviembre policías y militares marroquíes asaltaron el campamento de Gadaym Izik, instalado por saharauis en las afueras de El Aaiún para reivindicar sus demandas sociales y económicas. Pero éste pronto se convirtió en una palestra de reclamaciones políticas cada vez más visible desde el resto del mundo.
A pesar del blindaje informativo al que somete Marruecos al territorio que ocupa en el Sáhara Occidental, Rabat no ha podido evitar que la dureza de la represión –que podría haber causado hasta una decena de muertes– se haya conocido en el exterior, lo que va a enrarecer aún más la situación.
El asalto se produjo el mismo día que estaba prevista una reunión de marroquíes y saharauis en Manhasset, cerca de Nueva York, siguiendo la estela de reuniones anteriores, todas ellas infructuosas, organizadas por el mediador de las Naciones Unidas, Christopher Ross, que ha declarado en numerosas ocasiones que el estatu quo es “insostenible”. Aunque la reunión se produjo, el desmantelamiento del campamento dificultará todavía más cualquier solución diplomática y puede hacer mucho daño a los intereses económicos de Marruecos. La ocupación ha hipotecado en gran medida el país al ser la cuestión en la que se centran sus políticas de seguridad y defensa.
Las fuerzas armadas reales marroquíes concentran 150.000 tropas en el territorio saharaui y sus inmediaciones. Según diversas estimaciones, el país dedica un 3% de su PIB a hacer viable la ocupación, lo que incluye fuertes subvenciones para atraer a colonos marroquíes y hacer atractiva la “marroquinización” del territorio a los saharauis.
El momento elegido no podía ser peor para los intereses de Rabat: justo cuando está negociando un nuevo acuerdo de pesca con la UE. En los anteriores, Marruecos siempre ha logrado incluir las ricas aguas saharauis, atribuyéndose prerrogativas sobre los recursos naturales de la zona que como potencia ocupante no tiene, pero que Bruselas ha aceptado hasta ahora.
Además, la violencia que podría enquistarse perjudicará sus relaciones económicas y comerciales con terceros países en relación a las riquezas del territorio en litigio. La creciente escasez de fosfatos –utilizados en fertilizantes, detergentes y baterías de litio– en el mercado mundial hace que cada vez más ojos se posen en Marruecos, actualmente el primer productor del mundo y poseedor del 50% de las reservas mundiales. Una tonelada métrica de fosfatos en bruto se vende hoy por 140 dólares, frente a los 40 de 2006.
El fosfato de mejor calidad que exporta Marruecos lo extrae del Sáhara Occidental. La estatal Office Chérifien des Phosphates, la mayor compañía industrial del país y responsable del 30% de las exportaciones mundiales de ese recurso, afirma que el fosfato extraído en las minas de Bucraa, en el Sáhara Occidental, solo representa el 2% de la producción total de Marruecos, pero otras estimaciones lo sitúan en el 11%.
Para más información:
Bernabé López García, «Sahara 2009: acabar con las ocasiones perdidas». Política Exterior núm. 127, enero-febrero 2009.