¿Un nuevo directorio mundial?
La firme recuperación de la economía china, que creció un 7,9% en el segundo trimestre, y las del resto de los países asiáticos emergentes, que crecerán en conjunto un 5% este año mientras que los del G-7 se contraerán un 3,5%, confirma el ímpetu del gigante asiático. Según el Fondo Monetario Internacional, entre 2008-10 China representará el 75% del crecimiento económico mundial.
George W. Bush empezó a encauzar los diversos contenciosos que enfrentan a EE UU y China creando un marco de relaciones estables con Pekín. Ahora, Barack Obama quiere ir un paso más allá con una iniciativa de más amplio alcance que comenzó con la reciente primera reunión de “diálogo estratégico” celebrada en Washington.
Ya no se trata sólo de resolver los diferendos económicos bilaterales sino de recabar la colaboración de China para solucionar una serie de problemas geoestratégicos –Irán, Corea del Norte…– energéticos y medioambientales a cambio de una contrapartida: elevar a China a la categoría de socio estratégico. Muchos analistas creen que Obama, aunque sin admitirlo, quiere sentar las bases de un G-2 que, como un directorio, acabaría imponiendo sus decisiones al G-8 y al G-20. China es ya la tercera economía del mundo y el primer acreedor de EE UU, por lo que el propio Obama sentenció durante la cumbre que “las relaciones entre ee uu y China darán forma al siglo XXI”.
Aún cuando la cumbre se cerró sin acuerdos concretos, su misma celebración provocó cierta inquietud en Europa por la posibilidad de que marque el principio del fin de su estatus como principal aliado de Washington en el mundo. Sin embargo, esa aprehensión es prematura. China ha superado ya el peso económico de Alemania y pronto podría superar el de Japón, pero sólo representa el 6,4% del PIB mundial (4,4 billones de dólares), frente al 21% de EE UU (14 billones). La renta per cápita china es de apenas de 6.000 dólares anuales frente a los 39.000 de ee uu y los 33.400 de la Unión Europea.
Aún más importante, EE UU y China no comparten el suficiente catálogo de valores y objetivos como para que una alianza global entre ambos sea operativa. No sólo se trata de la cuestión de los derechos humanos, un factor que ha sido relegado a un segundo plano en los últimos años. La mayor parte de los expertos estadounidenses en política internacional dudan que China vaya a apoyar los esfuerzos de EE UU en Irán o Corea del Norte.
Tampoco hay acuerdo, al margen de las generalidades, en los asuntos energéticos y medioambientales. Pero el mayor escollo reside en lo que cada uno espera del otro en el campo de las relaciones bilaterales. La administración de Obama necesita que China revalorice su moneda para permitir a EE UU reducir su déficit comercial y ganar posiciones en el mercado chino.
China, a su vez, quiere que ee uu reduzca su gasto público (el déficit fiscal será este año de 1,8 billones de dólares) y privado para evitar eventuales caídas del dólar. China tiene cerca del 40% de sus reservas (unos dos billones de dólares) invertidos en valores estadounidenses, en especial en bonos del Tesoro. El problema es que las peticiones de China son contradictorias: su flujo exportador depende precisamente de que ee uu recupere su consumo, que representa el 70% del PIB. Por ello, muchos ven la reciente “ofensiva china” de Obama más como un intento de seducir a China a través de una política de “poder blando” que como una oferta real de liderazgo mundial entre iguales.