Wikileaks cambia las reglas del juego.
La filtración de 400.000 documentos clasificados del ejército de EE UU sobre la guerra de Irak por la ONG Wikileaks, a pesar de que no revelen nada que en esencia no se supiera, ha sido un duro golpe para el Pentágono y la Casa Blanca, al dejar en evidencia el elevado coste humano que produjo la invasión de Irak.
La mayoría de los documentos no hablan de grandes planes o descubren grandes historias, pero describen miles de pequeños enfrentamientos en los que las tropas estadounidenses y las iraquíes matan, torturan o ejecutan extrajudicialmente a civiles. Según la organización Irak Body Count, que cuenta las muertes producidas en la guerra, desde 2003 han muerto en ese país más de 150.000 personas, el 80% civiles.
El Pentágono ha acusado a Wikileaks de poner en peligro a sus tropas y ha formado un equipo de 120 personas para hacer frente al desafío que supone verse expuesto ante la opinión pública internacional. Pero la magnitud de la filtración ha demostrado que Internet ya ha cambiado irreversiblemente las reglas tradicionales de los secretos de Estado. El modo en que Wikileaks filtró los documentos –haciéndolos llegar al New York Times, The Guardian y Der Spiegel en bruto, es decir, sin editar y sin comentarios–, ha hecho que esos medios se hayan convertido en el mejor aval de su autenticidad.
En julio, Wikileaks ya había filtrado 70.000 documentos sobre la guerra en Afganistán. Muchos de ellos confirmaban que Servicio de Inteligencia Militar (ISI) pakistaní había estado apoyando a los talibanes con información y logística. Como respuesta, el senador John Kerry, presidente del comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE UU, amenazó con convocar audiencias para investigar la relación entre su país y Pakistán.
Ahora, las abrumadoras evidencias de numerosos crímenes de guerra por militares estadounidenses e iraquíes pueden tener imprevisibles consecuencias en la política interna iraquí, obstaculizando aún más la formación de un nuevo gobierno. Wikileaks sostiene que realiza un tipo de periodismo de investigación, pero su modus operandi –diseñado para situarse en un limbo jurisdiccional– favorece la irresponsabilidad editorial y compromete las vidas de personas inocentes. Sea cual sea la legalidad de sus actividades, Julian Assange, fundador de Wikileaks, ya ha demostrado que los esfuerzos de los gobiernos por ocultar el horror inherente a las guerras es un ejercicio tan inútil como contraproducente.