Brasil y Turquía: ¿una trampa iraní?
El anuncio por EE UU de que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, incluidos China y Rusia, aprobarán probablemente en junio una resolución para imponer una cuarta ronda de sanciones a Irán por su programa nuclear ha desarbolado la iniciativa de Brasil y Turquía –en la actualidad dos de los 10 miembros rotatorios del Consejo– para encontrar una salida diplomática a la disputa.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, prácticamente acusó de ingenuidad a Brasil y Turquía, dos potencias regionales con ambiciones políticas globales, por haberle hecho el juego a Irán, un consumado gestor de tiempos y ritmos para soportar la presión sobre su programa nuclear.
Tras la declaración conjunta firmada por los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, Irán, Mahmud Ahmadineyad, y el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, el 17 de mayo en Teherán, quedaron en el aire más dudas que certezas. Las condiciones del acuerdo fueron, básicamente, las mismas que ya plantearon en octubre de 2009 los países del G-6 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania).
Si Teherán las rechazó entonces fue, sobre todo, porque entendió que seguía disponiendo de tiempo para continuar con su programa de enriquecimiento de uranio. Esta vez el régimen iraní aceptó, en principio, enviar 1.200 kilos de uranio enriquecido al 3,5% a Turquía porque su olfato le indicó que las sanciones podían ser inminentes y dolorosas.
Sus argucias se hicieron patentes cuando se apreció que la cantidad comprometida en 2009 (el 80% del uranio enriquecido en su poder) se reducía a la mitad, con lo que Irán conservaría suficiente uranio para construir una bomba nuclear. Tampoco mejoró el acceso de los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica a sus instalaciones nucleares. Teherán mantenía además la propiedad del uranio almacenado en territorio turco, podía seguir enriqueciendo uranio (incluso al 20%) y detener el proceso.
Turquía no tiene hoy la capacidad de almacenar en condiciones seguras esa cantidad de material radiactivo, ni mucho menos de proveer los 120 kilos de uranio enriquecido al 20% comprometidos. Esa tarea sólo puede cumplirse con la participación activa de países como Francia y Rusia.
La prensa occidental coincide en que nadie tiene nada en contra de los imaginativos esfuerzos de turcos y brasileños para resolver la disputa nuclear con Irán, pero si se dejan engañar por Teherán, su reputación como actores internacionales de peso quedará dañada. La resolución necesita nueve votos de los 15 posibles y es difícil que los “no alineados” como México o Nigeria escojan ponerse en contra de los miembros permanentes. Las tres anteriores rondas de sanciones fueron aprobadas por unanimidad.
La iniciativa de Brasilia y Ankara parece haber despertado los recelos de Moscú y Pekín ante una intrusión en un terreno hasta ahora reservado a las grandes potencias, lo que les habría empujado a reafirmar su autoridad. China, importante socio comercial de Irán, ha logrado que se retiren del borrador de resolución las medidas que limitarían las inversiones en el sector energético iraní. Pero el hecho de contar con su voto y el de Rusia ha sido un éxito para la administración de Barack Obama, que siempre consideró más importante la unidad del G-6 que los detalles de la resolución.
Nadie espera que la nueva ronda de sanciones vaya a detener la carrera nuclear iraní, pero éstas podrían dañar seriamente a destacados miembros de la élite militar y civil del régimen y a su economía, al apuntar a uno de sus puntos más débiles: la falta de capacidad de refino de su propio petróleo.