La extrema derecha planta una pica
Las elecciones parlamentarias del 11 de abril han supuesto un profundo cambio del escenario político húngaro. El Partido Socialista, que gobernaba desde 2002, ha sufrido una contundente derrota a manos del líder de centro-derecha, Viktor Orban, que tras ser primer ministro entre 1998 y 2002, ha estado ocho años en la oposición.
Fidesz, el partido liderado por Orban, obtuvo el 52,8% de los votos, mientras que los socialistas lograron apenas el 19,3%, muy lejos del 43% que consiguieron en 2006. Con ello, Fidesz ha obtenido 206 de los 386 escaños del Parlamento; es decir, la mayoría absoluta, aunque no los dos tercios necesarios para reformar la Constitución. Sin embargo, tiene aún una oportunidad para lograrlo. En dos semanas debe celebrarse una segunda vuelta en las circunscripciones en las que ningún partido fue claro vencedor.
El desplome socialista se explica por la crisis económica, acompañada de casos de corrupción, que ha sufrido el país en los últimos dos años. El “milagro económico” de los años noventa y la pasada década fue impulsado por la inversión extranjera, atraída por las perspectivas del ingreso de Hungría en la UE. Pero la crisis de 2008 impactó con singular dureza en su economía porque el sector privado se endeudó en euros muy por encima de sus posibilidades debido a su confianza en una pronta integración en la moneda única.
Cuando la contracción del crédito se extendió como un reguero de pólvora en la UE, las empresas y los bancos extranjeros retiraron sus inversiones. En noviembre de 2008 Hungría no tuvo más remedio que acudir al FMI, que aportó 15.700 millones de euros a un paquete de rescate de 25.000 millones al que la Unión contribuyó con 6.500 millones y el Banco Mundial con 1.300 millones. Los gobiernos socialistas se vieron obligados a tomar medidas de austeridad que terminaron desgastando su ya menguante popularidad.
Pero el fenómeno más inquietante de estas elecciones ha sido la consolidación electoral de un partido de extrema derecha, el Jobbik, que logró el 17% de los votos y 26 diputados, muy cerca de los socialistas. Su líder, Gabor Vona, un profesor de historia de 32 años, es fundador de la Guardia Magiar, cuyos uniformes recuerdan a los del movimiento fascista húngaro de los años treinta. Como su antecesor, la Cruz de Hierro, el Jobbik atribuye a los gitanos y a los judíos la responsabilidad de la “decadencia” de Hungría.
Muchos húngaros han sintonizado con el discurso irredentista del Jobbik. Al final de la Primera Guerra mundial, Hungría, que había sido uno de los pilares del imperio austro-húngaro, perdió un tercio de su territorio como consecuencia del Tratado del Trianon. Desde entonces, los agravios de las minorías magiares en Eslovaquia, Rumania, Serbia y Ucrania encuentran receptividad en Hungría. El ascenso del Jobbik ha sido meteórico. En las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2009 consiguió 427.773 votos y ahora ha doblado sus resultados, al obtener en torno a 844.000. Frente al sistema bipartidista anterior, ahora hay un partido dominante, una oposición débil y un importante partido antisistema que sataniza a la UE y a las multinacionales.