La revolución devora a sus hijos.
Un lustro después de una victoria electoral fraudulenta que provocó la “revolución naranja”, Viktor Yanukovich ha logrado, esta vez sí, triunfar limpiamente en las urnas, como lo demuestra el aval de más de 600 observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y otros centenares de la UE.
Aunque su gran rival, la aún primera ministra Yulia Timoshenko, ha dicho que impugnará los resultados de la segunda vuelta del 7 de febrero, lo cierto es que los electores han dado un claro voto de castigo tanto a ella como al presidente saliente, Viktor Yushenko (6% del voto en la primera vuelta), por las muchas y frustradas expectativas creadas por la “revolución naranja”.
Si Timoshenko se negara a dimitir, Yanukovich podría convocar nuevas elecciones parlamentarias, algo muy improbable en un país ya muy cansado de tantas citas electorales seguidas. La “victoria” de Yanukovich en 2004 con una escandalosa mayoría fue un fiel reflejo de las corruptas prácticas provenientes del pasado soviético, que debían servir para transferir el poder de Leonid Kuchma a una nueva generación de dirigentes ex comunistas.
Sin embargo, la movilización popular liderada por el entonces sólido tándem Yushenko-Timoshenko mantuvo el pulso con las autoridades durante dos semanas, logrando que el Tribunal Supremo declarara ilegal la manipulación electoral, y abriendo la puerta a una nueva fase de grandes expectativas.
Pero si en 2004 Ucrania ocupaba el puesto 122 en el índice de corrupción de Transparencia Internacional, hoy ocupa el 149. El FMI, por su parte, tiene bloqueado desde hace meses un préstamo de 16.400 millones de dólares porque el gobierno ucranio ni ha acometido las reformas prometidas ni ha atajado la corrupción.
Gracias a sus opacos negocios en el sector gasístico, algunos analistas estiman que Timoshenko ha llegado a controlar el 20% del PIB. El año pasado la economía cayó un 15% mientras que el grivna, la moneda nacional, vale la mitad que en 2004. El desgobierno económico coincidió además, para mala fortuna de Yushenko, con la “fatiga de la ampliación” en Bruselas, lo que frustró sus pretensiones de entrar en la lista de candidatos a integrarse en la UE.
A pesar de todo, la “revolución naranja” sobrevive en un aspecto muy importante: la alternancia que ahora se ha producido se debe en gran medida a su legado democratizador. La escasa distancia en los resultados entre Yanukovich (48,95%) y Timoshenko (45,47%) demuestra que la población quiere unidad y buen gobierno y no disensiones y caudillismos.
La tendencia prorrusa de Timoshenko en los últimos meses y el mensaje próximo al Kremlin de Yanukovich anticipan un movimiento pendular de Kiev hacia Moscú, pero lo ajustado de los resultados permite prever un nuevo equilibrio, inclinado a la UE, pero no así a la OTAN. Por otro lado, Rusia, que ha presionado a Yushenko utilizando el gas y su presencia naval en Crimea, tampoco forzará un cambio radical. Después de todo, la población rusófona es sólo un 30% del total y está muy concentrada en el Este. Si Yanukovich vuelve a comportamientos del pasado, provocará un nuevo bandazo electoral.
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