Suecia cierra un buen año para la UE.
El segundo semestre de 2009 ha sido favorable para Europa. El año se cerró con el tratado de Lisboa en vigor, lo que resolvió ocho años de interminables negociaciones sobre la reforma insititucional de la UE; el nombramiento del presidente permanente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, y de la Alta Representante para la Política Exterior, Catherine Ashton; el anuncio de una nueva Comisión y el comienzo de la legislatura de un Parlamento con más competencias.
Tras demasiado tiempo debatiendo cómo conseguir más democracia y más eficacia para una Unión con 27 miembros, las herramientas necesarias están al fin disponibles. El futuro más o menos competitivo de Europa en la economía del siglo XXI y su posición más o menos relevante en un mundo multipolar, dependerá ahora de la pericia y voluntad política con que se llenen de contenido esos nuevos instrumentos.
Por ello, el balance del año es positivo. A ese desenlace contribuyó de forma muy relevante la presidencia semestral sueca, que, tras los anteriores excesos franceses y defectos checos, supo dirigir discretamente a la UE combinando liderazgo e imparcialidad. No se esperaban grandes logros de Suecia, un país pequeño, neutral, fuera de la zona euro, miembro desde hace poco más de 10 años y de un europeísmo más bien tibio.
Pero el gobierno de centro-derecha que preside Fredrik Reinfeldt proporcionó la normalidad que tanto necesitaba la UE. En primer lugar, se destacó su excelente trabajo en la dimensión institucional. Tras el resultado positivo en el segundo referéndum irlandés sobre el tratado de Lisboa, Reinfeldt consiguió la rápida firma del presidente polaco. Y la paciencia que mostró con el presidente checo, Vaclav Klaus, que intentó sabotear el proceso de ratificación, consiguió atraerle hacia la solución que le propuso.
Una vez culminada la ratificación, Reinfeldt –no sin críticas por la falta de transparencia del proceso y el aparente bajo perfil de los elegidos–, logró que los líderes europeos nombrasen de forma unánime a Van Rompuy y Ashton. La presidencia semestral tenía otras cuatro prioridades: introducir organismos de supervisión financiera, fijar la posición europea ante la cumbre del clima de Copenhague, aprobar el programa sobre asuntos de justicia e interior y sacar adelante una estrategia para el mar Báltico. Sus logros en esos ámbitos catapultaron a la ministra sueca para Asuntos Europeos, Cecilia Malmström, hasta la cartera de Interior en la nueva Comisión.
Más información en:
Anders Mellbourn, Suecia en la Unión Europea, Política Exterior, núm. 71. Septiembre/Octubre 1979
Esther Barbé y Elisabeth Johansson, De Niza a Göteborg Política Exterior, núm. 80. Septiembre/Octubre 1979