En Guta Oriental, suburbios al noreste de Damasco, se libra hoy una de las últimas batallas intrínsecas a la guerra civil siria en una contienda altamente internacionalizada. A punto de entrar en el séptimo año de guerra, media docena de potencias regionales e internacionales luchan en territorio sirio en defensa de sus intereses, alterando los frentes con cambiantes alianzas. La proximidad de Damasco con este enclave, que constituye el mayor cerco del país, con entre 163.000 habitantes según Amnistía Internacional y 393.000 según la ONU, lo ha convertido en el talón de Aquiles del régimen sirio.
Tras cinco años de asedio, las tropas sirias lanzaron en febrero una ofensiva para expulsar a los armados de las inmediaciones de Damasco. En tan solo nueve días, bombardeos indiscriminados han segado la vida de más de 600 civiles. La milicia más importante de la zona, la salafista Jeish el Islam, rehúsa una rendición que simultáneamente supondría el fin de los ataques aéreos para los civiles, pero un traslado a tierras dominadas por facciones insurrectas enemigas para los armados.
El talón de Aquiles del régimen sirio
El 18 de febrero la aviación siria intensificó la ofensiva iniciada tres meses atrás con el objetivo de acabar con una de las últimas bolsas insurrectas apostada a las puertas de Damasco. Más de 10.000 efectivos de las fuerzas especiales sirias se han congregado a sus puertas para lanzar una operación terrestre el pasado lunes.
En estos suburbios de la capital siria tuvieron lugar algunas de las primeras manifestaciones pacíficas de marzo de 2011 contra el gobierno de Bachar el Asad. La brutal represión por parte de las fuerzas de seguridad sirias primero y la injerencia de las monarquías del Golfo más tarde, transformaron el hastío popular en una rebelión armada. Zona conservadora suní y hogar de modestos campesinos y comerciantes, Guta oriental se convirtió muy pronto en el talón de Aquiles del régimen sirio y plataforma privilegiada para desestabilizar a la cúspide político-militar afincada en la capital.
Situada a escasos cinco kilómetros del corazón del país, los entonces rebeldes del Ejército Libre Sirio pusieron en 2012 en jaque al régimen. Los armados cavaron una compleja red de túneles para contrarrestar la superioridad aérea de las tropas sirias y lanzar desde el subsuelo múltiples ofensivas. En el verano de ese año, cuatro pesos pesados de El Asad murieron en un atentado, entre ellos su cuñado y antigua cabeza de los servicios de inteligencia sirios, Assef Shawkat. “Si caía Damasco, caía el Asad”, coreaban entonces los expertos.
Relegado a la sombra por frentes más mediatizados como Deraa, Homs o Alepo, la aviación siria ha mantenido una batalla constante en la periferia damascena, donde ha logrado recuperar barriadas hoy fantasmas como Meliha o Yubar. En 2013, el ejército sirio neutralizó este estratégico frente imponiendo un asedio sobre los grupos armados allí afincados, y por ende sobre la población civil. Tal como sucediera en otros cercos del país ubicados en la periferia de las grandes urbes, los frentes se estancaron durante meses con progresiones de apenas 200 metros de lado y lado. La prioridad de las tropas sirias se enfocó entonces en recuperar el control de la “Siria útil”: las grandes ciudades del país y las arterias que las conectan entre sí. La economía de guerra se instaló progresivamente en Guta oriental con el paso de Wafidin, doble retén militar convertido en importante fuente de ingresos para uniformados tanto leales como opositores de Damasco que amasaron importantes botines gravando a la población asediada.
En 2014 Damasco selló el último paso terrestre a lo que los insurrectos respondieron cavando nuevos túneles por los que avituallarse en armas e introducir productos de contrabando, desde alimentos a equipos médicos. Transcurridos dos años de la intervención rusa que, en 2015 inclinó la balanza en favor de El Asad, el presidente no sólo ha logrado recuperar la “Siria útil” sino que acumula victorias en los focos bélicos aún latentes en zonas desérticas y rurales del país.
Hoy, el ejército sirio está determinado a recuperar Guta independientemente de los discursos del presidente ruso, Vladimir Putin. Una decisión que no solo responde a la estrategia marcial de un gobierno que cuenta con el factor tiempo a su favor, sino que supone una respuesta política a los más de cuatro millones de habitantes de Damasco –entre ellos al menos un millón de desplazados– que constituyen uno de los núcleos más importantes de su base social en el país. La lluvia de morteros insurrectos lanzados desde Guta sobre la capital ha acabado con la vida de al menos 128 civiles y heridos a más de 600 en los últimos tres meses. Durante el último lustro y desde el interior del cerco, los insurrectos han logrado atacar las centrales de agua y electricidad emplazadas en la periferia que abastecen a la capital siria, trabando con ello la vida diaria de sus habitantes.
Dentro de Guta, la ofensiva final iniciada por las tropas sirias se traduce en un castigo colectivo contra la población civil allí asediada. Según activistas locales, ambos bandos han atacado las vías de escape impidiendo la huida de los cercados. Los bombardeos han dejado más de 600 civiles muertos, 140 de ellos menores, y al menos 2.500 heridos en el transcurso de nueve días. Un balance que según la Red Siria para los Derechos Humanos asciende a 13.000 muertos durante el lustro de cerco.
En el plano social, Guta ha destapado las grietas latentes de una guerra civil hoy oculta bajo las diversas luchas regionales que se libran en el país. Esta semana, la batalla dialéctica por Guta se ha desplazado a las redes sociales con increpaciones mutuas entre activistas de ambos lados de la línea del cerco.
Callejón sin salida para los islamistas
Durante los seis años de contienda siria, la financiación llegada de las monarquías del Golfo y de Turquía ha desintegrado el frente rebelde otrora liderado por el Ejército Libre Sirio y hoy mayoritariamente atomizado entre un puñado de facciones de corte salafista o yihadista. En los escasos 100 kilómetros sobre los que se extiende Guta, cuatro facciones armadas libran sus propias guerras intestinas con un total estimado de entre 4.000 y 10.000 combatientes. Jeish al Islam, facción insurrecta de corte salafista, se ha impuesto como la principal fuerza que, según datos del centro de estudios Omran de Estambul, controla el 65% de la zona. Este grupo armado ha llegado a contar con hasta 15.000 hombres en sus filas, a los que tanto Human Rights Watch como Amnistía Internacional han acusado de cometer crímenes de guerra contra civiles. Entre ellos, enjaular a mujeres y hombres en las azoteas de los edificios para ahuyentar los bombardeos de la aviación siria.
Sin embargo, Jeish el Islam es la única facción armada de Guta que ha participado tanto en el proceso de negociaciones de paz auspiciado por la ONU en Ginebra, como en negociaciones paralelas mantenidas con Damasco. En la misma línea, Jeish al Islam fue la única facción de Guta que en diciembre de 2017 se abstuvo de participar en una ofensiva insurrecta conjunta contra las tropas sirias en la localidad de Harasta. El ataque se saldó con numerosas bajas en el bando progubernamental.
Pugnando por el control de la docena de poblaciones con las que cuenta Guta, tres facciones insurrectas se han unido en el pasado para restar territorio a Jeish el Islam. Se trata de la milicia islamista Faylaq al Rahman, respaldada por Catar y segunda fuerza en este enclave, y otras dos facciones minoritarias en la zona: la islamista Ahrar el Sham –respalda por Turquía– y los yihadistas de la rama local de Al Qaeda. Hoy, Jeish al Islam asegura que la embestida gubernamental ha logrado unir a las facciones islamistas antaño enfrentadas y niega presencia alguna de los varios centenares de yihadistas de Al Qaeda contabilizados en Guta.
La ofensiva aérea sobre este enclave evoca paralelismos con la vivida por la Alepo oriental en diciembre de 2016. Allí, la población asediada quedó simultáneamente sujeta a los dictados de los grupos armados parapetados entre civiles en tanto que escudos humanos y al indiscriminado martilleo de los cazas rusos y sirios. Tanto las tropas progubernamentales como los insurrectos armados han sacado sus propias conclusiones de la batalla de Alepo. El trágico balance de vidas civiles bajo los bombarderos rusos y sirios forzó una mediación internacional para sellar un acuerdo por el que los 100.000 habitantes fueron evacuados. El 60% se dirigieron a zonas bajo control del Gobierno sirio, mientras que el 40% restante –entre ellos, unos 7.000 armados y sus familias– lo hicieron a Idlib. Esta provincia fronteriza con Turquía y la última bajo control de la oposición en Siria, se ha convertido en el cajón de sastre donde son evacuados los milicianos de aquellas bolsas rebeldes encalladas en territorios bajo control de Damasco.
Igualmente, como ocurriera con Alepo, Guta ha supuesto un nuevo eslabón en la guerra mediática que libran ante la opinión pública mundial los defensores y detractores de El Asad. El prisma humanitario ha prevalido en las ofensivas de Guta y Alepo, uno mayormente ausente en el caso de las ofensivas aéreas sobre Raqa y Mosul lanzadas por la Coalición internacional contra el ISIS liderada por Estados Unidos. Operaciones que han dejado más 2064 civiles muertos en Raqa durante 2017, y entre 9.000 y 11.000 en Mosul durante los nueve meses de ofensiva, según el recuento que hacen las organizaciones locales.
A pesar de las intensas negociaciones mantenidas con Damasco durante los últimos meses, Jeish al Islam se ha opuesto a todo plan de evacuación a Idlid, territorio que ha quedado progresivamente en manos de la rama local de Al Qaeda a la que están enfrentados. Superados en número por el grupo yihadista, los hombres de Jeish al Islam temen ser aniquilados nada más pisar el último bastión insurrecto del país. Temor que explica el por qué un puñado de combatientes rehúsa rendirse, lo que indirectamente supondría el fin de una ofensiva aérea extremadamente mortífera para los civiles. Damasco ha pujado por cerrar un trato para la evacuación del resto de facciones –que tacha de aliados de Al Qaeda– hacia a Idlib, mientras que los hombres de Jeish al Islam podrían permanecer en Guta para posteriormente iniciar un proceso de reconciliación nacional.
La embestida insurrecta de de diciembre ha girado los tornos, llevando las negociaciones a un punto muerto y acelerando una solución marcial por parte del régimen sirio con el consabido impacto sobre la población. La resiliencia de los primeros combinada con la determinación de los segundos ha supuesto la condena para las decenas de miles de civiles atrapados en el doble cerco.
Grietas en la alianza Moscú-Teherán-Damasco
En el plano regional, tanto la ofensiva de Alepo como la de Guta oriental han abierto grietas en la alianza Moscú-Teherán-Damasco. En clave macro política, es Putin el encargado de anunciar las treguas y con ello imponerse como mediador internacional. Si bien Rusia ha supuesto un refuerzo clave para las alas del ejército sirio, son las milicias entrenadas por Irán quienes sirven de botas supletorias en el terreno a un ejército falto de efectivos. La vitoria política moscovita que supuso la evacuación de Alepo se tradujo en frustración para los efectivos de las fuerzas progubernamentales.
Desde el punto estratégico y tras perder a muchos de los suyos en el campo de batalla, estos tuvieron que renunciar a una “certera victoria”. En contrapartida, tampoco lograron que se implementara la evacuación de los cerca de 20.000 civiles de los poblados de Foua y Kefraya desde hace tres años asediados por grupos insurrectos. Aprendidas las lecciones de Alepo, los insurrectos se amparan en las vidas civiles para presionar en las negociaciones, mientras que los uniformados de las fuerzas progubernamentales son hoy más reacios a acatar las treguas pactadas a miles del kilómetro del campo de batalla, ya sea en Moscú o Nueva York.