“Una de las víctimas de la crisis de refugiados,” escribe un comentarista brasileño, “es la imagen internacional de Hungría”. Tiene razón. El vídeo de la periodista húngara Petra Laszlo pateando a una familia de refugiados evoca las palabras valientes de Kurt Schumacher, el socialdemócrata alemán que en 1932 definió el nazismo como “un llamamiento continuo al cerdo interno del ser humano”. Viktor Orbán, volcado en convertir su país en una pocilga, reniega de su propia historia. Como señala Roger Cohen en el New York Times, fue Hungría la que, manteniendo abierta su frontera con Austria, permitió a miles de ciudadanos de Alemania del Este cruzar el telón de acero a lo largo de 1989.
No es solo Hungría. El conjunto de la Unión Europea se juega su imagen en esta crisis. Con cuatro millones de refugiados llamando a sus puertas, los 27 no pueden permitirse más titubeos y mezquindad.
Lamentablemente, la reacción de la UE ni siquiera se cuenta entre las peores. Los países del Golfo, cuya responsabilidad azuzando la guerra civil siria es aún mayor que la de Occidente, se niegan a acoger a un solo refugiado. ¿Qué hará Arabia Saudí cuando su intervención en Yemen, que ya va camino de convertirse en un fiasco, lleve una nueva oleada de refugiados a sus puertas?
En Estados Unidos, la oleada de refugiados a la que hace frente Europa ha convertido al gobierno americano en blanco de críticas. Si EE UU no hubiese adoptado un papel tan pasivo en Oriente Próximo, la oleada de refugiados pudiera haberse evitado. Lo dice John Bolton, exembajador en la ONU y halcón republicano por excelencia. Aunque estas críticas responden a las exigencias de la precampaña electoral, han obligado a reposicionarse a Hillary Clinton, principal candidata demócrata a las elecciones de 2016. Clinton, que ejerció como Secretaria de Estado entre 2009 y 2013, ha salido al paso de posibles acusaciones criticando indirectamente a quien fuera su antiguo jefe. En lo que va camino de convertirse en un argumento recurrente, Clinton observó ha vuelto a observar que, de haber intervenido militarmente en Siria –una medida que en su momento apoyó, pero que encontró escaso apoyo por parte de Obama–, EE UU podría haber impedido el actual éxodo a Europa. ¿Al igual que en Libia? No, naturalmente que no.
Dejando de lado el pasado, la posición actual de EE UU no es ejemplar. “El miedo de Europa a los inmigrantes ilegales”, escribe Gideon Rachman en el Financial Times, “se replica tanto en Australia como en Estados Unidos, países ricos, mayoritariamente blancos, y que son retoños de la civilización europea”. Canberra aplica una política draconiana a los refugiados que intentan llegar a sus costas, y únicamente ofrecerá 2.200 plazas de asilo. Y EE UU, de la mano de Donald Trump, se está sumiendo en un delirio xenófobo. A lo largo de 2015, el país abrirá sus puertas a 1.500 sirios: 68.500 menos de los que Oxfam América ha pedido que acoja. Los refugiados que llegan a EE UU deben, además, someterse a un escrutinio de hasta 18 meses para demostrar que no pertenecen a ninguna organización terrorista. Tampoco Brasil se muestra inmune a la mezquindad: en 2015, el gigante del sur acogerá a menos de 2.000 refugiados.
Esta cifra contrasta con las cuotas que la UE está imponiendo a sus Estados miembros. La última propuesta de Bruselas contempla la admisión de un total de 120.000 refugiados, de los que a España le correspondería asumir 14.931. Pero únicamente la posición alemana es ejemplar. Sigmar Gabriel, vicecanciller de Alemania, se ha ofrecido a acoger hasta 500.000 refugiados cada año.
“¿No tenemos alguna responsabilidad para con los sirios que huyen del conflicto? Si hemos estado armando a rebeldes, ¿no deberíamos estar ayudando también a la gente que intenta salir? Si hemos fracasado negociando una paz en Siria, ¿no podemos ayudar a la gente que ya no puede esperar más para la paz?”. En Europa y el resto del mundo, las preguntas de Michael Ignatieff continúan pendientes de respuesta.