En una de las anécdotas más conocidas de Franklin Delano Roosevelt, uno de sus asesores le dice que el dictador nicaragüense Anastasio Somoza (o el dominicano Rafael Trujillo, según la versión de la historia) es “un hijo de puta”. “Sí”, responde el presidente, “pero es nuestro hijo de puta”. Así se resume la posición de sucesivos gobiernos españoles con el dictador ecuatoguineano Teodoro Obiang. Como no era suficiente con mantener una relación cordial con Obiang, las autoridades españolas le han invitado a una conferencia en Bruselas. La guinda sobre el pastel: permitir que asista al funeral de Adolfo Suárez.
Obiang, que acumula tres décadas y media al frente de Guinea Ecuatorial, luce el récord mundial de años en el poder. La situación en su país es atroz. “Los arrestos y las detenciones arbitrarias son habituales, y las denuncias regulares de intentonas golpistas suelen servir de pretexto. La detención conlleva con frecuencia la tortura y el maltrato”, denuncia Human Rights Watch. El fraude electoral es rutina. La mayoría de la población malvive en condiciones precarias: Malabo es la única capital del mundo en la que no hay periódicos, ni una sola biblioteca. Todo esto en un país de 722.254 habitantes, que, gracias a las reservas petrolíferas descubiertas en 1995, ostenta un PIB per cápita similar al de Italia o España. El dinero está en manos del clan Obiang y allegados.
Peccata minuta. Las empresas españolas –al igual que las americanas, chinas o francesas– no quieren perder la oportunidad de hacer negocios en la antigua colonia española. “Lo de Guinea es hoy un verdadero milagro”, proclamó Manuel Fraga al visitar el país en julio de 2009. “Guste o no,” había anunciado Miguel Ángel Moratinos tres años antes, ante la visita del dictador, España debe “ayudar y acompañar” a Guinea Ecuatorial. Y si este servicio desinteresado da dinero, tanto mejor.
No todas las inversiones en el país dan buenos resultados. Para ser tenido en cuenta hace falta llenar los bolsillos de la familia gobernante, y pagar comisiones a un ritmo frenético. El que se niega se convierte en un enemigo de régimen. Así le ocurrió a un inversor catalán, que terminó en la notoria cárcel de Black Beach (antiguamente regida por Obiang), con malaria y al borde de la muerte. Sin duda una historia dramática, pero el error fue hacer negocios con un régimen manifiestamente brutal y corrupto en primer lugar. Teodorín Obiang, hijo predilecto del dictador, ha sido procesado en Francia por blanqueo de dinero.
El último episodio en las relaciones entre España y su antigua colonia es lamentable. La UNED y el Instituto Cervantes han invitado a Obiang a hablar sobre “el español en África” en la IV Cumbre entre la Unión Europea y África, que se celebra el 2 y 3 de abril. Otra mancha en la carrera de José Ignacio Wert, que como ministro de Educación debería haber cortado en seco la iniciativa. Pero la presencia de Obiang en el funeral de Suárez resulta más inaceptable si cabe. So pretexto de que la invitación se extendió a todas las embajadas de países con los que España mantiene relaciones, y que vetar la asistencia de Obiang hubiese perjudicado a los inversores españoles en el país, el gobierno ha degradado la despedida de una de las personas que más hizo por traer la democracia a España. Para colmo de males, Obiang rechazó en 1992 la entrada de Suárez en Guinea Ecuatorial, poco entusiasmado por su intento de mediar en una transición democrática.
Es difícil de negar, por cínico que parezca, que los Estados tienen intereses vitales. La promoción de los derechos humanos por sí sola no es base suficiente para formular una política exterior eficaz. Pero eso no justifica la deriva de la acción exterior española, sacrificando la dignidad del país para facilitar contratos comerciales.