En los 35 años desde que España y Portugal se unieron a la CEE
El 12 de junio de 1985, España y Portugal firmaron el Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas, celebrándose sendas ceremonias en la mañana en el monasterio de los Jerónimos de Lisboa y por la tarde en el Palacio Real de Madrid. Se convirtieron en parte del proyecto político más extraordinario de la segunda mitad del siglo XX. Para nuestros dos países, esta adhesión se confunde con la democracia: pertenecer a la entonces Comunidad Económica Europea no sería posible sin democracia; y la democracia sería muy frágil, y quizá incierta, sin adhesión.
La revolución de 1974 en Portugal allanó el camino para las elecciones constituyentes y una nueva Constitución. El primer gobierno constitucional, presidido por Mário Soares, pidió inmediatamente, en 1976, que Portugal se uniera al Mercado Común. El gobierno de Sá Carneiro y Freitas do Amaral, en 1980, relanzó el proceso, que, mientras tanto, la inestabilidad gobernativa había paralizado. Bruselas pronto definiría que Portugal y España entrarían en la misma fecha, si el proceso de España, que comenzó más tarde, avanzase a buen ritmo. Así sucedió, de nuevo en un gobierno presidido por Mário Soares.
En España, la transición se inició en noviembre de 1975 con la muerte de Francisco Franco y su sucesión como jefe del Estado del rey Juan Carlos I. En 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas y el gobierno de Adolfo Suárez solicitó el inicio de negociaciones, que fueron aceptadas ese mismo año. En 1978 se aprobó la nueva Constitución y en 1979 comenzaron las negociaciones con Bruselas, siendo éstas continuadas por el gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo y concluidas por el de Felipe González.
Después de 35 años, más de la mitad del tiempo desde el inicio de la integración en 1957, España y Portugal pueden considerarse parte de los fundadores. Somos dos de los primeros 12. Somos parte de la redefinición que generó la Unión Europea en 1992. Somos parte del cambio impulsado por la caída del muro de Berlín. Somos parte de los impulsores de las grandes ampliaciones de principios del siglo XXI.
Hoy estamos lejos de esa era de entusiasmo. Estamos pasando por tiempos de vacilación, división y dificultad. Tenemos que preguntarnos en serio, con mente abierta, qué generó el Brexit. ¿Qué le hicimos a los británicos para que la mayoría decidiera irse, 44 años después de que estuvieran con nosotros? ¿Qué hizo la UE para dejar de ser una promesa para ellos? ¿Qué hicimos para que ganase el escepticismo, la incredulidad y la desconexión?
Es importante restaurar el sueño europeo. Primero, es importante proteger la cohesión y la confianza entre todos. Con la caída del Muro, en 1989, el proyecto europeo cambió su naturaleza y vocación: dejó de ser un club cerrado para aspirar a ser el modo original de organización política y económica del continente europeo en la era de la globalización. Un modelo que debe de continuar siendo también faro de civilización y progreso para otras regiones del mundo.
La vocación de la UE es continental, atrayendo a todos y sabiendo cómo mantenerla. La prioridad es la cohesión, es la totalidad de todos nosotros. Recordemos el proverbio: “Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado”. En Europa venimos desde lejos; queremos ir muy lejos.
Las instituciones europeas deben mostrar experiencia y visión, madurez y sabiduría. Como advirtió Jean-Claude Juncker en junio de 2017, “Europa no puede construirse contra las naciones”. Y agregó: “A los 15 años era federalista y ahora no creo en los Estados Unidos de Europa”. Palabras sabias. Los Estados miembros necesitan la Unión Europea; y la Unión Europea necesita sus Estados miembros, todos y cada uno, democracias vibrantes y naciones seguras, capaces de ser lo que son, sentir y trabajar juntos. Coudenhove-Kalergi, hoy, podría haber escrito ciertamente lo mismo que Jean-Claude Juncker, ya que los «Estados Unidos de Europa» de los que habla en su obra Paneuropa, en 1923, era un ideal filosófico, no un modelo político-legal exacto. Esto es lo que se puede extraer de sus textos de esa década precursora. La clave es unir a los Estados de Europa para preservar los valores comunes y construir riqueza, libertad, justicia y prosperidad en común.
El sueño europeo se alimenta de esa identidad y pluralidad. El sueño europeo es la paz para siempre, nunca más la guerra en Europa. El sueño europeo es la democracia, la libertad, el Estado de Derecho, el progreso y el bienestar de todos los ciudadanos. Todo solo es posible con todos los Estados miembros, todos motivados y seguros. El mayor activo es que somos todos. Los Estados debilitados debilitan a la Unión, que vive de la fortaleza de sus Estados y de la generosidad y del alcance de su acción. España y Portugal han sabido hacer coincidir sus intereses nacionales y europeos contribuyendo de esta manera de una manera leal a un proyecto común. Haciendo suya la máxima de que, a más España y a más Portugal, más Europa; y a más Europa, más España y más Portugal.
La Declaración de Schuman del 9 de mayo de 1950 tiene una afirmación que nunca puede abandonar nuestro espíritu: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”. Después del flagelo del Covid-19, estamos allí de nuevo. Es un momento de desafío y oportunidad. Al poner nuestros recursos en común, hay que enfrentar la crisis y superar juntos las consecuencias económicas y sociales muy negativas de la pandemia. Se puede hacer. Debe ser hecho. Lo más rápido posible. Sería decepcionante si los estadounidenses hubieran ayudado y rescatado a Europa en el período de posguerra y los europeos, con la UE a la cabeza, no supieran cómo apoyarse y reconstruirse.
Es otra vez el momento de la verdad. Sí, Europa no se hará a través de un único golpe, por tramas burocráticas o legales, ni en redes de poder. Sí, Europa se afirma por logros concretos que crean solidaridad de facto. ¡Es el momento! Es de nuevo la hora de Unión Europea.
Nos 35 anos da adesão de Espanha e Portugal à CEE
Em 12 de junho de 1985, Espanha e Portugal assinaram o Tratado de Adesão às Comunidades Europeias em cerimónias realizadas, pela manhã, no Mosteiro dos Jerónimos em Lisboa e, à tarde, no Palácio Real de Madrid. Tornaram-se parte do mais extraordinário projeto político da segunda metade do século XX. Para os nossos dois países, esta adesão confunde-se com a democracia: a pertença à, então, Comunidade Económica Europeia não seria possível sem a democracia; e a democracia seria muito frágil, e talvez incerta, sem a adesão.
A revolução em Portugal em 1974 abriu caminho a eleições constituintes e uma nova Constituição. O I Governo Constitucional, presidido por Mário Soares, pediu logo a adesão de Portugal ao Mercado Comum, em 1976. O Governo de Sá Carneiro e Freitas do Amaral, em 1980, relançou o processo, que, entretanto, a instabilidade governativa paralisara. E logo ficaria definido por Bruxelas que Portugal e Espanha entrariam na mesma data, se o processo de Espanha, iniciado mais tarde, avançasse a bom ritmo. Assim aconteceu, de novo num governo presidido por Mário Soares.
Em Espanha, a transição começou em novembro de 1975 com a morte de Francisco Franco e sua sucessão como Chefe de Estado do Rei Juan Carlos I. Em 1977, realizaram-se as primeiras eleições democráticas e o governo de Adolfo Suárez solicitou o início de negociações, que foram aceites no mesmo ano. Em 1978, a nova Constituição foi aprovada; e, em 1979, começaram as negociações com Bruxelas, continuadas pelo governo de Leopoldo Calvo-Sotelo e concluídas pelo de Felipe González.
Ao fim de 35 anos, mais de metade do tempo desde o início da integração em 1957, Espanha e Portugal bem podem considerar-se parte dos fundadores. Somos dois dos 12 primeiros. Somos parte da redefinição que gerou a União Europeia em 1992. Somos parte da mudança impulsionada pela queda do Muro. Somos parte dos impulsionadores dos grandes alargamentos no início do século XXI.
Hoje, estamos longe dessa era de entusiasmo. Atravessamos tempos de hesitação, divisão e dificuldade. Temos de perguntar-nos seriamente, com espírito aberto, o que gerou o Brexit. O que fizemos aos britânicos para a maioria decidir ir-se embora, 44 anos depois de estarem connosco? O que fez a UE para deixar de ser para eles uma promessa? O que fizemos para o cepticismo, a descrença e a desvinculação vencerem?
Importa repor o sonho europeu. Importa proteger, em primeiro lugar, a coesão e a confiança entre todos. Com a queda do Muro, em 1989, o projeto europeu mudou de natureza e vocação: deixou de ser um clube fechado para aspirar a ser o modo original de organização política e económica do continente europeu na era da globalização. Um modelo que deve continuar a ser também um farol de civilização e progresso para outras regiões do mundo.
A vocação da UE é continental, atraindo todos e sabendo a todos guardar. A prioridade é a coesão, é a totalidade de nós todos. Lembremos o provérbio: “Se quiseres ir depressa, vai sozinho; se quiseres ir longe, vai acompanhado”. Na Europa, viemos de muito longe; queremos ir muito longe.
As instituições europeias têm de mostrar experiência e visão, maturidade e sabedoria. Como advertiu Jean-Claude Juncker, em Junho de 2017, “a Europa não pode ser construída contra as nações”. E acrescentou: “Aos 15 anos era federalista e agora não acredito nos Estados Unidos da Europa”. Sábias palavras. Os Estados-membros precisam da União Europeia; e a União Europeia precisa dos seus Estados-membros, de todos e cada um deles, democracias vibrantes e nações confiantes, capazes de serem o que são e sentirem e trabalharem em comum. Coudenhove-Kalergi, hoje, poderia certamente ter escrito o mesmo que Jean-Claude Juncker, já que os “Estados Unidos da Europa” de que fala no seu trabalho Paneuropa, em 1923, eram um ideal filosófico, não um modelo político-jurídico preciso. É isso que ressalta dos seus textos dessa década precursora. O fundamental é unir os Estados da Europa para preservarem os valores comuns e construírem em comum riqueza, liberdade, justiça e prosperidade.
O sonho europeu alimenta-se dessa identidade e pluralidade. O sonho europeu é a paz para sempre – nunca mais a guerra na Europa. O sonho europeu é a democracia, a liberdade, o Estado de direito, o progresso e o bem-estar para todos os cidadãos. Tudo só é possível com todos os Estados-membros, com todos motivados e confiantes. O maior trunfo é sermos todos. Estados fragilizados fazem fraca a União. A União vive da força dos seus Estados e da generosidade e alcance da sua acção. Espanha e Portugal conseguiram fazer coincidir os seus interesses nacionais e europeus, contribuindo de maneira leal para um projeto comum. E fazendo sua a máxima de que, para mais Espanha e mais Portugal, mais Europa; e para mais Europa, mais Espanha e mais Portugal.
A Declaração Schuman de 9 de maio de 1950 tem uma afirmação que nunca pode abandonar o nosso espírito: “A Europa não se fará de um golpe, nem numa construção de conjunto: far-se-á por meio de realizações concretas que criem em primeiro lugar uma solidariedade de facto”. Após o flagelo da Covid-19, estamos outra vez aí. É tempo de desafio e de oportunidade. Pondo recursos nossos em comum, importa enfrentar a crise e vencer em conjunto as muito negativas consequências económicas e sociais da pandemia. Pode ser feito. Deve ser feito. O mais depressa possível. Seria deplorável que os norte-americanos tivessem ajudado e socorrido a Europa no pós-guerra e os europeus, com a UE na liderança, não nos soubéssemos apoiar e reconstruir.
É de novo a hora da verdade. Sim, a Europa não se faz de um só golpe, em enredos burocráticos ou legais, nem em teias de poder. Sim, a Europa faz-se por realizações concretas que criam uma solidariedade de facto. É a hora! É outra vez a hora da União Europeia.