La Reunión de Alto Nivel (RAN) entre España y Marruecos, que se celebrará el 5 de junio, tendrá, como en ocasiones anteriores, un marcado enfoque económico. La relación entre ambos países atraviesa una fase de cooperación relativamente tranquila, aunque no siempre ha sido así. Con enormes diferencias económicas, religiosas y políticas, además de un pasado colonial y reivindicaciones territoriales pendientes de resolución, la relación entre España y Marruecos contiene todos los elementos necesarios para convertirse en un cóctel explosivo.
Durante décadas, la diplomacia española ha tendido puentes con Rabat mediante el “colchón” de intereses. Según esta teoría, una profunda red de lazos económicos es la mejor garantía para apuntalar las relaciones entre ambos países. La diplomacia española se ha esmerado cultivando al vecino del sur: la primera visita de Felipe VI a un país no perteneciente a la Unión Europea fue precisamente a Marruecos, en julio de 2014. Al igual que su padre, el rey aspira a desarrollar una relación cercana con su homólogo marroquí, Mohamed VI.
Este enfoque, adoptado tanto por gobiernos socialistas como populares, se considera un éxito. “Si hay algo de lo que la diplomacia española esté orgullosa es de la relación construida con Marruecos en estas dos últimas décadas,” señalaba José Ignacio Torreblanca en 2009. “El orgullo por lo logrado es tal que no ha sido infrecuente que nuestros diplomáticos lo esgrimieran como ejemplo, recomendando a sus colegas polacos o bálticos aplicar una perspectiva idéntica en sus (también sumamente complicadas) relaciones con Rusia.”
La teoría del colchón no está exenta de limitaciones. En la analogía de Europa oriental, España representaría a Rusia antes que a sus vecinos. Los balanza comercial entre Madrid y Rabat está fuertemente escorada a favor de España: mientras que el país se ha convertido en el principal proveedor y mercado de exportaciones marroquís, desplazando a socios de peso como Francia, Marruecos sólo representa el 3% de las exportaciones españolas. Pero esta asimetría no se refleja en una mayor capacidad de presionar a Marruecos ante su ocupación del Sáhara Occidental o sus reivindicaciones territoriales en torno a Ceuta, Melilla, y los islotes del estrecho de Gibraltar. “Ya sabemos cuáles son las posturas” marroquís, observó Mariano Rajoy durante la RAN de 2012. La tónica general, sin embargo, es ignorar los puntos de fricción.
Durante las presidencias de Aznar y Zapatero, varios incidentes impidieron ignorar estos temas como de costumbre. En el verano de 2002, la disputa en torno a la isla de Perejil enfrentó a Madrid y Rabat en una pelea de dos calvos por un peine. En 2009, la huelga de hambre de la activista saharaui Aminatu Haidar puso contra las cuerdas la trayectoria acomodaticia de la diplomacia española. El reciente rescate desastroso de los espeleólogos españoles atrapados en el Atlas, y la decisión del juez Pablo Ruz de procesar a 11 mandos militares marroquís por genocidio en el Sáhara Occidental, podrían reavivar la tensión entre ambos países. El nuevo embajador español en Marruecos, Ricardo Díez-Hochleitner, ha tomado el relevo en un contexto que presenta retos considerables.
Aunque existe potencial para disputas, la relación entre España y Marruecos se ha profundizado a lo largo de los últimos años, extendiéndose a cuestiones de inmigración y seguridad. Es por eso que, según Gonzalo Escribano, no tiene sentido plantear la relación en términos puramente economicistas.