El enésimo desencuentro entre España y Marruecos fue gestándose a lo largo del verano y alcanzó su punto álgido a mediados de agosto (el paso de Beni Enzar hacia Melilla como epicentro de la escaramuza), para luego desaparecer del mapa con mediática rapidez. Sin embargo, el mapa sigue ahí, con su geografía como fuente de conflictos, aunque también de afinidades. Y no va a desaparecer. Los territorios españoles en el norte de África suponen 32 kilómetros cuadrados: 19 para Ceuta y 12 para Melilla; el restante kilómetro cuadrado, a repartir entre las tres islas Chafarinas, los peñones de Vélez y Alhucemas y la isla Perejil, en el Atlántico. Marruecos no reconoce estas fronteras marítimas y terrestres en el norte de África, y reclama para sí la soberanía. Sobre la cuestión territorial, gravita el territorio del Sáhara occidental.
Marruecos está inmerso en un proceso que el rey Mohamed VI ha calificado de “regionalización avanzada”, diseñada en un principio para incorporar el Sáhara occidental a Marruecos, aunque aplicable al resto de las regiones, y en particular al norte, con numerosa población bereber, por lo general celosa de su autonomía. Para dotar de apoyos a este programa de regionalización, el régimen no ha dudado en recuperar las reivindicaciones sobre las plazas en el norte de África, fomentando las protestas contra las fuerzas policiales españolas. Marruecos aprovecha como pocos las coyunturas de debilidad diplomática y política españolas como lenitivo para mitigar sus sufrimientos y deshacer agravios.
Sin embargo, las reivindicaciones marroquíes se enfrentan a obstáculos formidables. La posición de España, la actitud de la población en Ceuta y Melilla (aunque no hay que despreciar los dictados de la demografía, con una población musulmana creciente), las dificultades para justificar jurídicamente la reclamación y el reconocimiento internacional de las fronteras españolas. Sin olvidar los intereses comunes que unen a España y Marruecos, punto donde la geografía se transforma en fuente de cooperación. El mapa en este caso se ensancha y abarca no sólo el Estrecho, sino el Mediterráneo, derramándose luego por el resto de la geografía europea.
En efecto, la hoja de ruta para salir de este mapa de conflictos parece encontrarse en Europa, cuya Política de Vecindad en la región mediterránea debe apostar con decisión por crear una zona de paz y prosperidad que haga olvidar otras cuestiones. Un primer paso ha sido la celebración en marzo pasado de la primera cumbre bilateral entre la Unión Europea y Marruecos. El segundo puede ser dotar de contenido al acuerdo alcanzado para el reforzamiento de las relaciones, plasmado en un Estatuto Avanzado, cuyo objetivo es consolidar el proceso de reformas y de modernización económica y social de Marruecos.
Para más información:
Jesús A. Núñez, “Mediterráneo: el viaje a ninguna parte de la UE”. Política Exterior núm. 136, julio-agosto 2010.
Tomás Duplá, “La UE y sus vecinos del Sur: agenda europea para España”. Política Exterior núm. 133, enero-febrero 2010.
Carmen González Enríquez y Ángel Pérez González, “Ceuta y Melilla: nuevos elementos en el escenario”. Real Instituto Elcano, ARI 159/2008.
Libros:
Bichara Kader, “La política de España hacia el Magreb”. Libros núm 133, enero-febrero 2010.