Eritrea proviene del griego eritros, que quiere decir rojo. Los desiertos, colinas y arenales del país también son rojos, como el mar que rodea sus costas, que recibe una vez más esa denominación. Luego está otro rojo, el de la sangre, que en este mes de mayo regresa con el recuerdo de una guerra, la que libro el país contra Etiopía, cuyas heridas, veinte años después, continúan abiertas.
La guerra comenzó el 6 de mayo de 1998, provocada por una batalla por el control de la ciudad fronteriza de Badme, una modesta localidad desértica sin valor aparente. Ni diamantes, ni petróleo, ni enfrentamientos ideológicos o disputas étnicas se establecen como causas directas del conflicto, a diferencia de lo que solía y suele ocurrir en la mayoría de guerras de África: Sudán, Congo, Ruanda, Angola… En este caso, el origen se remonta a una antigua disputa fronteriza.
«Como Sarajevo en 1914«, dijo el fallecido primer ministro etíope, Meles Zenawi. Ni él nadie llegaron a imaginar que una pequeña desavenencia en torno a la pequeña aldea de Badme acabaría convirtiéndose en una guerra a gran escala. Pero así fue. Un conflicto que llevó a dos de los países más pobres del continente a gastar millones de dólares y que se saldó con la muerte de más de 80.000 personas y el desplazamiento forzado de medio millón de familias.
Aparentemente cerrado con los acuerdos de paz del año 2000, y pese a su «inutilidad», el conflicto parece estar avivándose de nuevo en nuestros días.
Enemigos eternamente
Etiopía, también llamada a veces Abisinia porque los abisinios son el principal grupo étnico del país, es el único territorio que mantuvo su independencia en el reparto de África, salvo los cinco años (1936-1941) que estuvo bajo control italiano. Sus fronteras actuales son el resultado de las últimas conquistas de finales del siglo XIX realizadas por el emperador Menelik II.
Eritrea, por su parte, inicia su historia contemporánea en 1889 con la ocupación italiana. Por aquel entonces, y aunque presentando todas las características de un territorio colonial, vislumbró un desarrollo económico y político sin precedentes, incomparable al resto de países de su entorno. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial el país pasó a manos de los británicos, que vendieron o desmantelaron la casi totalidad de las infraestructuras industriales, portuarias y ferroviarias. Así, Eritrea se convirtió en un país frágil y en 1952 la ONU decidió federarlo a Etiopía siempre que mantuviese una cierta autonomía. En la práctica, las cosas fueron distintas: la brutalidad y la represión se impusieron rápidamente y Etiopía acabó por anexionarse el territorio de forma unilateral.
En 1961 nace el Frente de Liberación de Eritrea (FLE), que decide tomar las armas y emprender la lucha por la independencia. En ese mismo año comienza la primera guerra entre Eritrea y Etiopía, un enfrentamiento que durará 30 años, y en el que el FLE combatirá con las dos superpotencias del momento: primero contra EEUU, que sostiene al último monarca de Etiopía, Halle Selassie, hasta su caída en 1974; después contra la URSS, que apoya a Mengistu Haile Mariam, líder de la sangrienta dictadura que perduraría hasta 1991. El conflicto finalizó el 25 de mayo de 1991, día en que las fuerzas eritreas derrotaron a Etiopía y proclamaron su independencia.
Parecía que a partir de entonces las cosas empezarían a calmarse en el Cuerno de África, pero no fue así. Con la independencia de Eritrea, Etiopía perdía su salida al mar y, pese a intentar suplantar dicha carencia a través de la autoproclamada Somalilandia, era inevitable que las relaciones tensasen con su vecino.
La gran disputa vino por el hecho de que Eritrea y Etiopía comparten una frontera de 1.000 kilómetros, que no está delimitada claramente en los tratados internacionales. El estallido del segundo enfrentamiento –el de 1998– se ve motivado por la reclamación de Eritrea de la frontera colonial que habían trazado de manera arbitraria las grandes potencias de la época –algo que se encuentra en las causas de la mayoría de conflictos de territorios excoloniales–, y la acusación directa a Etiopía por estar usando un mapa diferente.
Tras casi tres años de conflicto, en el año 2000 llegarían los acuerdos de paz gracias a la mediación de la Organización de la Unidad Africana (OUA) y otras organizaciones multilaterales, que culminó con la adopción por parte de los dos países de los acuerdos de Argel. En estos se estipulaba que la región de Badme correspondía a Eritrea. Etiopía, sin embargo, se negó a aceptar las cláusulas y comenzó a preparar el escenario de estancamiento que todavía hoy perdura. Hasta ahora, las negociaciones están paralizadas, pues Eritrea se niega a sentarse a hablar con su vecino hasta que no respete el fallo.
Alternativas
Mientras ninguno de los dos países enfrentados se mueva de su posición, la paz seguirá resultando esquiva. Por el momento, ambos países utilizan el conflicto y sus consecuencias a su gusto. Por ejemplo, en Eritrea, su dirigente, Issaías Afewerki, aprovecha la situación de punto muerto con la vecina Etiopía para justificar la dictadura en interior del país y las diversas operaciones militares que despliega a lo largo de la región. Su política exterior se ha militarizado, al tiempo que las autoridades del país perdían la confianza en la sociedad internacional por su ineficacia e incapacidad para obligar a Etiopía a aceptar el acuerdo de límites que la ONU ha declarado vinculante para ambas partes.
Por otro lado, Etiopía busca ganar aliados occidentales –ya ha conseguido a EEUU– maquillando su papel y justificando sus acciones a través de la “guerra contra el terrorismo”. En 2006, por ejemplo, Etiopía mandó tropas a Somalia para luchar contra los tribunales islámicos y el principal grupo terrorista de la zona, Al-Shabab, pero su objetivo real eran los asesores eritreos de Mogadiscio; a los etíopes siempre han preocupado las consecuencias a largo plazo de la injerencia eritrea en la región somalí. Por el momento, Etiopía gana más de lo que pierde: la ONU acabó acusando a Eritrea de presunto apoyo a grupos terroristas, imponiéndole sanciones. También ha acusado a Eritrea de armar y dar apoyo a la revuelta oromo, grupo étnico etíope que llevó a cabo una ola de protestas en 2016.
La resolución pacífica del conflicto supondría recuperar una cierta y muy necesaria estabilidad en el Cuerno de África, ayudando a la recuperación de las economías de ambos países y de la región entera. Pero mientras sigan los enfrentamientos armados y las partes implicadas no se sienten a negociar, la paz seguirá siendo, por el momento, una meta lejana.