Yehuda Saúl: “En Gaza tocamos un nuevo fondo”

Pablo Colomer
 |  26 de agosto de 2015

De visita en Ashkelon, ciudad israelí fronteriza con la Franja de Gaza, durante la operación Margen Protector (8 de julio-26 de agosto de 2014), Gideon Levy, de Haaretz, notó dos grandes diferencias con la operación Plomo Fundido (2008-09) y Pilar de Defensa (2012). “La atmósfera en las calles y en las casas es un poco más segura y menos propensa al pánico –gracias al sistema Cúpula de Hierro– pero al mismo tiempo mucho más violenta, nacionalista, religiosa, militarista y, sobre todo, agresiva e intolerante”.

Similar viaje a la noche experimenta el ejército israelí, que en cada operación traspasa una nueva línea roja. Lo sabe bien Yehuda Saúl, veterano de la segunda Intifada, con epicentro en Hebrón, y fundador de la ONG israelí Breaking the Silence, a quien entrevistamos un año después de Margen Protector, que dejó 2.100 muertos entre ambos bandos, 71 de ellos israelíes, en torno a 400.000 personas desplazadas –sobre un total de 1,7 millones de gazatíes–, miles de casas destruidas e infraestructuras civiles de todo tipo arrasadas.

 

¿Estás de acuerdo con las sensaciones que experimentó Levy cuando estuvo en Ashkelon?

“Sin duda, el verano pasado tocamos nuevos fondos. Recordemos que Margen Protector comenzó con la operación Brother’s Keeper en Cisjordania, antes de moverse hacia Gaza. El secuestro de los tres adolescentes; las provocaciones; el quemar vivo a Mohamed Abu Jadeir, el chico palestino de Jerusalén Este. Todo ello no surgió de la nada, hubo una campaña deliberada de provocaciones promovida desde lo más alto. Cuando tienes a ministros en las portadas de los diarios clamando venganza, generales diciendo que van a borrar a Palestina del mapa…

¿El gobierno se aprovechaba de las circunstancias o las provocaba?

Cuando lo que tienes son manifestantes contra la guerra golpeados en las calles de Tel Aviv… eso no pasó durante la operación Plomo Fundido. Definitivamente, hemos tocado un nuevo fondo. Y no hablo de lunáticos. Puede que se comporten como tal, pero lo hacen en respuesta a un ambiente definido por los de arriba. Por la clase política.

El ejército es una de las instituciones más sagradas del país…

La más sagrada.

Y criticarlo está permitido, pero ¿qué sucede en tiempos de guerra? ¿Cuál es el papel de Breaking the Silence?

Antes de que comenzase la invasión de la Franja –los ataques aéreos ya estaban en marcha– organizamos una lectura pública de testimonios de soldados que habían combatido en Gaza, a la entrada del Teatro Nacional. Para que la gente fuese consciente de qué iba una invasión terrestre. En un principio no querían dejarnos celebrar el acto. Tuvimos que amenazar con ir a los tribunales para que nos dejasen hacer la lectura. Al final nos pusieron un cordón de 100 policías antidisturbios para protegernos de matones fascistas de ultraderecha que apaleaban a quienes protestasen contra la guerra.

Hablábamos antes de la atmósfera en Israel. Creo que lo que le sucede a nuestra sociedad es lo que le pasa al soldado sobre el terreno y al ejército en su conjunto. El soldado se acostumbra, acaba viendo las cosas como normales. A mí me paso. Me acostaba pensando: “Hoy he hecho cosas terribles. Pero bueno, no es lo peor. Uno, dos y tres, esas son mis líneas rojas”. Y de repente pensabas: “¡Pero si la semana pasada hice la dos! Bueno, cinco, seis y siete, esas nunca las haré”. Y a la siguiente semana ya vas por la ocho. Lo mismo le pasa al ejército y a la sociedad.

Podemos leer en el informe del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, elaborado por una comisión independiente, lo siguiente: “Los soldados recibieron órdenes de sus comandantes de disparar a toda persona que identificasen en zona de combate, bajo la asunción de que cualquier persona en el terreno es un enemigo”.

Serví durante el cénit de la segunda Intifada, he visto cosas. Desde que salí del ejército he estado en Breaking the Silence, así que he oído también algunas cosas. Y nunca he visto, tras entrevistarme con los combatientes del verano pasado en Gaza, una reglas de enfrentamiento más permisivas.

¿Pero tenéis reglas de enfrentamiento? Y perdón por la ironía.

Haces bien en preguntar. El concepto de las reglas de enfrentamiento es poner un límite al uso de fuerza letal. Las restricciones eran mínimas. Los principios básicos del ejército israelí para que alguien sea considerado objetivo legítimo son tres: tiene que tener medios (ir armado), intención (de hacerte daño) y capacidad de ejercer esa intención. Es decir, si te enfrentas a un hombre con un cuchillo a 100 metros de distancia, tiene los medios (cuchillo) y la intención, pero no la capacidad. Si ese hombre está a cinco metros, entonces disparas a matar. En Gaza esto desapareció. La mecánica era simple: lanzamos octavillas, hacemos llamadas, enviamos mensajes pidiéndole a los civiles que abandonen la zona; les damos fechas límite; si pasada la fecha límite sigues ahí, bum.

 

Octavillas del ejército de Israel

 

Para ponernos en contexto. En 2002, pico de violencia de la segunda Intifada: para que un tanque disparase un solo proyectil, un coronel tenía que aprobarlo previamente. En Margen Protector, sargentos –comandantes de tanques–, chicos de 19 años, pueden disparar docenas de proyectiles al día sin que nadie haga una sola pregunta. En total, 22.000 proyectiles fueron lanzados en Gaza el verano pasado.

El cambio de doctrina es evidente.

Doctrina número uno: riesgo cero para nuestras tropas a toda costa. Con la primera parte de la frase no tengo problema, he sido soldado y quiero que el país que me envía a la guerra haga todo lo posible por protegerme a mí y a mis camaradas. El problema es lo de “a toda costa”, incluso a costa de enormes bajas civiles del otro bando. La doctrina militar debe traducirse sobre el terreno en que cuando tengas dudas, no dudes. Lo normal es tener dudas: no tienes una visión clara del objetivo, no tienes claras las reglas de enfrentamiento… Cuando dudas, no hay duda: no aprietes el gatillo. Así es como me entrenaron. Pero en Gaza la misma frase es utilizada al revés. Si tienes dudas, dispara.

 

 

Doctrina número dos: Dahiya. Es el nombre de un barrio chií en Beirut que fue reducido a escombros durante la guerra de Líbano en 2006. La doctrina dice que ya no hay más guerras clásicas, con un enemigo claro al que puedas derrotar de una vez por todas tras ocupar el territorio; ahora las guerras son asimétricas, nuca terminan, siempre vuelven. Por eso el objetivo estratégico está cambiando: de eliminar al enemigo a comprar más tiempo entre conflictos. ¿Cómo consigues eso? Aquí es donde la doctrina Dahiya aparece, diciendo que el problema son las reglas del juego, el Derecho Internacional, que exige proporcionalidad. La doctrina se implementó pensando en Hezbolá, pero se ha adaptado a Gaza. Hezbolá dispara un cohete, bombardeamos un edificio: respuesta proporcional. Otro cohete, otro edificio. Y así hasta el infinito. ¿Cómo salir del bucle? Con una respuesta deliberadamente desproporcionada. Convertirnos en el matón del barrio. “Si me tocas las narices, te arrollo con un tanque. Así te lo pensarás mucho antes de pelearte conmigo otra vez”. En una frase: destrucción deliberadamente desproporcionada de infraestructura y propiedad civil para disuadir al enemigo.

Todo el comportamiento del ejército, de arriba abajo, está definido por estas dos doctrinas.

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