Imbuidos de un optimismo rayano en el delirio, los promotores de la ofensiva para recuperar Mosul de manos de Daesh presentan la operación, iniciada el 17 de octubre, como si no fuera más que un mero trámite. En todo caso, tan solo parece preocuparles lo que venga a continuación. Sin embargo, la más elemental cautela y la acumulación de tantas fracasadas ensoñaciones similares deberían ser suficientes para no confundir los deseos con la cruda realidad sobre el terreno. Una realidad que plantea al menos tres retos a corto plazo: humanitario, militar y político.
En el terreno humanitario, cabe recordar que Mosul es la segunda ciudad de Irak y, aunque más de la mitad de sus pobladores ya ha podido escapar de ella en los dos últimos años de dominio yihadista, todavía queda en torno a un millón de personas malviviendo en su interior. Esto, salvo que se produzca una improbable espantada de Daesh en los próximos días, supone que muchos de ellos serán empleados como escudos humanos por parte de los defensores, conscientes de que es el método más eficaz para limitar los ataques aéreos de la coalición liderada por Estados Unidos en apoyo a Bagdad. Queda por ver si los atacantes renuncian a ese tipo de ataques para evitar la muerte indiscriminada de civiles desprotegidos o si, ante la previsible resistencia de los milicianos de Daesh, optan por aprovechar su abrumadora superioridad aérea para “ablandar” el objetivo, al margen de consideraciones jurídicas o humanitarias.
Si, como se prevé, continúa el flujo de quienes se afanan por escapar del inminente y sangriento asalto, la crisis humanitaria parece garantizada. Actualmente hay ya 3,3 millones de iraquíes desplazados en distintas partes del país, lo que se traduce en un alto nivel de saturación de los servicios de asistencia y protección, activados hasta la fecha. Más de un millón de ellos se distribuyen en los 21 campos ubicados en el Kurdistán iraquí, mientras el resto se agolpa en los 18 localizados en los alrededores de Bagdad y en los seis existentes en la provincia de Nínive, a la que se le añadirán en un futuro indeterminado otros dos campos en construcción y dos más en las provincias de Kirkuk y Salahadin. Si los primeros están saturados y los segundos todavía no existen, es inmediato entender que los civiles huidos de Mosul se encontrarán en condiciones deplorables a corto plazo. No parece que quienes han planificado la operación militar hayan tomado en serio esta cuestión para evitar situaciones que mañana probablemente volverán a escandalizarnos sin remedio.
Por su parte, en el ámbito militar interesa resaltar que, en contra de algunos titulares mediáticos que podrían dar a entender lo contrario, el asalto a la ciudad todavía no se ha producido. El avance logrado hasta ahora, recuperando una cincuentena de localidades próximas a Mosul, se corresponde con la fase de aproximación al objetivo, tanto desde el Norte y Este, donde operan fundamentalmente los peshmergas kurdos, como desde el Sur, donde las fuerzas armadas iraquíes llevan la voz cantante. Sin negar en ningún caso que la ofensiva progresa según los planes previstos, también hay que recordar que Daesh mantiene importantes bolsas de resistencia –como Hawiya y varias islas a lo largo del río Éufrates– desde las que perturbar seriamente el avance y que ya ha comenzado a atacar en otros frentes (como el propio Kirkuk) para obligar a sus enemigos a diversificar fuerzas e incendiar pozos petrolíferos, así como la gran instalación de fabricación de azufre y otros compuestos sulfurosos ubicada en la misma ciudad para entorpecer su avance.
Los alrededor de 7.000 efectivos yihadistas han tenido sobrado tiempo para preparar la defensa de la ciudad con túneles, trampas explosivas y obstáculos contra vehículos. Todo ello sin olvidar que en el combate urbano el defensor cuenta con no pocas ventajas para neutralizar la superioridad que puedan tener las fuerzas atacantes, que con diferentes perfiles e intereses no se han distinguido hasta ahora por su alto nivel operativo en lo que respecta a las fuerzas iraquíes. En cuanto a los demás –milicias chiíes encuadradas en las Fuerzas de Movilización Popular, milicias tribales suníes, policía federal…– pueden acabar compitiendo entre ellos para llegar primeros a la meta y así contar con ventajas en el posterior reparto de prebendas y poder.
Por último, en el campo político la inquietud tampoco es menor. En clave interna, el gobierno iraquí liderado por Haider al Abadi sufre un permanente acoso no solo de sus opositores sino también de sus teóricos aliados, lo que debilita su capacidad para encarar tanto la campaña como lo que venga tras ella. Por otro lado, queda por ver si el acuerdo entre Bagdad y Erbil –que determina que sean las fuerzas armadas iraquíes las que entren finalmente en la ciudad asediada– resiste en la práctica, cuando los líderes kurdos iraquíes –apoyados por Washington y con unas fuerzas que han mostrado un mayor nivel de eficacia en el campo de batalla que las del ejército nacional– pueden verse tentados a participar en el asalto final con la pretensión de rentabilizar políticamente su posición en las negociaciones futuras sobre la estructura del Estado. Tanto o más preocupante aún es la implicación militar de Turquía, que no solo ha bombardeado posiciones de Daesh en apoyo a los peshmergas que han tomado la localidad de Bashiqa, sino que anuncia su intención de apoyar la creación de una zona segura en el norte del país, todo ello para enfado mayúsculo de Bagdad.
Cualquier cosa, en definitiva, menos un paseo militar.