Cambiarlo todo para que nada cambie. Resulta difícil no acordarse de El gatopardo ante el resultado de las elecciones presidenciales de Ucrania, celebradas, al igual que las europeas, el 25 de mayo. Tras medio año marcado por la inestabilidad, la revolución y la crisis territorial que ha generado el enfrentamiento entre ucranianos proeuropeos y prorrusos, las urnas han elegido a Piotr Poroshenko, un oligarca de la vieja guardia. Con algo más del 55% de los votos, Poroshenko vence sobradamente a su principal rival, Yulia Timoshenko. Antigua líder de la Revolución naranja, Timoshenko ha obtenido tan sólo un 12% de las papeletas.
Las circunstancias en que han tenido lugar las elecciones son excepcionales. Con Crimea anexionada por Rusia, con el este del país en estado de secesión y combatiendo activamente al ejército ucraniano, los comicios pretendían otorgar al Estado ucraniano la legitimidad de la que carece desde la destitución de Viktor Yanukovich a finales de febrero. Paradójicamente, la propia crisis ha impedido que los comicios se desarrollasen con normalidad: en el este de Ucrania, únicamente 426 de los 2.430 colegios electorales funcionaban con normalidad. En Donetsk ni siquiera se votó. Los habitantes de Crimea fueron obsequiados con la visita de Dimitri Medvedev, primer ministro ruso, pero no con la posibilidad de acudir a las urnas. La actitud de Vladimir Putin con respecto al proceso es ambigua. El presidente ruso ha indicado que respeta el proceso, pero no que vaya a reconocer oficialmente sus resultados. La combinación de palos y zanahorias pretende garantizar que Poroshenko tenga en cuenta los intereses de Moscú.
El colapso de las instituciones políticas ucranianas no ha impedido la victoria de un miembro del establishment tradicional. Poroshenko es, en muchos sentidos, un oligarca de libro de texto. El “rey del chocolate” es dueño de Roshen, la mayor confitería del país, y el canal de televisión Kanal 5. Forbes clasifica su fortuna como la número 1.284 del mundo. Le salva el hecho de no haberla obtenido en el sector energético, como la mayoría de los oligarcas ucranianos (incluida Timoshenko).
Su trayectoria política también le marca como hombre del sistema. Cercano al expresidente Leonid Kuchma, Poroshenko fue uno de los fundadores del Partido de las Regiones, al que pertenecía Yanukovich. Durante la Revolución naranja Poroshenko se recicló, haciendo de árbitro entre Timoshenko y Viktor Yushchenko desde el ministerio de Exteriores (2009-2010). También fue ministro de Comercio a lo largo de 2012. Cuando estallaron las protestas del Euromaidán, Poroshenko les prestó su apoyo a través de Kanal 5.
Su victoria electoral, a pesar de todo, no es ajena a los cambios políticos que han tenido lugar en Ucrania. Especialmente importante ha sido el apoyo que le ha prestado Vitali Klitschko, exboxeador, destacado activista en el maidán, y futuro alcalde de Kiev. El desplome de los partidos ultraderechistas (los votos de Svóboda y el Sector de Derechas suman un 2% de las papeletas) supone un duro revés a la ofensiva mediática que libra el Kremlin, volcado en presentar a la Ucrania proeuropea como un reducto de fascistas.
Poroshenko ha anunciado que su primera acción como presidente será visitar Donetsk, tomada por rebeldes prorrusos. El futuro presidente tendrá que navegar entre la Escila de aplacar a Moscú y el Caribdis de preservar la integridad territorial de Ucrania. Le va en ello tanto el futuro de su país como el de su negocio: Roshen, que exporta gran parte de sus productos al mercado euroasiático, se ha visto perjudicada por el enfrentamiento con Rusia. Las principales bazas del futuro presidente son su cintura política, demostrada en el pasado, y su imagen de hombre pragmático. “Es la única persona que es realmente neutral,” aseguraba ayer un votante. Si está en lo cierto, Ucrania necesita a Poroshenko desesperadamente.