Ni la oposición, ni muchos ciudadanos, ni parte de la comunidad internacional apoyan las elecciones en Sudán. Desde el 13 hasta el 15 de abril, unos 13 millones de electores están llamados a las urnas. Finalmente, la Comisión Electoral ha anunciado una ampliación de los comicios presidenciales y parlamentarios en un día, hasta el 16, y dos más para el estado de Yazira y la provincia de Katem. El 14 de abril, apenas el 10% de los electores había acudido a las urnas.
La baja participación se explica en buena parte por el boicot de los principales grupos de la oposición. Desde partidos políticos hasta rebeldes y organizaciones de la sociedad civil han firmado el Sudan Call, una declaración que aglutina sus esfuerzos para impulsar el cambio en el país. Y el cambio, según ellos, pasa por boicotear las primeras elecciones presidenciales tras la independencia de Sudán del Sur en 2011.
La campaña se conoce como Erhal, que significa “Vete” en árabe, y va dirigida contra el actual presidente, Omar Hassan al Bashir, quien gobierna el país desde 1989 con mano dura, tras acceder al poder mediante un golpe de Estado. Pocos dudan de su victoria. El boicot, por el momento, facilita es su reelección: Al Bashir se enfrenta a 15 candidatos de partidos poco conocidos en el país. Su victoria se presume sencilla. El 27 de abril se conocerán los resultados oficiales.
La campaña de boicot, sin embargo, parece haber dado sus frutos. La decisión de ampliar un día más las elecciones ha sido oficialmente justificada por errores logísticos que habrían impedido votar en unos 160 colegios electorales. Cabría achacarla, más bien, a la baja participación, que restaría aún más legitimidad al gobierno de Al Bashir. Según el New York Times, hay testigos que afirman que activistas del partido en el poder fueron casa por casa pidiendo a la gente votar, y que para aumentar la participación las autoridades premiaban a los centros con alta participación.
¿Se han sumando los sudanes al boicot de manera activa, o la apatía gana la partida? Algunos sudaneses aseguran a la prensa internacional que no han votado porque ya conocían los resultados de antemano. Razones para sentirse defraudados no les faltan: tras 26 años con Al Bashir como presidente, Sudán se enfrenta a una aguda crisis económica en mitad de graves turbulencias políticas y sociales.
La Unión Europea no confía
El país ha contado con la presencia de observadores y representantes de 15 organizaciones internacionales, como la Unión Africana (UA) o la Liga Árabe. Sin embargo, ni rastro de los europeos.
La Unión Europea ha sido probablemente la voz internacional más crítica con las elecciones sudanesas. Su alta representante, Federica Mogherini, afirma en un comunicado que la situación política y social del país exige la colaboración y el diálogo nacional, pero que el gobierno no ha aprovechado los esfuerzos de la UA para sentar en la mesa de negociación a las partes interesadas. Según Mogherini, no hay un “entorno favorable para las elecciones”, al vulnerarse derechos civiles y políticos, prescindirse del diálogo y quedar excluidos varios grupos de la oposición. El comunicado europeo afirma que las elecciones no podrán tener resultados creíbles con legitimidad en todo el país. “El pueblo de Sudán se merece algo mejor”.
Al Bashir: continuidad y cambio
El 1989, Al Bashir disolvió el Parlamento y asumió los poderes ejecutivo y legislativo, así como el mando de las Fuerzas Armadas. Aliado con el Frente Islámico Nacional de Sudán, comenzó a islamizar el país. Antes de su llegada, Sudán era uno de los Estados africanos donde las mujeres tenían mayores libertades, formando incluso parte de la élite intelectual. Ahora, una de las penas para las mujeres por vestir pantalones en un lugar público son 40 latigazos. El castigo por robo consiste en una mutilación cruzada: la amputación de la mano derecha y del pie izquierdo. En 2012, Human Rights Watch denunciaba que el adulterio femenino se castiga con la muerte por lapidación.
Las promesas electorales de Al Bashir son aportar “seguridad y estabilidad política y económica”. Los obstáculos son enormes. El país se encuentra prácticamente aislado, sometido a un embargo de Estados Unidos desde 1997 por violaciones de Derechos Humanos y vínculos con el terrorismo. Además, sobre el presidente pesa una orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y genocidio cometidos en Darfur en 2008.
La realidad sudanesa es penosa: un país devastado por las guerras y conflictos internos, con una economía colapsada y miles de desplazados. A los problemas fronterizos con Sudán del Sur por las regiones petroleras de Abyei y Heglig, hay que sumar Darfur, una crisis humanitaria que ya se ha saldado con decenas de miles de muertos y más de dos millones de desplazados internos.
¿Se espera un cambio en la política sudanesa? Teniendo en cuenta que el gobierno no ha cambiado en los últimos 26 años, el proyecto democratizador y de cambio parece más bien utópico. El diálogo entre los diferentes grupos del país es el primer paso, imprescindible para cualquier avance. En segundo lugar, según los principales activistas del país, se necesita una renovación de las figuras principales en el poder. Por el momento, Al Bashir se agarra a la poltrona presidencial entre la apatía, la resignación y el rechazo de millones de sus conciudadanos.