Los europeos residentes a orillas del Mediterráneo quizá sonrían al enterarse de que Finlandia, uno de los máximos defensores de las políticas de austeridad, va a verse obligado a aplicar en sus propias carnes las recetas defendidas con tanta vehemencia frente a sus vecinos del Sur. El país celebra elecciones el 19 de abril y el principal asunto de campaña es la economía. No la de Grecia, cuyo futuro preocupa en Helsinki, por supuesto, sino la finlandesa. Todos los partidos con opciones de gobernar advierten a sus potenciales votantes de que van a tener que apretarse el cinturón.
Los discursos no cambian de una latitud a otra. “Llevamos desde el año 2000 viviendo por encima de nuestras posibilidades –afirma el actual primer ministro, Alexander Stubb–. Construimos nuestro Estado del bienestar sobre la asunción de que tendríamos un crecimiento económico del 3% de manera permanente”. Se espera que para este año el PIB crezca alrededor del 0,9%. El entorno no ayuda. La zona euro no consigue despegar y los problemas que atraviesa Rusia tienen un impacto negativo en las exportaciones finlandesas. El destino de Nokia, en su día principal fabricante de móviles del mundo –hoy no fabrica ni uno, vendida su división de teléfonos móviles a Microsoft–, parece cernirse sobre el futuro del país como una advertencia.
Si los discursos no cambian de Sur a Norte, las estrategias electorales no van a la zaga. La situación económica del país es tan preocupante que el Partido del Centro liderado por Juha Sipilä, ahora en la oposición, continúa ganando popularidad sin hacer “prácticamente nada”, señala Juhana Aunesluoma, de la Universidad de Helsinki. En estos momentos, las encuestas dan la victoria a los conservadores de Sipilä con un 23% de los votos. En segundo lugar quedarían los actuales socios de coalición, los liberales de Coalición Nacional de Stubb (17%) y el Partido Socialdemócrata Finlandés de Antti Rinne (17%), seguidos de cerca por los anteriormente conocidos como Verdaderos Finlandeses (16,2%), hoy Finlandeses a secas, de credo ultraconservador.
En un Parlamento de 200 escaños (mayoría en 101), los alrededor de 53 escaños que los sondeos pronostican para Sipilä no serán suficientes para gobernar en solitario. Necesitará socios de coalición y ahí entra en juego el partido de Timo Soini. A pesar de haber perdido parte del apoyo cosechado en 2011, los Finlandeses pueden verse beneficiados por la polémica en torno al pago de la deuda griega. Por otra parte, han suavizado algunas de su reivindicaciones con la idea de formar parte de un hipotético gabinete presidido por Sipilä, quien ha dicho que estaría feliz de tenerlos en el gobierno. Stubb también los corteja, diciendo que el partido de Soini es mucho mejor de lo que su reputación fuera del país deja entender.
El corresponsal de Financial Times, Richard Milne, se pregunta cuál es la mejor estrategia para lidiar con los partidos populistas que proliferan en los países nórdicos. ¿Integrarlos o ignorarlos por completo? En Suecia el camino elegido ha sido el segundo, lo que no parece haber dañado el desempeño electoral de Demócratas de Suecia, más bien al contrario. En cambio, el Partido del Progreso participa en el gobierno de Noruega en tándem con los conservadores desde hace dos años y, según las últimas encuestas, su porcentaje de votos no cesa de caer. El Partido Popular Danés, por su parte, no ha entrado aún en gobierno alguno, pero prestó apoyo parlamentario al anterior gobierno conservador y en las últimas elecciones europeas fue el partido más votado, con un 23% de los sufragios.
Los finlandeses han optado por la estrategia de la integración. Los desafíos a los que enfrenta el país, con una de las poblaciones que más rápido envejece del continente, parecen demandar la cooperación de todos. Una cosa cabría exigir a los miembros de la futura coalición gobernante: prueben la austeridad, pero por favor no fastidien uno de los mejores sistemas educativos del mundo.