Ecuador inauguró el 7 de febrero el intenso calendario electoral en América Latina en medio de un particular escenario marcado por la alta fragmentación política y una compleja crisis económica, sanitaria y moral, evidenciada en los casos de corrupción que despiertan indignación social, y agravada por la precaria gestión de la pandemia del Covid-19. La sobreoferta de candidaturas (15 hombres y una mujer) se ha zanjado en el apoyo a cuatro candidaturas: el tándem Andrés Arauz-Carlos Rabascall, autodenominado socialista y apadrinado por el expresidente Rafael Correa, que suma el 32% de los votos; un empate técnico entre Yaku Pérez, ecologista y líder indígena, y Guillermo Lasso, banquero autoubicado en el centro-derecha, quienes en conjunto abarcan aproximadamente el 40% de los votos; y Xavier Hervas, de la Izquierda Democrática, la sorpresa de la contienda con un 16% de los votos.
La estrategia de Arauz, fundamentada en exclusiva en la reivindicación del gobierno de la Revolución Ciudadana, le ha resultado exitosa para pasar como favorito al balotaje del 11 de abril, pero también pone en evidencia el techo del voto duro del bloque correísta, que desde las elecciones de 2017 fluctúa en un 30%. El resto del electorado ha optado por una tercera vía que no implica necesariamente inclinarse entre dos opciones ideológicas y modelos económicos diametralmente antagónicos: la de una izquierda sin un atisbo de autocrítica que impulsa un modelo económico de matriz estatista (Arauz) o el de una derecha conservadora que apuesta a un modelo económico apegado a las recetas de corte neoliberal (Lasso). De hecho, en una muy disputada segunda vuelta electoral, los ciudadanos se encaminarían a elegir entre dos candidaturas de corte de izquierda, pues con el 98,64% de las actas escrutadas, Pérez se sitúa en segundo puesto con un 19,92% de los votos.
En el plano político regional latinoamericano, la contienda electoral se inserta en un escenario caracterizado por la heterogeneidad, la polarización y la peor contracción económica en un siglo, cercana al 8%, con 78 millones de personas viviendo en la extrema pobreza, según el último informe de la Cepal. Esto hace que los giros hacia la derecha o hacia la izquierda del péndulo ideológico, como catalizadores de aspiraciones de cambio, no sean un factor aglutinante para encontrar consensos o respuestas conjuntas a los problemas trasnacionales que afrontan todos los países de la región. Ecuador tiene un peso frágil en la geopolítica internacional, por lo que el tan discutido debate de una posible reconfiguración de la “marea rosa” es un asunto superado. Causa curiosidad conocer por qué candidato se decantarán los apoyos regionales en los próximos meses.
En el plano económico, al país suramericano el neoliberalismo ya no le debe tomar por sorpresa. En Ecuador se ha ido impulsando paulatina y sostenidamente ajustes fiscales de corte ortodoxo, sobre todo desde 2014, cuando se hizo evidente el fin del ciclo ascendente del precio de las materias primas, en particular del petróleo. La línea de ajustes iniciada por Correa continuó con Lenín Moreno, quien deja el poder con cartas de intención firmadas con el Fondo Monetario Internacional y que pasan por privatizaciones, ajustes en el gasto y reformas tributarias. Arauz ha señalado que no honrará los compromisos y que su plan económico buscará reactivar el consumo, entregando 1.000 dólares a un millón de familias en la primera semana de gobierno. Pérez ha señalado que renegociará los términos de los compromisos adquiridos con los multilaterales.
Lo que parece una constante en la economía-política latinoamericana es que hay ciertos ciclos que se repiten de manera circular en varios países de la región a lo largo de la historia, como señalan Dornbusch y Edwards en su ensayo La macroeconomía del populismo. El circulo vicioso, que caracteriza a los gobiernos populistas, funciona más o menos así: continuamente en uno y otro país y una vez tras otra, los responsables políticos adoptan medidas económicas basadas en el uso de políticas fiscales y crediticias expansivas para acelerar el crecimiento y redistribuir la renta. Tras un período de crecimiento y recuperación económica –cuya particularidad en la última ola fue el boom de las materias primas– se producen cuellos de botella que provocan presiones macroeconómicas. Esto se traduce en el desplome de los salarios reales y en graves dificultades en la balanza de pagos, que dan como resultado una inflación galopante, una crisis insostenible y el colapso del sistema económico.
El camino recorrido por Ecuador no ha estado disociado de este fenómeno y el futuro mandatario probablemente encuentre el camino allanado para dolorosamente ir cerrando el círculo, claudicando ante las “políticas de emergencia”. Ecuador sufre debilidades estructurales crónicas y el próximo presidente recibirá no solo a un país en crisis y endeudado, sino también la tarea de lograr gobernabilidad consolidando alianzas en una fragmentada Asamblea Nacional.
En este escenario, la segunda vuelta electoral representará un parteaguas. Por un lado, para los seguidores de Arauz implica una oportunidad de “revancha” a lo que han llamado la “traición al proyecto” de la Revolución Ciudadana por parte de Moreno, que encarnaría lo que se denomina como un “policy switcher”, es decir, un político que prometió no implementar reformas drásticas de mercado, dar continuidad al proyecto revolucionario y después procedió a traicionar a sus votantes. Por otro, el electorado de Pérez cuenta con el apoyo del voto indígena y de los jóvenes, concentrado en la región Sierra y Amazónica. El presidenciable representa una tercera vía a la dicotomía izquierda-derecha tradicionales añadiendo al debate sobre el desarrollo elementos poco discutidos en la campaña electoral, como los limites ecológicos del modelo extractivista.
Estas elecciones en Ecuador han demostrado que la política va más allá del ligero encasillamiento correísmo-anticorreísmo y que los ciudadanos se han decantado por el voto útil, canalizando su respaldo a cuatro candidaturas con posibilidades reales de competir. El quinto lugar lo ocupan el voto en blanco y el voto nulo, que representan alrededor de un 13% del electorado, lo que expresa la apatía de los ciudadanos, que no se han decantando por la docena de candidaturas restantes, que en conjunto aglutinan tan solo al 10% de los electores. En una jornada electoral atípica, debido a las dificultades que conlleva la pandemia, resalta sin embargo la participación ciudadana, en busca de una tercera vía más allá de las polarizaciones.
Excelente artículo totalmente imparcial, muy apegado a la realidad .
Felicitaciones desde Quito Ecuador.
Me alegro que el artículo haya despertado su atención. Saludos cordiales
Interesante artículo, más para una persona que como yo no sabe mucho sobre política en Ecuador. Observo, no obstante, que el “círculo vicioso” al que hace referencia no hace hincapié enun elemento clave: el de la corrupción.
Me alegro que el artículo haya despertado su interés. Concuerdo con usted en que la corrupción es un tema clave.
Buen artículo. Parece que el recuento de la mayor parte de los votos de la primera vuelta (pedido por Yaku Pérez, que quedó tercero tras el primer recuento) puede durar dos semanas.
En cualquier caso, sea quien sea el ganador de las elecciones, ya sea socialista, liberal o ecologista, lo va a tener muy díficil con el enorme problema de la deuda externa, como dice el artículo «Ecuador intenta salir de la órbita china» de Informe Semanal de Política Exterior de hace un par de semanas. Ecuador es un buen ejemplo de la lucha que se libran Estados Unidos y China en América Latina.
Y, efectivamente, otro gran problema es la corrupción. Los candidatos principales han afirmado que lucharán contra ese problema, pero parece que a los electores no les queda claro cómo.
Gracias por su comentario y me alegro que el artículo le haya gustado. Efectivamente quién gane la presidencia de Ecuador el 11 de abril va a tener un panorama económico y político muy complicado. Saludos cordiales.